Entre el 24 de mayo, día en que el presidente Rafael Correa presentó su informe a la Nación, hasta el 15 de junio, cuando el presidente nuevamente se dirige de manera muy breve al país, solo han pasado tres semanas. Para mí han sido como un año. Debe ser aquello que llamamos aceleración del tiempo histórico. No es el propósito de estas líneas relatar detalles pero diré al menos que, en el marco de su informe, el presidente destaca la denuncia por corrupción contra una de las asambleístas del movimiento oficialista y anuncia el envío de la propuesta de Ley de Redistribución de la Riqueza o Ley de Herencias (hago notar la distancia entre uno y otro nombre). La reacción de la sociedad ecuatoriana frente a los dos hechos fue completamente diferente.

Más allá de algunas notas y opiniones y del anuncio de investigación a fondo, no solo de la denuncia contra la asambleísta, sino de las cuentas y propiedades de todos los miembros de la Asamblea Nacional y sus familias, no pasó más. Nadie salió a las calles a protestar por la corrupción, a exigir transparencia y rendiciones claras, a demandar vigilancia y control estricto de manera que ni un dólar de nuestros impuestos termine en el bolsillo particular de algún funcionario. Nada de eso.

Todo lo contrario ocurrió con la Ley de Herencias (no quiero ni imaginarme lo que hubiera sido si la Ley hubiera sido de total Redistribución de la Riqueza). Páginas y páginas asegurando que el Estado nos va a quitar todo a todos incluso a quienes no tienen nada que quitarles, porque en esta sociedad inequitativa existen y son todavía muchos. El 2% de la población, al que afectaría la ley puso toda su maquinaria en acción y movilizó banderas negras con carteles reclamando lo propio, lo de cada quien, lo ganado con el sudor de la frente, el pan de los hijos, porque si hay pobres será por vagancia o falta de imaginación. Sí, eso vi, eso escuché y no deja de asombrarme y de indignarme, aunque me den todas las explicaciones posibles e imposibles.

Por el otro lado, porque así nos han organizado el “ring”, explicaron de un modo y de otro, echaron para atrás algún porcentaje que afectaba a algunos beneficiarios indirectos. Se movilizaron también, porque Ecuador es uno de los países más inequitativos del planeta, porque no puede haber justicia mientras la riqueza esté concentrada en poquísimas manos, porque hay un complot de la derecha para desestabilizar al gobierno. La tensión fue en aumento, el tono de la confrontación subió, pero el debate no se elevó. Cada quien en su trinchera, cada quien en lo suyo. ¿Por qué la corrupción no moviliza y el temor a perder “lo propio” si? Remito a dos artículos publicados en Pressenza porque quizás en ellos encontramos algunas pistas de respuesta a estas preguntas (1).

Los análisis fueron y vinieron. Que el gobierno se equivocó en el momento político para lanzar la ley, que no generó condiciones, que no se explicó previamente y con claridad, que no hubo estrategia de comunicación, que para qué tanta cosa si al final lo que realmente significa en dinero es tan poco frente al presupuesto del Estado. Que la gente no está movilizándose únicamente por esa ley sino por toda la inconformidad acumulada por muchos motivos. Que es obvio que los ricos reaccionen frente a una propuesta así, que ha sido así históricamente. Que es obvio que la clase media también porque temen perder lo alcanzado. Que en realidad se trata de una estrategia política de un lado y otro para medir fuerzas, para activar a las bases. En fin, hubo de todo, incluso el insólito “Fuera Correa Fuera” (¡!) y también, lamentablemente, manifestaciones de violencia física. Sucedió, además, en la semana en la que el presidente Correa cumplía una agenda en Europa. También cabría preguntarse por qué justo en esa semana y no antes.

El presidente llegó y al otro día, en la noche, en un discurso de tono pausado y tranquilo, anunció el retiro temporal no de una sino de dos leyes: la de herencia y la de plusvalía. No tardaron en circular, claro está, todos los análisis. Que el gobierno se echó para atrás, que se asustaron, que no esperaban esa reacción. Que no, que es una muestra de que no se quiere más confrontación. Que todo es por la visita del Papa. Que ya no se va a volver a hablar del tema. Que sí se hará y con más fuerza. Que los cálculos de los unos fallaron y los otros en cambio, calcularon bien. Pero también al contrario. Siempre según el lado desde el cual se está mirando.

Bien. Para mi, lo que realmente importa en el discurso de Rafael Correa no está en el Papa ni en el retiro de las leyes. Lo que realmente importa está en el llamado explícito al debate público. Ahí está, desde mi punto de vista, la clave de un giro posible y de una discusión ciudadana y plural muy relevante. Hace mucho tiempo no registraba un llamado del presidente Correa a debatir públicamente sobre un tema. Apelar a la democracia representativa obviando (o mediando, según se quiera) a través de ella el diálogo amplio, ha sido la tendencia. Así que, abrir la puerta al debate público es, propiamente, abrir una puerta que se mantuvo poco menos que entreabierta por un buen tiempo.

Podría suceder que nos quedemos esperando que desde alguna instancia estatal se genere el debate, se abran los espacios, se organicen mesas y propuestas. Y tal vez nos quedemos esperando y luego, indignados, reclamemos que nadie haya abierto y animado ese debate. Pero también podría suceder que recojamos la bandera e impulsemos un debate amplio, diverso, serio, respetuoso y propositivo. Un debate no sobre la ley de herencia o de plusvalía, al menos no solamente y quizás no prioritariamente. Un debate sobre lo que esas leyes han posicionado, bien o mal, queriendo o sin querer: la redistribución de la riqueza concentrada en pocas manos como condición de justicia, igualdad de oportunidades, equidad.

¿Será posible que quienes habitamos este hermoso país alentemos el debate ético, político y económico que supone redistribuir la riqueza? ¿Será posible poner en cuestión la concentración de mucho en pocas manos y la imperiosa necesidad de desconcentrar esa riqueza? ¿Será posible poner en el centro del debate el modelo de acumulación y las alternativas que, en proceso, podrían transformarlo? ¿Quién quiere, realmente, dar ese debate, proponer, avanzar en esa dirección? Tal vez los sucesos de estas tres semanas nos estén poniendo frente, sin quererlo, frente a una oportunidad: la de pasar la puerta, entrar y tomarnos un debate público que nos permita elevar la mirada y lanzarla hacia el futuro. ¿Qué tal si lo asumimos?

(Autora: Nelsy Lizarazo)