“La democracia no muere de golpe: muere cuando las heridas se abren otra vez”.

Un triunfo construido sobre el miedo

Si Kast gana, no lo hace por adhesión masiva a su proyecto, sino porque el miedo fue más fuerte que la política. Es un triunfo que nace del bombardeo diario de delitos en televisión y de una ciudadanía agotada, pobre, endeudada y asustada. Esa victoria es frágil porque no expresa un consenso, sino una renuncia emocional forzada por la inseguridad. Y todo proyecto que nace del miedo gobierna desde el miedo. El problema es evidente: cuando la realidad no cambia tan rápido como la promesa, el miedo se transforma en rabia y la rabia, en protesta. Chile amanecería con un presidente que ya está en deuda antes de sentarse en La Moneda.

Un presidente sin mayoría en un país polarizado

Kast asumiría el cargo sin control del Congreso, sin capacidad de aprobar reformas pesadas y con una oposición que lo enfrenta desde el primer minuto como una amenaza histórica. El país no entra en negociación: entra en bloqueo. Cada ley es un conflicto, cada presupuesto un campo de batalla, cada reforma una guerra abierta. La derecha moderada lo apoyará mientras no cueste votos; cuando la calle empiece a presionar, se desmarcará. Esta falta de respaldo real destruye la gobernabilidad. El presidente no puede ejecutar su programa y la oposición no le permite improvisar. Es un gobierno paralizado desde el inicio, atrapado entre la furia de sus seguidores y el veto institucional permanente.

La sombra de Pinochet reaparece sobre la escena nacional

La llegada de Kast no reabre heridas: las arranca de golpe. Las organizaciones de derechos humanos, los movimientos estudiantiles, los sindicatos, los territorios mapuches y la memoria de toda una generación entienden su triunfo como un retroceso político violento. Las marchas no esperarían cien días: comenzarían esa misma semana. El país volvería a revivir símbolos, uniformes, discursos y prácticas que creíamos archivadas, encendiendo un conflicto generacional devastador. El pinochetismo oficializado desde el poder es gasolina sobre la fractura más profunda del país. No es un debate histórico: es una confrontación inmediata y abierta.

Seguridad: promesa rápida, fracaso inmediato

Kast promete orden total, pero la delincuencia y el narco no retroceden por decreto. La presión de quienes votaron por él será brutal: querrán resultados inmediatos y mano dura sin límites. Ante la ausencia de mejoras, el gobierno acelerará militarizaciones, controles abusivos y leyes represivas que chocarán de frente con tribunales, organismos de DD.HH. y miles de ciudadanos indignados. Al primer detenido irregular, al primer muerto en una marcha, al primer operativo fallido, la calle reventará. La seguridad se transforma en el boomerang de su propio mandato: lo que prometió como solución termina siendo el origen de un conflicto mayor.

Riesgo de estallido social en cámara rápida

Chile no tiene que “esperar” otro estallido: está listo para uno. El malestar del 2019 sigue intacto, solo encapsulado. La desigualdad es estructural, la frustración acumulada, la memoria social activa. Kast, con su programa y su retórica, no es un eje neutral: es el “enemigo perfecto” para quienes creen que la democracia se está degradando otra vez. Las protestas no serán graduales: serán masivas, simultáneas y radicales. Universidades, liceos, gremios, portuarios, trabajadores precarios y territorios movilizados presionarán sin tregua. El país entrará en un clima donde gobernar significa resistir y donde cada semana puede ser el inicio de un conflicto mayor.

Un país con gobernabilidad rota y conflicto permanente

El gobierno de Kast nace con fuego cruzado: la calle en contra, el Congreso bloqueado, la oposición organizada y la derecha exigiendo mano dura. Nada funciona: no hay alianzas estables, no hay capacidad de aprobar reformas y no hay legitimidad para pedir sacrificios. El aparato estatal, lejos de actuar como amortiguador, se vuelve terreno de disputa ideológica. Las instituciones no dialogan: chocan. Las acusaciones constitucionales se transforman en rutina y las interpelaciones en espectáculo. Chile se vuelve una máquina trabada donde la política deja de resolver problemas y empieza a multiplicarlos. No es ingobernabilidad: es desgobierno.

Geopolítica: nacimiento de un eje de derecha continental

Con Kast en el poder, Chile se alinea de inmediato con los gobiernos ultraderechistas de la región, configurando un bloque que combina retórica anti izquierda, cooperación militar y agenda económica desregulada. Estados Unidos respalda y acelera estas alianzas, dando la impresión de fortaleza internacional, pero a cambio de autonomía estratégica. Esto genera choques externos con Brasil, México y Colombia, y tensiones internas por la percepción de subordinación geopolítica. Chile, históricamente equilibrado, pierde su posición de país bisagra y queda atrapado entre un proyecto hemisférico conservador y una ciudadanía movilizada que rechaza cualquier deriva autoritaria.

