**Las señales**

Pocos se extrañan hoy al tomar nota de sucesos que apenas un par de decenios atrás
resultaban absolutamente escandalosos. Pocos también hubieran dado crédito por
entonces, si algún aventurado hubiera anticipado que transcurridos muy pocos años, se
multiplicarían los triunfos femeninos en elecciones a los máximos cargos ejecutivos.

Un franco desdén hubiera seguramente acompañado al escepticismo, si en
aquel momento se aseguraba por ejemplo que una dama sería reelecta reuniendo
su candidatura casi el total de los sufragios sumados de sus contrincantes, quienes
pertenecían – salvo el caso de una aspirante con muy pocos votos – a una frágil
oposición varonil.

Sin embargo, la argentina Cristina Fernández – a la cual se alude – no es la primera
reincidente. La campeona mundial en estas materias es indiscutiblemente la islandesa
Vigdís Finnbogadóttir, quien sirvió en el cargo durante dieciséis años, entre 1980 y
1996. Ella fue también la primera mujer electa presidente en Europa, a la cual siguieron
otras como la irlandesa Mary Robinson, también reelecta y sucedida por otra mujer,
también Mary, pero de apellido McAleese, cuyo mandato está feneciendo por estos días.
En el Norte, los nombres femeninos se continúan. Vaira Vike-Freiberga ha encabezado
el gobierno letón entre 1999 y 2007, la vecina báltica Lituania es desde 2009 presidida
por Dalia Grybauskaite y en Finlandia aún está en el cargo Tarja Halonen, también ella
durante dos mandatos consecutivos. En este punto no podemos sino sonreírnos ante la
imaginaria presunción de que estos hechos pudieran guardar alguna relación con lejanos
mitos nórdicos, donde poderosas Valquirias seleccionaban a los vikingos que morarían,
muertos en batalla, en el Walhalla, el paraíso de los guerreros.

Pero no sólo en el gélido Mar del Norte, también en el muy cálido y tropical Brasil
ha sido electa una mujer, en este caso por vez primera, para maniobrar un país que se
ha convertido en actor de importancia en el escenario internacional. Pero así como a
Dilma Rouseff le compete el gigante, a Atifete Jahjaga le ha tocado desde Abril 2011
el pequeño pero muy difícil Kosovo, un lugar atravesado por antiguas cicatrices de
conflicto cultural. Y si de heridas de guerra se trata, no podemos sino mencionar a
Ellen Johnson-Sirleaf, la primera mujer africana elegida presidenta democráticamente
y reciente receptora del Premio Nobel de la Paz, junto a la también liberiana Leymah
Gbowee y la activista yemenita Tawwakul Karman. En esa misma zona árida del
planeta, donde los derechos políticos de la mujer – al igual que la vegetación – han
tenido severas dificultades para progresar, el dique que impedía en Kuwait el sufragio
femenino ha sido derribado en el nuevo milenio y desde el año 2009 cuatro legisladoras
forman parte del máximo cuerpo legislativo, hasta entonces recinto exclusivo de
hombres. Asimismo, en la ultra tradicional Arabia Saudita, el Rey Abdullah ha declarado recientemente que las mujeres podrán votar y ser elegidas en las próximas
elecciones municipales.

Algo más hacia el Oriente, Yingluck Shinawatra ha sido electa primera ministra
en Tailandia. Su condición de hermana del prófugo-exilado y millonario ex primer
ministro Thaksin hace que, al igual que en el caso de la derrotada candidata peruana
Keiko Fujimori, el brillo de la femineidad se vea algo empañado por la conexión
familiar.

La vía del parentesco ha sido también la de varias mujeres que conquistaron los
máximos cargos ejecutivos como herencias de poder maritales. Ésa fue la historia
de Isabel Martínez en Argentina al enviudar de Juan Perón y sucederlo en 1974,
constituyéndose en la primera mujer presidenta en todo el mundo. En Panamá, sería
Mireya Moscoso de Arias la que heredaría el caudal político de su fallecido esposo
Arnulfo Arias, electo cinco veces presidente del país. En la cercana Nicaragua, Violeta
Chamorro de Barrios, viuda también del en tiempos de Somoza asesinado empresario
periodístico Pedro Joaquín Chamorro, daría comienzo al período neoliberal de los años
90`, derrotando al revolucionario sandinismo en las urnas. También una viudez cargada
de significado político elevaría a Corazón Aquino a la presidencia en las Filipinas en el
año 1986, siendo ella la primera mujer electa para el máximo cargo ejecutivo en el Asia.

