Respecto al conflicto en Siria y más ampliamente, en relación con el conflicto regional en Medio Oriente, desde un punto de vista histórico, analizado en un ciclo temporal amplio, es necesario considerar lo siguiente:

Luego de la batalla de Zama (202 antes del año 0 en el calendario gregoriano), hacia el fin de la segunda guerra Púnica, Roma queda como potencia fuerte en el Mediterráneo, procediendo a desplazar y eliminar a su polo rival Cartago (colonia fenicia situada en el actual territorio de Túnez). Dos siglos después, Augusto anexaría Egipto al Imperio, luego de la alianza del César con Cleopatra en el estertor de una debilitada dinastía tolemaica (sucesora del imperio alejandrino y la influencia helenística). De esta manera, el dominio romano en el Norte de África sería total.

Por otra parte, en Persia, los Sasánidas edificarían ya entrado el siglo III un nuevo centro de poder, rivalizando a partir de allí con Roma, quien poco tiempo después se convertiría en portadora de la fe cristiana.

La rápida expansión del Islam en el Norte de África y el Medio Oriente se explica precisamente por la decadencia y el debilitamiento producido por el enfrentamiento mandórlico entre los romanos y los iranios. Es fácil comprender la adhesión a la fe mahometana de los pueblos del área como una liberación de ambos centros de poder.

Este rasante crecimiento y la lucha por dirimir sucesiones de poder, producirá a su vez – prácticamente en los inicios – facciones difícilmente reconciliables dentro del incipiente mundo islámico. Los chiítas, partidarios del califato de Alí, serán relegados a una situación minoritaria por la mayoría sunnita, en la que abrevarán las dinastías Omeya (cuya capital será Damasco) y Abbásida (con capital en Bagdad). De aquel primer cisma (en realidad triple con una tercer facción jariyí, hoy poco representada), derivará una permanente tensión en el mundo musulmán que hoy sigue operando.

La expansión islámica amenaza luego a Occidente por el Oeste con el avance árabe sobre la península ibérica, (producto del cambio dinástico califal) llegando la misma amenaza por el Oriente tiempo después, con la caída del imperio bizantino en el siglo XVI y la penetración del imperio Otomano en Europa Central.

Los intentos de reconquistar influencia en zona musulmana (árabe y persa) resultan infructuosos para el Occidente cristiano hasta el período colonialista, con la expansión de los imperios europeos (en particular el británico y francés). El dominio es económico, político y militar, pero no consigue remover la base de creencias de los pueblos sojuzgados.

Nuevamente el debilitamiento imperial, profundizado a través de las dos guerras mundiales, permite a partir de mediados del siglo XX la aparición de países independientes en el área. De esta época data una fuerte impronta nacionalista que se manifestará con fuerza en la región. Allí surgen los líderes y los partidos nacionalistas (como el Baath en Siria e Irak, el nasserismo egipcio o Burguiba en Túnez) que luego gobernarán represivamente a los pueblos del área. La monarquía iraní pro-occidental caerá unas décadas después a manos de la revolución islámica, quedando en pie monarquías aliadas con Occidente en Marruecos, Arabia Saudita y los países del Golfo.

Arabia Saudita, cuyo nombre está íntimamente ligado a la dinastía fundadora y aún gobernante, la casa de Saúd, surge entroncada con la prédica salafista (también denominada wahhabista), que constituye una variante militante de reforma restauradora, recalcando los valores conservadores de la Sunná y la escuela hanbalí. A través de su poderío económico, los saudíes exportan y pretenden la prevalencia de esta interpretación ortodoxa en el Islam frente a lo que consideran prácticamente una herejía chiíta, que encuentra en el Irán a su principal representante.

Las revueltas en el mundo árabe pueden ser a su vez comprendidas como parte del proceso de desestructuración de férreos y represivos Estados nacionales, como apertura a un nuevo momento. Pero constituyen al mismo tiempo, desde un punto de vista metahistórico una coyuntura bienvenida por Occidente para intentar recuperar la potestad perdida sobre la región desde hace ya casi 1400 años.

