No era el nombre. Era el momento. Y le llegó.
Después del 9 de junio, no fue una encuesta, fue una certeza popular. Jeannette Jara, la candidata que pocos tenían en sus cálculos, pasó rápidamente de sorpresa interna a protagonista de la opinión ciudadana. No por aparición mediática ni cifras maquilladas, sino porque en ferias, buses, consultorios y chats de grupos, la gente comienza a nombrarla con convicción.
Matthei se estanca. Kast no capitaliza nada. Tohá desaparece. Boric no reacciona. Y en medio de ese tablero sin chispa, una ministra que viene de la CUT, que creció en San Miguel y que no apela al show, lidera la encuesta que realmente importa, la de la esperanza.
¿Por qué aparece ahora?
Porque algo se rompió en la política tradicional y ella lo entendió sin decirlo. Su victoria en las primarias trascendió votos, fue un mensaje claro de ruptura con el oficialismo sin alma, con el progresismo de pasillo y con la tecnocracia que reduce llevar el país a ordenar una planilla.
Jara representa a la población trabajadora, es madre, exministra de Previsión Social. No carga culpas del 2011 ni traiciones posteriores. Su imagen está limpia, su relato es genuino y resuena donde más duele.
Algunos sostienen que su ascenso es puramente circunstancial, reflejo del desgaste de Matthei o del desgaste de Kast. Pero eso sería simplificarla. Jara no aparece por falta de otros, aparece por presencia propia.
Encapsula una izquierda sin dogmas, una figura con experiencia sin arrogancia. Una política de partido, sin quedar atrapada en el partido. Y ahí está la pregunta clave, ¿seguirá en el PC o abandonará su sigla por estrategia? ¿Podría replicar lo que alguna vez hizo Allende, trascender sin renegar de sus orígenes?
La tesis no es de ruptura, sino de expansión. Si Jara articula una red que incluya independientes, movimientos regionalistas, feministas, trabajadores y migrantes, podría convertirse no solo en la candidata del PC, sino en la voz del pueblo trabajador chileno, sin etiquetas rígidas.
Y si eso ocurre…
Matthei no resiste. El poder de Jara no viene de su maquinaria política ni de padrinos históricos. Surge de la confianza que crece fuera de las élites, un fenómeno que en América Latina no se detiene con insultos ni encuestas apócrifas.
Ya hay señales, Matthei pierde tres puntos en sus tracking, Kast no absorbe ese espacio y en la UDI se instala la confusión. Su carta presidencial, fuerte en papel, empieza a perder su brillo frente a una figura que avanza, sin estridencias.
Eso molesta porque Jara no encaja en los estereotipos. No es la comunista radical. No es una populista ingenua. Es una mujer de carne y hueso, con firmeza, carácter y programa concreto, pensiones, salud, cuidados, trabajo. Es la solución, no la rabia. Y esa calma poderosa desarma a la derecha.
En el gobierno Boric seguirá evaluando. Sabe que quien lo suceda definirá su legado. Y las voces dentro del oficialismo admiten que Jara puede ser esa continuidad con cambio, la fuerza con la que se puede avanzar sin renegar del proceso iniciado.
Internamente, sin embargo, el PC se enfrenta a su prueba. Su base está ahí pero su proyección ya lo supera. Si se queda atada al aparato puede limitarse. No se discute la traición sino la autonomía política, una apertura que le permita hablarle a todo Chile, no solo a los doctrinarios.
Si Jara lo asume, no será ruptura. Será madurez. No busca destruir. Quiere construir, más amplia, más profunda, más real.
Los partidos siguen con sus conjeturas. Los analistas dudan. Pero en sindicatos, comités de vecinos y grupos de WhatsApp, Jara ya se nombra como candidata real. No como ensayo. Como alternativa de poder.
Y eso preocupa. Porque esto no nace de encuestas comerciales ni de estudios ideológicos. Surge de abajo, de la memoria social, del hartazgo institucional, de la urgencia de un país. Cuando un pueblo reconoce a alguien como su voz, no hay pacto que lo detenga.
Si Jara entiende que no la empuja un partido sino una mayoría social que quiere cambiar el rumbo, no la bajará nadie. Porque cuando el poder nace del pueblo, ni la élite ni el miedo pueden frenarlo.













