El Banco Mundial ha elegido un nuevo presidente el 18 de Abril pasado en el transcurso de su asamblea de primavera celebrada en Washington. Primavera boreal, claro está. La entidad internacional, nacida en 1945 juntamente con el Fondo Monetario Internacional a la vera del orden económico sellado en Bretton Woods, ha sido presidida hasta la fecha en once oportunidades – coherentemente con el orden de posguerra citado – por un estadounidense. Mientras tanto su gemelo ha sido encabezado siempre por un europeo.

Y sin embargo, algo distinto ha ocurrido hace pocos días. A diferencia de anteriores oportunidades, en esta designación los miembros del directorio del BM han podido optar entre tres candidatos. Claro que “optar” es una palabra sumamente teórica en este contexto

Y sin embargo…

El candidato propuesto por Norteamérica (también “propuesto” resulta aquí un vocablo que debe manejarse con suma relatividad) ha planteado de por sí una variante novedosa, ya que aunque ciudadano estadounidense, es nacido en Corea del Sur. Su nombre es en sí mismo bandera de esta mixtión. También en su profesión hallaremos una nueva sorpresa. Jim Yong Kim no es banquero sino médico y según rezan sus antecedentes, especialista en programas de salud pública en organizaciones internacionales. Pero su raíz oriental y conculturalidad con el hoy secretario de las Naciones Unidas, no podrá rivalizar en exotismo cuando presentemos a la que fue segunda candidata al puesto.

Candidata sí, mujer, claro. Pero ¡africana y negra! La dama en cuestión, ataviada habitualmente con coloridos pañuelos en su cabeza, no es otra que Ngozi Okonjo-Iweala, actual ministra de Finanzas de Nigeria, país que junto a Sudáfrica y Angola la postularon a presidenta de la entidad.

El tercero en discordia es el colombiano José Antonio Ocampo, quien luego de servir en el gobierno de Ernesto Samper como ministro, pasó a ocupar posiciones en organismos internacionales, primero en la CEPAL (Comisión Económica para América Latina) y desde 2007 como Secretario General Adjunto de las Naciones Unidas para Asuntos Económicos y Sociales.

Como se ve, galones no faltan en la currícula de estos funcionarios y tampoco falta el habitual jalón compartido por la farándula del mundo de las finanzas: su formación académica en los EEUU.

Y sin embargo, pese a la interesante diversidad, el claro favorito (y finalmente electo) ha sido el candidato norteamericano. La razón es bastante sencilla. Al Banco Mundial, en su definición “una cooperativa compuesta por 187 países miembros”, nunca llegó el lema “un país, un voto”. El poder de votación está definido por el caudal accionario que cada país tiene en el grupo. Según los datos de su propio sitio, EEUU detenta el 16 % del paquete, siguiéndole Japón con el 9.56, Alemania con el 5 y Francia y el Reino Unido con el 4.45 por ciento respectivamente.
Como puede observarse, entre estos cinco países acumulan casi el 40 por ciento, posición que les permite habitualmente hacer y deshacer a gusto en las decisiones de la institución.

¿Y a qué se dedica esta multinacional organización en la que trabajan unas diez mil personas y posee oficinas a lo largo y ancho del planeta?

A erradicar la pobreza, dice su prospecto corporativo. Y en la práctica, el Banco Mundial financia o ayuda a la ejecución de cientos de proyectos de índole agropecuaria, sanitaria y de infraestructura, que, al menos a primera vista, benefician de manera directa a millones de personas, en especial a aquellos pobrísimos congéneres en las distintas latitudes.

Y sin embargo…

¿Cómo creer que aquellas naciones más ricas – al menos hasta hace un tiempo – estén dedicadas a tan caritativa tarea? Es necesario echar un segundo vistazo para comprender que, cuando menos en su enfoque, “erradicar la pobreza” no es sino “aumentar la riqueza”… de los que ya más tienen.

El Banco Mundial es en realidad un grupo compuesto por cinco diferentes organizaciones, todas ellas corporativas y todas ellas gobernadas por el mismo directorio y el mismo sistema. Sistema que a su vez es complementario del Fondo Monetario Internacional. Según observamos en los estatutos del grupo, para pertenecer a él, el país debe ser primero miembro del FMI. Luego podrá postular a su membresía en el BIRF (Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento), primera entidad del grupo y dedicada desde sus inicios en 1946 a recomponer económicamente aquellas regiones devastadas por el destrozo militar. Destrucción sobre la cual erigió su poder económico el primer gestor y propietario del Banco, los Estados Unidos de América. De esta manera, ya en su génesis, el BIRF sirvió ayudando a reconstruir ampliando las posibilidades de negocios de las corporaciones y consolidando luego la reaparición de mercados de consumo que por un buen período no pudieron competir productivamente con sus “benefactores”.

La segunda componente del grupo es la AIF (Asociación Internacional de Fomento), que es la que actualmente funciona como “pata altruista”, otorgando préstamos sin interés y a un plazo de entre 35 y 40 años para “programas que fomenten el crecimiento económico, reduzcan las desigualdades y mejoren las condiciones de vida de la población.” La AIF se precia de ser uno de los principales financistas de programas en 79 de los países más pobres del mundo. Por otra parte, el volumen de créditos otorgados, desde su fundación en 1960 es de unos 13 mil millones de u$ anuales (de los cuales un 50% aproximadamente son para el África). Al comparar este dato con – por ejemplo – los 800 mil millones que EEUU destinó en el año 2009 a su presupuesto militar (sumadas las cifras de sus distintos departamentos), comprobamos cuan “pobre” (y al mismo tiempo descaradamente pomposa e hipócrita) es la ayuda declamada para el desarrollo.

