Y en relación con el sufrimiento social. ¿Es que éste crece o decrece en aquella marea
de intenciones humanas que nos rodea, incluye e influye?

A primera vista, el panorama se ensombrece.

Si observamos el acontecer humano actual apenas en sus términos más básicos de
subsistencia, encontramos que produciendo la Humanidad hoy el doble de los insumos
necesarios para alimentar ampliamente a todos sus habitantes, un número cercano a los 1000 millones de personas continúan subalimentadas.

Mientras la especulación financiera en las bolsas hace que los precios de los
alimentos se disparen irracionalmente produciendo hambre, la obesidad crónica
hace estragos en aquellos lugares donde la abundancia y el consumo desenfrenado
producen también malnutrición y enfermedad.

¿Y qué más sacrifican los pueblos para alimentar la insaciable gula del Baal
capitalista? Según estadísticas recientes de la Organización Internacional del
Trabajo (OIT), cerca de 30 por ciento de todos los trabajadores del mundo – más
de 900 millones de personas – vivían con sus familias por debajo de la línea de
la pobreza en 2011, la mitad de los cuales vive con menos de 1,25 dólares al
día. Y hay más aún. Doscientos millones de personas están contabilizadas como
desempleadas, de los cuales 75 millones son jóvenes entre 15 y 24 años. Según
el mismo informe, se estima que para el año 2011, 1520 millones son trabajadores
en empleo vulnerable (cuentapropistas o trabajadores familiares no remunerados)
a los que se suman los millones de la llamada “economía informal”, los millones de
indocumentados inexistentes para el sistema y los millones que ya no figuran en
ninguna estadística porque han abandonado la ilusión de conseguir empleo. ¿A esto
puede llamársele “economía eficaz o racional”?

Al tiempo que dos mil millones de seres humanos viven en lo que el Programa
de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) llama «la miseria absoluta», sin un
ingreso fijo, sin trabajo regular, sin habitación adecuada, sin cuidados médicos, sin
alimentación suficiente, sin acceso a agua limpia, sin escuela (…), otro informe, el del
Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI) nos señala que en 2011 el
gasto militar global totalizó $1.74 trillones de dólares en notación norteamericana o sea
1,74 a la doceava potencia.

¡Cuantos recursos desperdiciados matando y destruyendo! ¿Quién impulsa esta
espiral de muerte? Los fabricantes de armas que aumentaron sus ventas en un 60%
desde 2002. ¿Y dónde están estos mercaderes de la aniquilación? Cuarenta y cuatro
compañías norteamericanas son responsables de más del 60% del total de estas
ventas y las 30 compañías competidoras de Europa Occidental totalizan un 29%. O
sea, el mundo occidental dominante, los defensores del reino de las libertades y el
progreso, produce y vende el 89% del arsenal destructivo mundial.

Estas armas no se usan sólo para la guerra, sino que junto a la miseria, la
desocupación y la falta de oportunidades, alimentan la espiral del crimen ciudadano
que a todos nos toca padecer.

¿Y qué decir del desequilibrio medioambiental, de los frecuentes desastres
naturales que azotan desde los mares, la tierra y el cielo, como consecuencia de
una explotación desequilibrada de recursos, cuya única misión es aumentar el botín
contable de oscuras corporaciones financieras?

¿Y qué explicar sobre una devaluadísima democracia, donde empleados de esas
mismas corporaciones asumen el papel de administradores dictatoriales, sin la menor
ingerencia popular o ciudadana?

¿Y qué comentar de una prensa concentrada y apropiada por los mismos tentáculos
que extorsiona y difama, desinforma y manipula, tomando partido por los intereses de
sus dueños, ya no pudiendo ocultarse tras el rótulo de informador “independiente”?

Podríamos por supuesto continuar con ejemplos del funeral sistémico al que estamos
asistiendo. Sin embargo, sólo hemos querido ejemplificar con algunos trazos lo que ya todo el mundo conoce.