Desde un punto de vista geopolítico, en una mirada circunscripta a tiempos más cortos, está claro que en esa desestructuración, el panarabismo y la búsqueda de mayores libertades cede ante las nuevas corrientes islamistas de diverso cuño, como se manifiesta en Egipto y Túnez en los avances electorales de fuerzas islámicas con importante estructuración e inserción social como la Hermandad Musulmana, fenómeno que se había ya manifestado de manera similar en Argelia y en Turquía (donde fue necesario proscribir partidos de ese corte y anular elecciones). Lo mismo en Gaza con el triunfo de Hamas y la decadencia del nacionalismo de izquierda de Al Fatah. Esto augura el reforzamiento del signo islámico a nivel regional, hecho que no es visto con beneplácito por el Occidente cristiano, que a su vez también es parte del generalizado recrudecimiento de la polarización religiosa.

Políticamente, los levantamientos desestabilizan en el área a las monarquías sauditas, hachemitas, alauíes y por supuesto a los descendientes de las tribus de Judá e Israel. Para evitar esta desestabilización y la hegemonía chiíta en la región, se consuma una alianza de intereses entre EEUU, Israel y las monarquías conservadoras del Golfo Pérsico, lideradas por Arabia Saudita.

Localmente el conflicto agudiza las fronteras entre las distintas minorías y mayorías dentro y entre los credos.

A nivel mundial, EEUU y sus dependientes aliados europeos, envueltos a su vez en la contradicción del sistema que promueven, rechazan la constitución de este bloque contrario a sus intereses y valores, que se sumaría al ya complejo multilateralismo creciente. Por ello invaden territorios en el área, desplazan gobiernos e intenta socavar por todos los medios posibles la constitución de este eje regional independiente de su esfera de dominio.

Resumiendo: estamos ante un escenario de reordenamiento mundial en términos de regionalización y multipolaridad.

Mientras los pueblos intentan en varios lugares del mundo árabe sacudirse la férula dictatorial de gobiernos surgidos en la era postcolonial, los sucesores de Roma (el Águila norteamericana y sus aliados occidentales) se resisten a perder el papel unipolar que creen ha sido reservado para ellos, insistiendo en el neocolonialismo.

A su vez, se posicionan en esta lucha facciones enfrentadas en el mundo islámico, pretendiendo prevalecer en el tablero de poder regional.

Ante este escenario complejo y manipulado informativamente por la prensa, opinamos desde nuestra subjetividad humanista:

Saludamos el clamor de los pueblos árabes que pugnan por sacudirse todo yugo heredado de la etapa postcolonial y perpetuador de un mismo sistema de signo antihumanista que impide un ejercicio pleno de las libertades políticas y el acceso al bienestar esencial de las poblaciones.

Al mismo tiempo, condenamos enfáticamente el aprovechamiento inmoral de la inestabilidad social por parte de los EEUU y sus aliados con el objeto de mantener o aumentar su influencia imperialista.

Aún cuando entendemos que la crítica de los distintos bandos en pugna pudiera ser vista como debilitamiento objetivo de la causa anti-imperialista, nos parece que la verdadera solidaridad no parte del alineamiento con ninguno de los violentos bandos, sino de una mirada que pretende impulsar un futuro donde la no violencia surge como superación de posturas anteriores.

Rechazamos la guerra bajo cualquier pretexto y manifestamos que deben cesar las maniobras de inteligencia en curso, que, aprovechando viejas heridas históricas, promueven el enfrentamiento entre hermanos.

Proclamamos la necesidad de terminar con la venta de armas en la región – de la que obtienen suculentos beneficios económicos Rusia, EEUU, Francia, Gran Bretaña y otros exportadores de armamento. ¡Basta de lucrar con la muerte y el dolor humano!

Proponemos establecer una zona libre de armas nucleares en todo el Medio Oriente, incluyendo por supuesto a Israel, promoviendo el intercambio de inspectores entre los países involucrados, a fin de verificar plenamente este acuerdo y lograr confianza creciente.

Creemos importante desactivar a las facciones intolerantes en cada uno de los países de la región, mediante el reconocimiento internacional y diplomático pleno de Israel y Palestina, como expresión de una nueva cultura de convivencia y complementación.

EEUU debe desmantelar sus bases, retirar sus tropas y barcos de la región. Al mismo tiempo, la comunidad internacional debe decidirse a impulsar el desarme nuclear total y la reducción progresiva y proporcional de material bélico como objetivo inmediato y prioritario.

El género Humano debe ponerse en pie y reclamar su derecho a vivir en Paz y sin Violencia.