Pero lejos de aquellos “primeros tiempos” hoy ya son muchas las damas que acceden
a los más altos sitiales de gobierno por mérito propio, poniendo en un serio aprieto a la
etiqueta protocolar, que aún no sabe cómo titular a los maridos que acompañan a tan
encumbradas personalidades. Así, en esta lista que amenaza desbordar este artículo,
debemos mencionar a la chilena Michelle Bachelet, a la costarricense Laura Chinchilla
o a Rosa Otunbayeva, la presidenta de Kirguistán. Sin duda que sólo hemos pasado
revista brevemente a los regímenes presidencialistas, ya que en el caso de los sistemas
cuya figura relevante es la del primer ministro, serían muy numerosas las referencias.
Además de la ya mencionada Yingluck, baste con decir que naciones tan disímiles
como Alemania, Bangladesh, Croacia, Australia, Eslovaquia, Trinidad Tobago o
Islandia, exhiben como principal actora política a una mujer, asumiendo la herencia
de generaciones anteriores en las que sobresalían personalidades fuertes como Indira
Gandhi, Golda Meir, Benazir Bhutto o Margaret Thatcher.

Los parlamentos también han comenzado a albergar un número creciente de mujeres.
Aún cuando el número de legisladoras llegaba mundialmente en 2009 a sólo el 17%,
la desilusionada impresión se revierte al considerar que en 1995 esta proporción era
solamente de apenas un 10%. Por otra parte, el concepto de “cupo femenino” en
las listas de candidatos comienza a afianzarse por doquier. Así, en las elecciones a
constituyentes en Túnez celebradas en Octubre de 2011, en las que estaba establecida la
proporcionalidad de género en las candidaturas, finalmente 49 mujeres fueron electas en
la Asamblea sobre 217 sitiales posibles.

El mismo requisito de paridad en los nombres propuestos rigió en los inéditos
comicios para elegir autoridades judiciales, realizado en la siempre sorprendente
Bolivia en el mismo mes de Octubre. Según conteos a boca de urna, más de una
decena de mujeres habría sido electa sobre un total de 28 cargos y dos de los cuatro
tribunales podrían estar presididos por ellas. La toga ha dejado de ser una prenda de
uso exclusivamente masculino a nivel mundial. Aún cuando los jueces todavía son en su mayoría hombres, en regiones como Europa Oriental, las encargadas femeninas de
impartir justicia ya son el 64%, ocupando inclusive el 41% de los puestos en la Suprema
Corte, máxima instancia judicial.

Lo mismo ocurre con las cifras de mujeres participando de gabinetes de gobierno.
Aunque en el 2010 el número de ministras era de aproximadamente una de cada
seis, esa proporción representa el doble de la existente en 1998. Finlandia y Noruega
sobresalen en esa materia con mayoría ministerial femenina (58 y 56% respectivamente)
mientras países como Grenada, Francia, España, Suecia, Sudáfrica, Suiza o Chile
mostraban ya una participación superior al 40%.

Remitiéndonos a las mismas fuentes utilizadas hasta ahora1, vemos también
cómo varias mujeres han logrado subir todos los peldaños en los acerados edificios
que albergan la poco amigable estructura vertical de las corporaciones de negocios.
Nombres como Indra Nooyi (PepsiCo), Anne Sweeney (Disney), Amy Pascal (Sony),
Chanda Kochhar (ICICI Bank) o Ursula Burns (Xerox, quien además de ser mujer
es la primera máxima ejecutiva negra en una compañía multinacional) son acaso
mucho menos conocidos por el público que las anteriores, pero muestran a las claras la
incidencia comentada. Si bien los principales puestos jerárquicos en corporaciones y
organizaciones aún están ocupados por hombres, la proporción de mujeres ha alcanzado
ya cifras significativas en muchos lugares, superando por ejemplo el 30% en países
como Hungría, Polonia, Estonia o Tailandia y llegando en Filipinas a estar casi el 50%
de las posiciones directivas en manos femeninas.

Y si de dineros públicos se trata, cada vez más mujeres ocupan los lugares de mayor
relevancia. Tal el caso de la ministra de finanzas nigeriana Ngozi Okonjo-Iweala o de
la argentina Mercedes Marcó del Pont, titular del banco central de aquel país. O de
Mary Schapiro, a la cabeza de la Security and Exchange Commision, supervisora de las
bolsas estadounidenses, quien seguramente tendrá muchos dolores de cabeza por estos
días. También una destacada posición en ese reservado y despiadado mundo económico
ostenta la economista indonesia Sri Mulyani Indrawati, quien ha sido designada
directora del Banco Mundial. ¿Y qué decir de Christine Lagarde, la ex ministra
francesa, a la cual le ha sido reservado el dudoso honor de ser la primera mujer directora
gerente del hasta hace bien poco todopoderoso Fondo Monetario Internacional?