El grupo pentagonal se completa con otras tres siglas, que en estructura nos revelan la orientación central de la organización y el marco mental y formal en el cual se mueven sus funcionarios. La Corporación Financiera Internacional (CFI) es una especie de “intermediaria” que ayuda a que determinados proyectos con parámetros de desarrollo inequívocos, puedan acceder a financiamientos en el mercado internacional de capitales. Además funciona como una especie de consultora proveyendo ayuda técnica para la concreción. Dicho de otro modo, actúa como articulación entre el sector privado y los proyectos locales, lo cual favorece inversiones y nuevos negocios del capital ocioso, aumentando la riqueza de los que “más tienen”, con el valor agregado de aplacar en algo los malestares de conciencia que la acumulación capitalista conlleva.

Finalmente, ¿qué son el Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones (MIGA) y el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI)?, últimos integrantes del grupo?

El MIGA no es sino una aseguradora que promete a los inversores cubrir el riesgo de pérdidas “no comerciales”, entre las cuales se citan explícitamente, la de inconvertibilidad monetaria o restricción de transferencias de capital, expropiaciones, guerra, terrorismo o turbulencia civil, rompimiento de contratos e incumplimiento de obligaciones contraídas. Es obvia aquí la imagen que se tiene aquí de los países del subdesarrollo para los cuales se han diseñado estas garantías específicas.

Seguridades que intentan ser completadas con el CIADI, que es un organismo arbitral, pero cuyo arbitrio y resultado habitual de sus mediaciones, tienden a favorecer a la inversión privada ante los azarosos avatares políticos de naciones cuyos gobiernos podrían decidir – respaldados por el voto soberano de sus poblaciones – revocar concesiones, anular contratos leoninos otorgados en condición fraudulenta y otras medidas que podrían no contar con el beneplácito de los siempre ávidos fondos privados.

Algunos datos significativos para calibrar la acción del CIADI: Al 31 de diciembre de 2011, el CIADI ha registrado 369 casos, la inmensa mayoría de los cuales se han presentado entre 1997 y la actualidad (331) ascendiendo a sólo 38 casos ingresados entre el año 1972 (su inicio de actividad) y 1996. EL 63 % de los casos invoca “tratados bilaterales de inversión” para justificar la demanda. Un dato revelador de la “imparcialidad tribunalicia”: 30% de los reclamos han sido hechos contra países sudamericanos, 23% contra estados de Europa Oriental y Asia Central, el 26% contra naciones de África y Oriente Medio, un 8% contra el Sudeste asiático y zona del Pacífico Sur, un 7% en el área caribeña, sólo un 5% contra países del NAFTA norteamericano y un 1% contra países de la región europea. El contraste es mayúsculo si se compara con la composición de los tribunales de arbitraje, de la que resulta que el 47% de los jueces han sido ciudadanos europeos y el 23% de América del Norte. Los resultados – expuestos en el mismo informe que el resto de los datos (1) son sumamente predecibles: en casi la mitad de los casos los laudos han sido favorables al reclamante, mientras que en un 23% se ha declinado jurisdicción. En el restante cuarto el fallo no hizo lugar a la demanda.

Por esto no es de extrañar que naciones como Bolivia (en Mayo 2007) anunciaran su retiro del convenio contratante, Ecuador hiciera lo propio en Julio de 2009 y recientemente, en Enero de este mismo 2012, Venezuela anunciara al CIADI su denuncia y renuncia.

Esta descripción de los elementos componentes del Banco Mundial nos explica claramente de qué se trata en definitiva: de mantener el orden vigente y – si es posible – morigerar de algún modo los efectos de las desigualdades de bienestar a través de nuevas ganancias, nuevos negocios, nuevos réditos y… nuevos pobres.

Y sin embargo…

El grupo de países conocidos como BRICS (denominación emanada de otra curiosa institución a la que algún día dedicaremos otras frases poco simpáticas – la firma Goldman Sachs) ha anunciado en su última cumbre, finalizada hace pocos días en Nueva Delhi, que si bien simpatiza con la posibilidad de candidaturas diversas a la presidencia del Banco Mundial y en especial con representantes del mundo emergente, creen posible y necesaria la fundación de un Banco de Desarrollo promovido por ellos mismos e independiente de la tutela de las potencias dueñas del Fondo Monetario y el Banco Mundial. Algo similar está ocurriendo ya desde hace un tiempo en el marco de la UNASUR – con la proyectada fundación del Banco del Sur.

Así las cosas, y en este torrente de cosas nuevas a la que la aceleración y la desestructuración de un viejo mundo nos arrojan, asistimos a paradojales acontecimientos que, sin embargo, es posible retratar.

La afirmación creciente del valor de la diversidad cultural que encarna el proceso de mundialización, nos presenta nuevos colores – y sonidos – que desafían las ya no tan vigentes y muy pálidas versiones monocromáticas. El avance femenino en todos los campos nos presenta brillantes damas que vuelan con espíritu propio, enriqueciendo ámbitos que antiguamente servían como reductos sexistas. Por último, el multilateralismo, encarnado en el protagonismo decidido de regiones y subregiones geográficas y culturales, da por tierra con la pretendida hegemonía imperial o central, abriendo un horizonte de paridades que también se refleja en las dos tendencias anteriores.

Entonces, pese a la complejidad y perplejidad, celebremos lo nuevo, celebremos las nuevas paridades, celebremos los nuevos colores y géneros, pero sobre todo celebremos y preparemos los futuros cambios.

(1) [http://icsid.worldbank.org/ICSID/FrontServlet?requestType=ICSIDDocRH&actionVal=ShowDocument&CaseLoadStatistics=True&language=Spanish31](http://icsid.worldbank.org/ICSID/FrontServlet?requestType=ICSIDDocRH&actionVal=ShowDocument&CaseLoadStatistics=True&language=Spanish31)