Escuchar al presidente electo de Bolivia, Rodrigo Paz, provoca un déjà vu histórico. Su insistencia en que “se farrearon el dinero”, que “nos aislamos del mundo” y que “la ideologización no da de comer” evoca el viejo discurso de Gonzalo Sánchez de Lozada, quien en los años noventa justificó el achicamiento del Estado y las privatizaciones describiendo a Bolivia como un país inviable.

por Mabel Severich

Hoy, con lenguaje más técnico y algo de modernidad, el libreto es el mismo: crear la sensación de ruina absoluta para legitimar un nuevo ciclo de políticas de libre mercado.

Este texto no busca defender a actores políticos concretos —ni al gobierno de Arce ni al de Morales—, sino mostrar hechos empíricos frente al intento de borrar la historia discursivamente. Este análisis está basado específicamente en las declaraciones que realiza Rodrigo Paz en su entrevista del domingo 26 de octubre (https://www.youtube.com/watch?v=SHhEPu3wmz0).

Cuando el discurso sirve al poder

Como bien explicó Habermas (hace ya cuarenta años), cuando la palabra se usa para influir y no para conversar, deja de ser comunicación y se convierte en poder. Eso es exactamente lo que vemos en el discurso de Rodrigo Paz.

En su Teoría de la acción comunicativa, Jürgen Habermas diferencia la comunicación orientada al entendimiento -que busca consenso racional- de la comunicación orientada al poder, en la que el lenguaje se vuelve un instrumento estratégico. Cuando el discurso se construye sobre la exageración o la omisión de datos, como ocurre al presentar a Bolivia como un país devastado, se reemplaza el diálogo por la manipulación del sentido común. En este marco, la narrativa del país inviable no describe la realidad: la produce. Exacerba la percepción de crisis para para justificar un regreso al viejo libreto neoliberal -tan presente hoy en Latinoamérica-.

En este contexto, resulta preocupante, aunque entendible, el silencio del círculo mediático boliviano: periodistas y medios históricamente alineados a una lógica empresarial-conservadora reproducen sin contraste alguno, la narrativa de este nuevo gobierno. Solo en la entrevista con France 24 la periodista contrasta los logros y avances anteriores, al discurso de Paz, a lo cual éste responde con un “no son logros, sino son sostenibles” evadiendo la afirmación de la periodista con una ambigüedad – aunque elegante- evidentemente intencionada. Al hacerlo, invisibiliza los logros sociales reales del proceso de cambio, y transforma la crítica legítima en una suerte de olvido colectivo.

Sí, Bolivia atraviesa una crisis económica real, pero esa crisis no invalida los avances acumulados; tampoco puede justificar la manipulación de los datos, ni el uso del lenguaje para deslegitimar veinte años de desarrollo social y soberanía económica.

Lo paradójico en este caso es que el triunfo que hoy lleva a Paz Pereira a la presidencia es, en gran medida, fruto del voto de los mismos sectores que su discurso pretende desvalorizar. Fueron esos más de tres millones de bolivianos que salieron de la pobreza quienes conformaron una nueva clase media: los cuentapropistas, comerciantes, cooperativistas y transportistas —muchos de ellos aymaras urbanos— que se beneficiaron del ciclo de crecimiento y redistribución de las últimas dos décadas.

Esa población, empoderada por un Estado que amplió derechos y consumo, ascendió en la pirámide social y se convirtió en sujeto político.
Es esa misma población, que hoy frente a la incertidumbre económica e institucional, votó por quien les prometió mantener el bienestar alcanzado.

Concluyamos entonces, que paradójicamente, Rodrigo Paz llegó al poder gracias a las mismas personas que hoy descalifica. Su discurso los presenta como una masa manipulable, cuando en realidad su propio triunfo se apoya en los avances sociales que les permitieron mejorar su vida significativamente. Sin olvidar que ese mejoramiento no solo se tradujo en ingresos económicos, sino en accesos y en conquista de derechos.

Los datos que contradicen el relato

“Se farrearon el dinero”. Entre 2005 y 2018, Bolivia redujo la pobreza moderada de 60,6 % a 34,6 % y la pobreza extrema de 38,2 % a 15,2 % (INE). El salario mínimo nacional se quintuplicó, de 440 Bs en 2005 a 2750 Bs en 2025, y el país mantuvo un crecimiento promedio anual del 4,8 % (INE). Hablar de un “Estado en ruinas” ignora esos indicadores verificables.