Prácticamente no van quedando dudas, las señales de una mayor participación
femenina son claras y contundentes. Sin embargo hay sitios en el mundo donde este
vendaval aún no ha llegado. Y no son precisamente los rincones más escondidos o
irrelevantes.

En China, donde el poder ejecutivo es ejercido por un grupo reducido nucleado en el
Comité Permanente del Politburó del Partido Comunista de China, no ha habido en él
ninguna exponente femenina desde la revolución maoísta de 1949. Sólo en el siguiente
anillo de poder, en el Politburó conformado por 24 personas, una única mujer toma a
su cargo la representación de género de las cientos de millones que habitan el lugar.
En Japón, pese a una participación mayor de las mujeres en todas las elecciones, solo el 7.3 por ciento de las bancas de la Cámara de Representantes y el 17.1 de la Cámara
Alta eran ocupadas por legisladoras en el año 2000. En ese año fue electa sin embargo
la primera mujer gobernadora en la prefectura de Osaka. Algo similar ocurre en Rusia,
donde en la actualidad sólo el 14% de las diputadas en la Duma son mujeres. Al parecer
la huella histórica de la poderosa y despótica Catalina II no parece haber sido el mejor
precedente y ninguna mujer ha ocupado allí el máximo sitial desde la muerte de esa
emperatriz en 1796. Tampoco en Estados Unidos ha habido nunca una “Miss o Mrs.
President” y de los actuales precandidatos a las próximas elecciones, sólo una mujer
osa competir en la primaria republicana, al parecer sin grandes chances de llegar a la
contienda principal. Al desfase que exhiben estos lugares debe aplicarse la máxima: “la
historia te emplaza o te reemplaza”, la cual augura que esto variará bien pronto. Y
hablando de augurios, develemos el futuro.

**Develando el futuro**

Hay dos tendencias nítidas que no sólo han incidido en los recientes avances, sino
que también nos permiten asegurar que este siglo será el de la paridad.

Encarado como uno de los objetivos básicos de desarrollo del milenio por las
Naciones Unidas, la brecha educativa entre niños y niñas se ha ido cerrando en
los niveles de enrolamiento primario y secundario. La paridad en la escolaridad
elemental ha sido alcanzada ya en 117 de 173 países. Incluso en las regiones
de mayor disparidad, como el África Subsahariana o el Asia Meridional, la
proporción llega hoy a ser de 91 y 96 niñas por cada cien compañeritos.

Las cifras evidencian comportamientos similares en la educación secundaria,
incluso albergando ya interesantes muestras: en América Latina, el Caribe, Asia
Oriental y el Sudeste asiático el número de adolescentes matriculadas supera al de sus
congéneres varones.

Pero la gran sorpresa sobrevendrá en el nivel terciario. Entre 1970 y 2008, el número
global de estudiantes universitarios hombres se cuadruplicó pasando de 17.7 a 77.8
millones. En el mismo período, el caudal de jóvenes mujeres en la educación terciaria se
ha septuplicado llegando a ser de casi 81 millones. Pese a las desigualdades regionales
aún existentes y a las significativas trabas que la falta de oportunidades conlleva, esto se
va verificando crecientemente en todos los continentes y culturas.

Este avance de género en la educación es una clave que nos informa que en el
mañana, cada vez más damas ocuparán posiciones decisivas en todos los estamentos,
habida cuenta de la necesidad de formación profesional como llave de acceso a esos
sitiales.

Además de ello, hay una segunda tendencia decisiva. Y ella es la imponente
reducción de la función reproductiva a la que en otros tiempos la mujer estaba
condenada por factores naturales o culturales.

Veamos nuevamente algunos guarismos ilustrativos. A nivel mundial, el índice de
natalidad ha descendido entre 1971 y 2009 de 6.9 a tan sólo 2.3 niños por mujer. Esta
cifra tan general, a pesar del fuerte impacto que produce, por supuesto admite matices diversos si se consideran distintas regiones o las conocidas diferencias entre el ámbito
urbano y el rural.