Al observar estas situaciones, cierto péndulo emocional e intelectualmente afecto a
lo paradójico, nos conduce de aquella pena empática con quienes sufren, de aquel
pesimismo alimentado con la contundencia de hechos absurdos e innegables hacia un
horizonte virtuoso que ayuda a despejar toda duda y toda tristeza.

¿No es acaso lo negativo el indicador de la etapa de declinación y descomposición
de cualquier ente? Sin duda que el eminente fracaso del sistema no admite otra
interpretación. Todo sistema pretende su continuidad y es así que recurre a todo tipo
de argucias de recomposición o al menos a aquellas maniobras que apunten a la
dilación de su momento final. Aún así, es el proceso de crecimiento humano el que
dictamina que todo aquello que un día fue evolutivo pase a ser regresivo por el simple
hecho de que ya no es útil. Ciertamente algún elemento de momentos anteriores
pueda continuar en la siguiente etapa, pero está claro que la dinámica de la vida
misma va superando la rigidez de toda estructura anterior.

Al mismo tiempo, apreciando con mayor profundidad esa dinámica, puede verse que
en los tiempos en que algo decae, hay nuevas cosas en marcha y en crecimiento.
Acaso la dificultad en percibir los fenómenos nuevos, sea cierto punto de vista más
acostumbrado a lo viejo (aún participando de su crítica antagónica), punto de vista
enraizado en la propia memoria, en aquello que llamamos “paisaje de formación”.

Lo nuevo entonces, aún cuando añorado y saludado en nuestras esperanzas, ofrece
al crecer una inesperada inestabilidad a la que paradójicamente podríamos resistirnos.
Así es posible que nos cueste más observar la novedad, sobre todo en sus inicios. Y
por supuesto que el sistema mismo se encargará de intentar aniquilar, tapar, diluir o
poner en duda a sus probables sucesores, con lo cual aumentará la dificultad en la
empresa de puntualizar el florecimiento de lo Nuevo.

El indicador de un momento bien cercano al entierro de una forma es que no sólo
muere en sus efectos tangibles, en sus aspectos evidentes de ineficacia. El punto
central es que muere su misma escatología. Muere la certeza de que haciendo
determinado tipo de cosas, de que orientando la propia vida de cierto modo, todos los
problemas se resolverán. Lo que muere, antes de ser exhumados los últimos restos
del sistema (de cuyo origen griego éskhatos: ‘último’ o skatós: ‘excremento’ deriva la
voz “escatología”), es la fe en su sistema de valores, en su modo de organizarse y
sobre todo, en su propósito principal.

Y he aquí que es lo que está sucediendo. El capitalismo, cuyo objetivo central es la
acumulación personal, en el cual el progreso está centrado en la multiplicación de
objetos y servicios (muchos de ellos de dudosa utilidad) ya no ofrece a sus seguidores
las certezas de antaño. Por millones se cuentan ya sus desertores y la mayoría de las
personas están buscando nuevos faros que iluminen la vida después del capitalismo.

Como decíamos antes, todo esto ya está en marcha y aceleradamente, como todo
hoy. ¿Qué observamos entonces en esta nueva escatología humana, preludio del
nuevo y cercanamente futuro momento social?

Vemos a las nuevas generaciones emerger en los distintos puntos del planeta,
coreando distintas protestas según la situación local que les toca vivir, pero
unificadas en perspectivas comunes que las ligan fenomenológicamente. ¿Y cual es
este “programa existencial y social” que las conmueve?

El profundo reconocimiento de la paridad y la libertad humana es un ingrediente fácilmente reconocible en esta Nueva Sensibilidad. La esencial paridad de género
es una particularidad indiscutible que, por otra parte, ya ha comenzado a articularse
positivamente en la realidad social. Miles de mujeres en puestos de decisión, desde
presidentas a jefas de movimientos guerrilleros, dan cuenta indiscutible de esta
agradable y revolucionaria situación. Todo ello se ve acompañado de trasfondo con el
paritario acceso a la educación por parte de los géneros, crecientemente aunque no
de manera pareja en las distintas latitudes.

