La Casa Naranja, ubicada en la calle Condell de Providencia, es el nuevo hogar del Partido Humanista desde hace unos pocos meses. De un estilo algo señorial por fuera, lleva a imaginar que por dentro uno se encontrará con oficinas modernas, salas de espera con muebles estandarizados de vidrio reluciente y recepcionistas de sobrios trajes deambulando entre equipos informáticos sofisticados.

Lo imaginado contrasta con la percepción, desde la entrada, de un espacio que claramente aún está en instalación, en el que no hay 2 muebles iguales y en el que abundan las sillas para sentarse y los saludos acogedores de jóvenes, muy jóvenes y no tan jóvenes que, muy activos, conversan, teclean, leen de pie junto a un muro, trasladan objetos, se abrazan y te abrazan. Tampoco hay dos iguales. Es el lugar de lo no-estandarización.
Al recorrer la casa, la impresión de diversidad se amplía aún más. Una habitación con sendos escritorios y computadores que podría pasar por una oficina de contabilidad. ¿Allí se cumplirán los trámites odiosos y exigentemente burocrático-administrativos que la ley de partidos políticos firmada y respaldada por Pinochet, Aylwin, Frei, Bachelet y Piñera requiere a cualquier grupo de ciudadanos que tenga sueños de un país mejor?
En otra pieza, un amplia mesa tipo directorio hace pensar en las conferencias de prensa que esos soñadores organizan, sabiendo de antemano que los medios de prensa serios y respetables no vendrán porque se trata de un partido que, a pesar de contar con miles de militantes, no tiene “representación parlamentaria”. Y así, pasamos de una pieza llena de muebles que los voluntarios aún no colocan en su sitio, hasta otra repleta de atriles y marcos de madera de alguna elección anterior que aún servirán para clavarles los afiches de la próxima, atravesando un pasillo cuyos muros esperan la pintura que les está destinada.
Los contratistas de tal remodelación son los mismos militantes que aprovechan sus findes y las horas libres para clavar, pintar, detenerse a conversar, ordenar, atender a los candidatos a las municipales, escribir un comunicado de prensa y cambiar las tablas del piso. No hay recursos y tampoco hay jefes. Hay camaradería y horizontalidad, como en la Puerta del Sol de Madrid o la de Tahrir en El Cairo.

Alguien con pantalones de origen altiplánico intercambia con alguien en jeans y polera mientras se acerca otro alguien de parka oscura y pantalones de vestir. Se alcanza a escuchar -*“…yo aún no soy del partido, pero me conecto con esta onda de la emergencia, que tiene que ver con lo que siento”*. Mi presencia interrumpe el diálogo y se me regalan de inmediato 3 abrazos más que suman a los varios que ya he recibido desde que crucé el umbral.
Una pequeña mesa arrinconada llena de tazas, cucharitas y recipientes con café, té y azúcar, sin nadie que la cuide, se me ofrece como una caliente pausa entre los abrazos y un lugar desde el que puedo tener una perspectiva general de toda la diversidad e historicidad que llena la sala.

El Partido Humanista es el primer partido que se creó en Chile durante la dictadura militar y bajo sus propias leyes. Quienes lo pusieron en marcha, fueron de los primeros en salir a las calles aún bajo las brutales formas de represión que se aplicaban a quienes osaban manifestar su desacuerdo con el régimen autoritario y los mismos que -siempre bajo la amenaza de las fuerzas de orden- juntaron medio millón de firmas en los centros urbanos, a favor del cese de la hostilidad con Argentina que casi nos sumió a todos en una estúpida guerra fraticida. Los humanistas, ya como partido legalizado, estuvieron en la génesis de la Alianza Democrática y de todos los intentos que se hicieron hasta llegar a la formación de la Concertación. Humanista fue Laura Rodríguez, la que explicó el “Virus de Altura” que afecta a los elegidos por la gente y cuya Fundación entrega el Premio a la Coherencia a los chilenos que lo merecen (creo que está vacante desde el último que se le entregó a los pingüinos-secundarios). Los humanistas fueron los únicos en salirse del conglomerado y del gobierno conjunto cuando éste comenzó a derivar hacia posturas reñidas con sus principios fundacionales y a traicionar la confianza que la ciudadanía le endosó para que procediera a la recuperación de la plena democracia.

Hoy, mientras están en pleno proceso de renovación de las autoridades partidarias como la ley y sus estatutos les obligan, se dan el tiempo para organizar un ciclo de conversaciones al que me han invitado como antiguo combatiente del Poder Joven.
También estaba invitada Pía Figueroa, y entre ambos, tratamos de unir dos momentos históricos que son gemelos en cuanto a dinámica social. El inicio de los setenta con el despertón del 2011. Fechas que el calendario separa con el transcurrir de 40 años pero que las une el mismo sentimiento y un idéntico propósito: Cambiarlo todo.

La sintonía es total. Los años desaparecen. Todos compartimos la misma edad, la edad de la desilusión que describe Ortega y que aparece en la fase de declinación de una civilización, en la que prima la emoción. Esa emoción que ya no quiere ideas ni proclamas sino sentirse de cierta manera. En los 70, coincidimos con Pía, sentíamos la urgencia de vivir algo grandioso, algo que nos liberara de la chatura y la asfixia de una sociedad de viejos y para viejos; estudiar, trabajar, casarse, tener hijos, sacar a pasear al perro y morirse. En los 2010, la asfixia evolucionó hasta el sentimiento de opresión cotidiana. Son las mismas ganas de cambiarlo todo pero ahora, la urgencia hace que ya no hay ganas ni de discutir, ni menos de votar. El motor profundo es el de darle o encontrarle un sentido a la vida.

Ese es el propósito y el afán cotidiano. Desde aquellas décadas del siglo pasado hasta ahora, las vidas de los humanistas se organizan en torno a 2 pilares: la transformación personal y el cambio social.
Los 7 conversatorios sostenidos en la Casa Naranja de calle Condell buscaban eso, encontrar el hilo de la vida. No las diferencias sino lo que une. No lo mejor o lo peor sino lo común, lo humano. Por eso se habló de educación, de arte, de medio ambiente, de acción social, de coherencia, de lucha política, de espiritualidad. Temas tan variados como la compositiva de quienes aportan a esa atmósfera convergente que vivimos el sábado al atardecer.

Quedamos todos invitados para el sábado próximo, el 9 de junio, al conversatorio de clausura del ciclo. ¡Ahí nos vemos!
Y por ahora, nos despedimos con el antiguo saludo de los miembros del Poder Joven que Pía recordó: *”Paz es Fuerza, en el espíritu de la Revolución Total”*