En Diciembre 2007 Muammar el Gaddafi visitaba en París a Nicolás Sarkozy. ¿Se trata del mismo Sarkozy que ahora vocifera contra la crueldad del régimen libio y envía presuroso fuerzas militares para bombardear objetivos en Bengasi y Trípoli? A juzgar por la evidencia fotográfica, parece que sí.

La foto de ambos no podemos mostrarla por motivos de derechos de autor, pero pueden verla en el artículo del USA Today escrito por Elaine Ganley (AP) en [http://www.usatoday.com/news/world/2007-12-10-france-libya-deals_N.htm](http://www.usatoday.com/news/world/2007-12-10-france-libya-deals_N.htm)

El apretón de manos no era sólo protocolar. Francia vendía en aquella oportunidad a Libia un reactor nuclear para una planta de desalinización y un paquete de armamento por una suma cercana a los 15 mil millones de dólares.

Unos pocos meses antes, era el mismo Sarkozy quien había visitado en Trípoli al líder libio para firmar otros acuerdos bilaterales. En 2004 había sido el turno de visita del por entonces primer ministro inglés, Tony Blair, quien certificaba así que Gaddafi ya no era un sujeto peligroso para el mundo occidental.

Atrás quedaba el atentado de 1998 al avión de Pan Am en la escocesa Lockerbie, que el régimen había intentado purgar pagando más de 2 mil millones de dólares a los familiares de las víctimas. Corría por entonces el año 2003, el mismo en el que el autodenominado padre de la revolución abandonaba sus ambiciones de detentar poderío nuclear y desmantelaba esas instalaciones. Presuroso acudirían entonces uno a uno los antiguos señores coloniales europeos a recibir con brazos abiertos al arrepentido. Y a ofrecerle todo posible negocio a cambio de su petróleo.

Los italianos comenzaron con el negocio militar aéreo armando ya en 2004 un consorcio conjunto con los libios a través del grupo Finmeccanica – principal armamentista y probablemente la segunda más grande corporación industrial de Italia – y en particular a través de su controlada AgustaWestland, firma dedicada a los helicópteros y surgida de la fusión de las compañías Agusta (propiedad de Finmeccanica) y Westland (del grupo inglés GKN).

Luego seguirían los mencionados negocios con los franceses, entre ellos una venta de tecnología aeroespacial del consorcio Airbus cifrada en 4 mil millones de dólares – según declaró en su momento uno de los hijos de Gaddafi. Airbus, por otra parte, con asiento en Francia y conocida por sus aparatos de aviación civil, es propiedad de EADS (European Aeronautic Defence and Space Company), un consorcio franco-alemán-español que, a través de su subsidiaria Airbus Military, resulta ser el segundo fabricante de armas europeo, detrás de BAE Systems.

Pero serían finalmente los rusos, quienes asumirían el papel de proveedor principal de las fuerzas aéreas libias. Y quién mejor que un ex funcionario de la amigable y democrática KGB para concretar. Así sería que durante el gobierno de Vladimir Putin, se llevarían a cabo operaciones de compra por cifras importantes. Por sólo citar unos pocos ejemplos: la Agencia Interfax, en su reporte del 14 de Abril de 2008 informaba *“Rusia se preparaba para vender armas por 2.500 millones a Libya”*. De especial interés de los libios serían *“sistemas misilísticos antiaéreos, incluyendo el S-300 PMU2 Favorit; 20 Tor M1 and Buk M1-2 y dos escuadrones de aviones, un Mikoyan MiG-29 SMT , un Sukhoi Su-30 MK; varias docenas de Mil Mi-17, Mi-35 y helicópteros Kamov Ka-52.”*

En 2009, Trípoli sería sede de una Exposición Africana-Árabe de Aviación, en la que participarían ofreciendo sus novísimos productos destructivos las principales corporaciones vendedoras de tecnología armamentista aérea a nivel mundial.

En Enero de 2010, nuevamente Putin, ahora en su nueva función de Primer Ministro, anunciaba la firma de un nuevo contrato de venta de armas a Libya por valor de 1800 millones de dólares.

¿Será que alguno de los aparatos que han bombardeado – según ha informado la prensa mundial – a la población civil, son parte de los pingües negocios realizados con Gaddafi en estos últimos 7 años? Seguramente sí.

¿Para qué pensaban los fabricantes de armas que podían ser utilizados sus nefastos artefactos? ¿Para protegerse de Argelia – a quien también los mismos han vendido gran cantidad de armas en estos años? ¿Para practicar tiro al blanco en el desierto, persiguiendo camellos? ¿Para proteger acaso al régimen de opositores que osaran poner en tela de juicio al canalla dictador?

Pero eso estaba ya más allá de los intereses corporativos en juego. Más allá de cualquier elucubración, el objetivo era simple: vender – antes de que venda la competencia – y ganar dinero.

La ridiculez del armamentismo queda de manifiesto cuando uno piensa: en una época de rasantes innovaciones tecnológicas, si un gobierno compra armas y no piensa en usarlas en los próximos cinco a diez años, no hace sino comprar a precios carísimos, mercadería obsoleta. Si cree en la falacia del poder de “disuasión” del armamento, no tendrá otra salida que comprar sofisticaciones cada vez más caras, lo cual pondrá una gran parte de sus ingresos – tan necesarios para alimentar y dar salud y educación – a merced de los mercaderes de armas, cuyo máximo deseo es precisamente ése.

De esta manera, las armas sólo sirven – además de para matar gente – para incrementar las ganancias de quienes las fabrican. No sirven para nada más.

Así las cosas, ha llegado la hora de hablar claro. Cuando la vida humana está en juego, la hipocresía y la mentira deben ser denunciadas. Si las Naciones Unidas o en su reemplazo los Pueblos Unidos, quieren proteger a los civiles (es decir a ellos mismos) de las salvajadas de cualquier gobierno armado hasta los dientes, es imprescindible prohibir el comercio de armas a nivel mundial. Una medida complementaria tendiente a hacer cumplir dicha declaración sería dictar el embargo comercial a aquellos países que infrinjan la norma.

De esta manera, les aseguro, viviremos todos mucho más tranquilos.