En otro momento de la entrevista, y tras la consulta sobre la relación con EEUU, Paz afirma que Bolivia “perdió un mercado de 500 millones de dólares” con EEUU, disminuyendo a 30 millones. Los datos del Instituto Boliviano de Comercio Exterior lo desmienten:

·         En 2014, las exportaciones a EE. UU. alcanzaron 2011 millones de dólares

·         En 2024, sumaron 305 millones de dólares.

Entonces el comercio con EEUU nunca se paró, ni se perdió, existió -además con cifras record- y existe ahora, aunque con menor volumen debido a diferentes motivos: desde la caída de precios internacionales, la diversificación hacia otros socios (China, Brasil) hasta a la nueva política económica proteccionista de Trump con la imposición de aranceles a sus importaciones.

Otro elemento discursivo: La falsa tesis del aislamiento

Contrario a lo que afirma el relato de Paz respecto a que el país estuvo aislado del mundo (por no tener relaciones diplomáticas con EEUU), Bolivia mantuvo en los últimos 20 años una presencia activa en el escenario internacional.

·         Por primera vez, Bolivia participó en Naciones Unidas con propuestas propias: presentó cerca de 10 resoluciones ante la Asamblea General, todas aceptadas y aprobadas por consenso. Entre ellas: Año Internacional de la Quinua (2013) y del Año Internacional de los Camélidos (2024)

·         Fue Sede de la Cumbre G77 + China (2014), con 133 países

·         Miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU (2017–2018).

·         Ingreso pleno al MERCOSUR (2024) y

·         Estatus de Estado Asociado en BRICS (2024)

Solo para nombrar algunos de los logros en política exterior. Por lo tanto, hablar de “aislamiento” solo tiene sentido si se confunde al mundo con Estados Unidos. Y se ignora que las relaciones bilaterales políticas, por lo general suelen distar o diferenciarse de las económicas. Ejemplos de esos, abundan.

La pandemia y la ruptura productiva

Ahora bien, Paz en todo el discurso de las gestiones de gobierno que se gastaron el dinero, manteniendo la misma lógica (antes mencionada) de las omisiones deliberadas para reforzar un argumento político, olvida muy convenientemente que el periodo 2019–2020 marcó un verdadero retroceso para Bolivia, en lo económico, con su consiguiente correlato en la parte social.

Recordemos que el gobierno de Jeanine Añez:

·         Paralizó la planta de urea de Bulo Bulo, con pérdidas superiores a 200 millones de dólares anuales.

·         Suspendió los proyectos del Mutún y del litio, tras rescindir el contrato con ACI Systems (Alemania), valorado en 1300 millones de dólares de Inversión Extranjera Directa (IED).

A eso se sumó, los millones que gastó en la compra irregular de gases lacrimógenos por casi 6 millones de dólares al Ecuador, con sobreprecio comprobado.

Esa etapa, no los veinte años previos, es la que en gran medida desarticuló la industrialización y agravó la fragilidad económica boliviana.

Otra omisión. La educación

Paz en la entrevista analizada habla, con gran novedad, de descentralizar la currícula educativa, por lo que debemos asumir que desconoce que la Ley 070 Avelino Siñani–Elizardo Pérez (2010) ya estableció el currículo regionalizado y el Bachillerato Técnico Humanístico orientado a la producción local. Entonces, la “reforma” anunciada es, en realidad, una reinstalación retórica de algo existente, con claros fines de posicionamiento político, con un discurso estructurado y armado para sostener las medidas neoliberales que se avizoran.

Crisis real, memoria necesaria.

Bolivia enfrenta desafíos económicos innegables, pero la crisis no autoriza la amnesia.

El relato del país inviable reaparece cada vez que el poder busca legitimar ajustes estructurales. Los datos muestran que hubo avances tangibles: reducción de pobreza, industrialización emergente, diplomacia activa y un sistema educativo con visión productiva. Que no fue suficiente, no lo fue, es cierto. Que no fue perfecto, nadie lo discute.

Sin embargo, el problema para Paz no está en debatir esos resultados, sino en borrarlos con elegancia, envolviéndolos en un lenguaje tecnocrático que suena convincente, para así reconstruir otro discurso hegemónico desde el olvido.

Paz Pereira ha entendido bien los tiempos de la post-verdad: no hace falta demostrar nada, basta con decirlo con seguridad y repetirlo con sonrisa de estadista —además tiene esa ventaja, la población tiende a creer más a un clasemediero blanco.

Como advertía Habermas, cuando la comunicación se convierte en instrumento de poder, la verdad deja de ser un valor y pasa a ser un obstáculo.