Vivimos una nueva semana santa en donde el mundo cristiano conmemora con dolor la pasión, muerte y resurrección de Jesús hace ya más de dos mil años. Sin embargo este hecho histórico-religioso pasa a ser un verdadero símbolo, que no logra trascender e internalizarse en el alma humana. Todo el mundo cristiano lo rememora, lo siente, se compadece, y luego se alegra con la
resurrección, pero luego todo pasa como si nada hubiera ocurrido, y siguen viviendo en el mismo modo de sobrevivencia habitual, olvidándolo tan rápido como llegó. No cala hondo, no se internaliza, no modifica ni el sentido ni la dirección de la vida de casi nadie.

El sacrificio de Cristo aparentemente no sirvió de nada para cambiar la mente y el corazón de los hombres. Se fundó una religión de la cual derivaron otras, y bajo su inspiración muchos se tornaron santos, pero no así en la cultura humana, pues no influyó decisivamente en el sentir, en el pensar y menos aún, en el actuar de los hombres.

A través de los crímenes contra la humanidad, y los atropellos a sus derechos humanos fundamentales, nuevamente se siguió crucificando a Jesús, incluso al amparo de la misma Iglesia Católica, primero con las Cruzadas, luego con la Inquisición, con las colonizaciones de América o África, o más contemporáneamente con la pedofilia, aunque probablemente haya sido así desde siempre. Para que hablar fuera de la Iglesia.

Jesús vino a transmitir un mandamiento que reza: “Amáos los unos a loas otros como yo los he amado”. Jamás los seres humanos entendieron ese mandamiento, y por lo tanto nunca lo aplicaron. Siguieron odiándose a sí mismos y a su prójimo, y mucho más cuando era un extraño, un extranjero, un supuesto enemigo.

Jesús profundizaba en estas enseñanzas predicando que amaran a sus enemigos también, porque qué mérito tiene el que ama a su familia y a sus amigos, los malos también lo hacen. Menos pudieron comprender ni asimilar este mensaje. Era demasiado exigente. Y lo siguió siendo a través de los siglos hasta el presente.

La pasión y crucifixión de Jesús, el Cristo, se asimiló por el mundo cristiano como un sacrificio planificado por Dios en la persona de su hijo, aceptado por él como su destino irrenunciable para la salvación de los hombres. En el huerto de Getsemaní rezaba: Padre. Aparta de mí este cáliz, tú puedes, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya. Por los hechos que siguieron a continuación, se entiende cual era la voluntad del Padre. Jesús pasó a ser así el cordero de Dios, que a través de su sangre quita los pecados del mundo. Y en cada eucaristía se repite: Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, danos la paz. Y de su mandamiento de Amor Universal, poco o nada.

Luego, las oraciones se convierten en un petitorio interminable, sin ofrecer prácticamente nada a cambio, que contribuya a su crecimiento espiritual o al bien de la humanidad.

Los judíos nunca entendieron que la misión de Jesús en la tierra era contribuir a que se salvaran mediante el amor de los unos a los otros, porque de lo contrario vivirían en perpetua violencia y guerras, con el consiguiente sufrimiento y la destrucción de todo lo construido con tanto esfuerzo. O tal vez equivocadamente, creyeron que se debían amar los unos a los otros, pero dentro del pueblo judío, y no así a los extranjeros o a quienes profesaban otras religiones, o adoraban otros dioses.

Tal es así, que luego de que la religión cristiana comenzara a extenderse por Europa, entró rápidamente en conflicto con los otros pueblos de Oriente, aliándose con los ejércitos en el combate a los pueblos paganos, adoradores de dioses extraños. Con la bandera del cristianismo mataron, destruyeron, y torturaron a quien se opusiera a su doctrina religiosa. Por el lado contrario la cosa no iba
mucho mejor, combatiendo decididamente a los cristianos, seguidores de una religión de infieles. En vez de tratar de lograr una comunión entre los pueblos, tras valores y principios comunes, se dedicaron a pelear en interminables guerras, en odiosidades irreconciliables. Del mandamiento del amor ya no quedaba nada.

En alianza con los ejércitos posteriormente, colonizaron y evangelizaron a sangre y fuego a los países latinoamericanos y africanos, sembrando odio, muerte y destrucción dondequiera que llegaban. El mandamiento del amor quedaba solamente relegado al interior de los templos, conventos o misiones. Hacia afuera, la violencia campeaba.

Y así ha seguido hasta nuestros días, haciendo treguas y pausas para Semana Santa y Navidad, para seguir luego combatiendo con más virulencia. Tal vez es el sino de la naturaleza humana, tan limitada, tan errática, tan equivocada, que no puede ni quiere entender que solamente la práctica del amor, como la enseñó Jesús, es la verdadera fuente de paz y de justicia para el mundo entero.

Putin, Netanyahu y Trump, Zelensky y todos los halcones belicistas, han decretado treguas momentáneas, oficiales o no, con motivo de Semana Santa, hipócritamente, pues sus objetivos son distintos, muy ajenos al mandamiento del amor de Jesús, y que es seguir combatiendo a un enemigo, que no debiera serlo, pues los enemigos solamente existen dentro de sus mentes podridas, presas de un odio basado en la codicia.

¿Qué sentido tiene seguir celebrando una Semana Santa, si la inmensa mayoría la ocupa como mini-vacaciones, a otros nos les interesa ni conocen su sentido, y a los que sí les interesa, tampoco cambian un ápice en su forma de ser y de vivir, y finalmente los satánicos gobernantes del mundo van a seguir en sus desquiciadas guerras?

El sacrificio de Cristo ha sido en vano, pues la humanidad se encargó de hacer fracasar la Ley Universal del Amor que nos dejara como legado.