Sin embargo, algunas particularidades son francamente asombrosas y vale la pena
relatarlas para romper con estereotipos establecidos. A la cabeza de esta tendencia se
encuentra la República Islámica de Irán, donde en solo treinta años, desde el año de la
revolución liderada por el imam Jomeini hasta 2009, la tasa de natalidad ha descendido
desde 6.9 a sólo 1.8 hijos por madre. La relación entre esta tendencia y la mencionada
anteriormente en términos educativos se verifica con meridiana claridad en esta nación –
tan demonizada en occidente por sus concepciones religiosas – mostrando en la escuela
primaria la proporción de mujeres más alta del mundo, 1.2 niñas por cada muchacho.
Llegando a la universidad y aventajando allí también en número a los estudiantes
varones, nos encontramos con otro dato que no coincide con nuestras habituales
creencias. En Irán, el 68% de los estudiantes de ciencias son mujeres.

Pero ésta no es la única nación de mayoría musulmana que ha visto retroceder los
índices de natalidad. Igualmente impresionante ha sido la reducción en Bangladesh,
donde en el lapso que va desde su independencia en 1971 hasta 2009, la expectativa
de nacimientos por mujer ha caído desde el 6.9 hasta el 2.3. Pero también países como
Colombia han visto retroceder ese índice, quizás de manera menos espectacular, pero
sin duda significativa, pasando de 3.6 niños por mujer en 1985 a 2.4 en el año 2005.
En la enorme y muy tradicional India, los 6 nacimientos por mujer en 1960 se han
convertido hacia el año 2009 también en un promedio de 2.3.

Este escenario coincide en varios puntos con la ampliación de oportunidades
laborales para la mujer, especialmente en el sector textil, donde el capitalismo voraz ha
buscado reducir costos empleando mujeres y niños. Estos empleos, generalmente mal
pagos y desprovistos de derechos laborales, han permitido sin embargo a la mujer una
mayor independencia relativa. Sin embargo, no se debe reducir este hecho a factores y
consecuencias puramente económicas. En un plano mucho más relevante, pareciera ser
que la mujer, presionada por la dictadura del avatar natural, por los dogmas religiosos y
el inmovilismo cultural, ha comenzado a recuperar el dominio sobre sí misma y a elegir
su destino.

**El significado de los sueños**

En el Oráculo de Delfos, la Pitia ofrecía las respuestas quedando la interpretación de
las mismas a cargo del consultante. La fe en las predicciones era tan absoluta que aún en
el error, se consideraba que éste había sido producido por el intérprete. En nuestro caso,
nos permitiremos no sólo predecir sino también interpretar, no dejando así margen para
que el desvío sea atribuido a cualquier entidad externa al autor.

Podría pensarse, concediendo cierta aceptabilidad a las consideraciones aquí
expuestas, que el avance de género conllevaría ciertas características dictadas por
una supuesta “naturaleza” femenina. Por ese sendero, podría imaginarse que a futuro
características como la intuición, la suavidad, la capacidad de diálogo, la persistencia, la
paciencia, el orden, la estética, el sentido común u otras – comúnmente atribuidas a la
mujer – serían preponderantes frente a las hoy algo dudosas virtudes masculinas.

Las estadísticas futuras podrían incluso llegar a inclinar el plano en sentido inverso, alcanzándose no sólo niveles de paridad entre el hombre y la mujer en las decisiones –
imagen hoy quizás “tolerable” para algún sector todavía reacio a tan normal situación –
sino tomando las damas la delantera en muchos campos. Si tal hecho se verifica, acaso
afiebradas y temerosas mentes podrían interpretar en ello el peligro aún mayor de una
acechante restauración de antiguos matriarcados, los cuales probablemente tomarían
revancha de centurias de silencio y sometimiento.

Hete aquí la necesidad de salir al paso a tales conjeturas y aclarar el significado de la
proyección de las observadas tendencias.

La impostergable paridad de género debe ser comprendida en su significación
cualitativa, incluyéndola en un contexto mayor, inseparable de su particularidad.

Este contexto es la dirección general del proceso humano, que lo lleva hacia la
complementación, hacia el reconocimiento de la riqueza de la diversidad, hacia el amor
y la compasión, aún cuando el camino hacia ello no sea una línea recta despejada.

Desde esa perspectiva, la paridad entre los géneros adquiere su verdadero carácter
humanista como una expresión más del reconocimiento de lo profundamente humano en
el otro y del destino inconmovible de libertad que nos anima.

*(1) Los datos para la elaboración de este artículo han sido extraídos de: UN Women
Report 2010 (Naciones Unidas) , del World Development Report 2012: Gender
Equality and Development (Banco Mundial) y de la revista Forbes.*