La economía como detonante acelerado del caos

La economía no espera. Si la inflación continúa o el empleo no mejora rápido, el gobierno enfrenta una furia social inmediata. El modelo de desregulación y confianza ciega en el mercado no satisface demandas urgentes: salarios bajos, deudas impagables, pensiones miserables y costo de vida elevado. Kast intenta aplicar políticas de shock, pero estas profundizan el malestar. Los sectores populares, que votaron por seguridad y no por ideología, sienten la traición temprano. Sin resultados ni contención estatal, el conflicto económico alimenta el conflicto social y produce un desgaste irreversible. La crisis deja de ser política y se vuelve total.

El empresariado y las grandes fortunas

Que inicialmente celebran el triunfo de Kast como garantía de desregulación y orden, reaccionan con pánico cuando observan que el país entra en conflicto abierto. Saben que la economía necesita estabilidad mínima para producir, invertir y sostener cadenas de abastecimiento, algo imposible con huelgas, paralizaciones, protestas masivas y un Congreso bloqueado. El discurso empresarial cambia rápido: del entusiasmo por un gobierno “pro mercado” pasan al temor real de que el caos termine destruyendo sus propios intereses. La élite económica comprende que ningún modelo funciona sin paz social y que un país dividido en dos es un terreno fértil para el colapso productivo. Frente a ese escenario, presionan al gobierno para moderarse, pero ya es demasiado tarde: la crisis los arrastra a todos.

Kast y las Fuerzas Armadas / Carabineros

Kast recurrirá a las Fuerzas Armadas y a Carabineros como eje central para sostener el “orden” en medio del caos político y social. La presión por resultados rápidos lo llevará a justificar públicamente operativos agresivos, estados de excepción, militarización de calles y un uso ampliado de la fuerza bajo el argumento de que “la patria está en riesgo”. Esta alianza operativa entre gobierno y uniformados buscará proyectar control, pero generará el efecto contrario: más choques, más heridos, más resistencia, más legitimidad perdida. En ese escenario, las instituciones armadas se verán atrapadas entre cumplir órdenes políticas y enfrentarse al repudio público, reabriendo el trauma histórico de su rol en la dictadura. Kast no frenará esta deriva: la presentará como un deber, un sacrificio necesario para recuperar el país.

Kast y el Poder Judicial

El Poder Judicial será el próximo blanco cuando Kast descubra que jueces y fiscales no avalan detenciones irregulares, pruebas mal obtenidas o procedimientos policiales desbordados. Acusará “activismo judicial”, “garantismo extremo” y “falta de compromiso con la seguridad”, intentando instalar la idea de que los tribunales son responsables del caos. Esto deteriorará la separación de poderes y abrirá una crisis constitucional silenciosa pero profunda. Los jueces resistirán, las cortes declararán ilegalidad de ciertas medidas y el gobierno responderá con más confrontación. Kast buscará modificar normas, limitar atribuciones o intervenir indirectamente en nombramientos. El conflicto será inevitable: un presidente enfrentado al Poder Judicial siempre termina debilitado, pero en un país ya fracturado, ese choque puede terminar por erosionar la legitimidad misma del Estado.

Un país que entra directamente en el caos

Chile no “podría” entrar en caos: entra en caos desde el primer día. La victoria de Kast no es un punto de inflexión: es un punto de quiebre. Se combinan la memoria histórica, la polarización, la calle encendida, la falta de mayorías, la economía tensa y la presión internacional. El país queda atrapado en un ciclo en que ninguna autoridad controla el ritmo del conflicto. No hay luna de miel, no hay tregua, no hay estabilidad. Solo confrontación abierta entre un gobierno que intenta imponer orden y una sociedad que se niega a retroceder.

 Conclusión: Chile despierta en medio de un colapso político

El día siguiente al triunfo de Kast no trae calma, ni transición ordenada, ni espera prudente: trae colapso. La fractura histórica se profundiza de inmediato, la calle se activa, el Congreso se atrinchera y las instituciones se tensionan hasta el límite. Chile despierta dividido, agotado y desconfiado, entrando a una década marcada por el choque constante entre autoridad y resistencia. No es un escenario hipotético ni un ejercicio académico: es la consecuencia directa del país real que tenemos.

Kast no hereda una crisis: la inaugura…

 

Bibliografía:

  • Levitsky, S. & Ziblatt, D. How Democracies Die. Crown Publishing, 2018.
  • PNUD Chile. Auditoría a la Democracia: Informe País. Diversos años.
  • Latinobarómetro. Informe Anual 2023–2024.
  • Yearbook of Security and Defence.
  • Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH). Informes Anuales de Derechos Humanos en Chile.
  • Fiscalía nacional & Consejo para la Transparencia. Estudios sobre crimen organizado y seguridad pública.
  • Moulian, T. Chile Actual: Anatomía de un Mito. LOM Ediciones.
  • Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Estándares sobre uso de la fuerza y militarización.