Por Gustavo Gonzalez*

En los estudios básicos de teorías comunicacionales se habla de «La aguja hipodérmica», cuyos orígenes se remontan a 1933 y se le atribuye a Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, según la cual a fuerza de inocular masivamente a la población con falsedades termina creyendo la mentira por cierta («Mentir, mentir, que algo queda»).

Luego, allá por 1972 en Estados Unidos la Agenda Setting estableció que los medios más que imponer cómo pensar, imponen en qué pensar y subyugan al público en la dirección que les interesa. Ambas teorías, varias décadas después, son válidas para explicar el avance de la ultraderecha en estas elecciones presidenciales, donde no careció de «cómplices pasivos».

La TV y los medios del dupolio chileno, en manos empresariales, tuvieron el coro de radios y publicaciones supuestamente independientes, que coparon las pantallas y páginas de noticias policiales y jamás informaron que Chile es uno de los países más seguros de América, mucho más seguro que Estados Unidos y El Salvador, aunque Kast y Kaiser se solazaban con loas a Trump y Bukele. Este mismo aparato mediático, apuntalado por un MEO ansioso de conseguir votos, siguió replicando el discurso de la troika ultraderechista de un «Chile que se cae a pedazos», sin citar jamás informes internacionales serios que nos colocan en una buena posición mundial, e incluso ignorando análisis de economistas serios y ajenos al gobierno de Boric como Carlos Mladinic de la DC e Ignacio Briones (cercano a Evópoli).

Democratizar las comunicaciones sigue siendo la gran tarea pendiente para los derechos humanos y la democracia.

 

* periodista, escritor y académico