La misma paridad se va celebrando en el campo de las etnicidades, donde la cultura
en algunas regiones adopta papeles determinantes en diversas constituciones y
sistemas legales, resultando de ello la coexistencia de normas distintas según sea la
mirada cosmogónica del colectivo protagonista. La misma igualación de derechos y
oportunidades, inequívoca expresión social de una ampliación de la libertad humana,
es la que permite hoy que muchos elijan hoy formalizar con plena vigencia legal tipos
de convivencia o modelos familiares no derivados de una moral naturalista, sino de su
propio camino de imágenes y afectos.

Esta misma nivelación hacia arriba, puede trasladarse al campo de la interacción
entre las naciones y las regiones, donde una marcada multipolaridad da por tierra con
acciones tendientes a la hegemonía y sus pretendidas justificaciones.

La democratización en el acceso a la comunicación y la información, que hoy se
expande mundialmente a través de redes tecnológicas, es una efectivización del
derecho humano al conocimiento y una puerta que se ha abierto a cierto tipo de
conciencia activa que ya no sólo recibe, sino que crea, recrea y proyecta contenidos
propios.

Esta actitud es coherente con el profundo rechazo que suscita la decadencia de las
formas políticas tradicionales, a cuyo vaciamiento y mentira, a cuya centralidad y
jerarquía, la juventud de los pueblos responde con ironía y la búsqueda de nuevos
modelos de comunicación y organización de una mayor horizontalidad.

Otro tanto ocurre con la manipulación mediática, ilegítimamente alejada de su
función de servicio social por minorías concentradoras, a la cual se contesta con
un vacío estruendoso, no sólo descreyendo de sus predicados y predicadores, sino
simplemente dejando de usar esos artefactos de adormecimiento. Por eso es que
cuando esa nueva sensibilidad encarna en algunos gobiernos sensibles a la nueva
etapa, los monopolios informativos se ciernen como aves de presa sobre ellos.

La inclusión y la afirmación de la diversidad es otro factor de gran calibre en los
nuevos vientos que soplan. Esto tiene relación con el probable desarrollo de una
íntima espiritualidad suave y complementadora, que contrasta fuertemente con
aquellas tendencias xenófobas y fundamentalistas que se manifiestan en la superficie
mórbida del sistema en extinción.

¿Hacia dónde vamos entonces como estructura social? Hacia un nuevo momento
humanista. Un momento que ya está en crecimiento y que magnificará sus
proporciones cuando el proceso en marcha tome conciencia de sí mismo y de sus
capacidades transformadoras.

Este nuevo momento histórico, continuación creativa de las mejores aspiraciones
de quienes nos han precedido, no es propiedad de ninguna cultura ni pueden ser
cristalizados sus antecedentes a tiempo histórico alguno. El Humanismo está presente
en todas las culturas bajo distintas denominaciones y formas y fluye hacia renovados significados del mismo modo como transita la especie humana de una manera
dinámica desde la determinación hacia la libertad.

Ese Nuevo Humanismo, este paradigma que parece asomar en este siglo XXI como
respuesta y que es por definición plural e incluyente, no pretende un mundo uniforme
o un pensamiento único, sino la convergencia, el diálogo y la acción conjunta de todos
aquellos que se reconocen en esa nueva sensibilidad.

Quizás pueda caracterizarse ese nuevo momento, para que podamos reconocerlo,
adherir y trabajar en él, por elementos significativos como la identificación del ser
humano como valor y preocupación central, el reconocimiento de la igualdad de todos
los seres humanos, el respeto por la diversidad personal y cultural, la afirmación de la
libertad de ideas y creencias, la tendencia al desarrollo del conocimiento por encima
de lo aceptado como verdad absoluta y el repudio de la violencia en cada una de sus formas.

Si es que éste sea el horizonte que deseamos y elegimos, entonces es la hora de
adaptarnos internamente a ese llamado del futuro, al tiempo que, en coherencia,
colaboramos actuando en su plena realización.