La derrota electoral que echó por tierra, por ahora, el interesantísimo proyecto de nueva constitución para Chile ha sido sin duda un gran fracaso. Han sido postergadas ideas y nuevas reglas de justicia social, de convivencia entre los géneros, entre los diversos territorios, entre los diveros Pueblos y entre nosotros/as y la naturaleza. Ideas y reglas que -aunque no nos creamos portadores de toda la verdad- tenemos la convicción profunda algún día se implementarán y beneficiarán a todos/as, incluídos por supuesto a los que votaron rechazo. Es como sí hubiésemos ido en contra de la evolución de las cosas, en contra de nosotros mismos.

Pero así como en la vida personal el fracaso permite distinguir los espejismos de nuestros ensueños, e identificar lo verdaderamente importante y esencial en nuestras vidas, renovando nuestras esperanzas y Sentido, intentaremos por lo menos comenzar a hacer esto a nivel de nuestro país, procesando el gran dolor y la frustración que a algunos/as nos queda luego de este inesperado fin de etapa, después de la Revuelta que nos despertó tantas esperanzas.

Sólo un par de puntos para una reflexión que ha de ser conjunta, y que ciertamente nos llevará su buen tiempo.

¿Cuáles fueron nuestras ilusiones? ¿Cuáles nuestros espejismos? Se me ocurren, entre otros, estos asuntos:

1. Pensar que era posible que el sistema, desde su institucionalidad, pudiese diseñar, ofrecer y respetar un proceso que lo cambiase radicalmente.

Si bien estamos entre los que pensamos que el acuerdo del 15 de noviembre del 2009 era la mejor alternativa de ese momento, razón parecen haber tenido los que desde sus inicios cuestionaron el acuerdo, como hecho entre cuatro paredes, por una élite política que sólo buscaba descomprimir la situación y desarticular la Revuelta.

Es que ahora, después de la derrota electoral, aparece más claro que, bajo la situación actual, y centrándonos sólo en las reglas impuestas por este sistema discriminador y violento, no serán posibles los cambios radicales que necesitamos.

Pensemos que incluso si hubiese ganado el Apruebo, era muy probable que el parlamento no aprobase las leyes que eran necesarias para implementar de verdad la nueva constitución.

Igual de iluso sería pensar de que, bajo las actuales reglas y el actual parlamento, se pueda continuar con un proceso constitucional (¡si es que lo pudiésemos siquiera llamar de este manera!) que sea significativo y que recoja las claras -y algunas bastante radicales- propuestas de la Convención.

Esto quizás no descarta participar directa o indirectamente en la nueva etapa que se abre, pero conscientes de sus insalvables límites y la muy poca relevancia que tendrá para el cambio social que necesitamos.

2. Pensar que vivimos en una democracia real, en que las personas se pueden informar adecuadamente y elegir con libertad.

La democracia implica necesariamente que los ciudadanos/as tengamos acceso a información veraz y plural. Sólo bajo esas condiciones podemos elegir democráticamente y en libertad. Pocas dudas me caben de que si la gente hubiese tenido, desde sus inicios, información veraz y plural respecto a lo que se discutía y a los consensos que se lograron en la Constituyente, se hubiese aprobado el texto.

La falta de ética de los/las colegas periodistas, su sumisión a las líneas editoriales de los dueños de los medios tradicionales -todos de derecha- llevó a que se limitaran a amplificar la campaña insidiosa y frecuentemente mentirosa de los que se oponen a los cambios. Está claro que muchísimos comulgaron con esas ruedas de carreta y terminaron convencidos que votar Apruebo era sinónimo de quebrar el país y fomentar el odio. A esto se le suma el crucial impacto de las redes sociales, hábilmente manipuladas para imponer el temor y la desinformación en algunos, y la creencia, para otros, de que todo marchaba sobre ruedas.

La necesidad de crear y/o potenciar los medios progresistas y el buen periodismo y de liberarnos del enredo de las redes virtuales comerciales y auto-referentes, se nos ha hecho patente.

Para hacer un símil con la vida personal, en que sólo la atención nos permite enfrentar las permanentes divagaciones, los fantasmas e ilusiones del yo habitual, para lograr ver más allá y encontrarle sentido a nuestras vidas, postulo que sólo una prensa veraz, independiente e incisiva permite que nos expresemos, y escuchemos, en esta gran plaza pública. Sin ella, sin esa atención social, no hay cambio significativo posible.

Foto de Helodie Fazzalari

3. Pensar que las papas sólo quemaban en Plaza Dignidad y en el ex-Congreso

Sin duda la Revuelta de octubre fue potente y las manifestaciones a lo largo y ancho del país fueron enormes y transversales. El sentimiento de fuerza colectiva, de solidaridad y de certezas de lo que se puede lograr cuando de manera no-violenta nos enfrentamos al poder, quedará profundamente marcado en la memoria colectiva y sin duda es un antes y después en la historia de este pequeño y presuntuoso país.

Pero tendremos que reconocer de que no fuimos capaces, por lo menos esta vez, de mantener ese espíritu, de ir transformándolo en acciones más allá del enfrentamiento directo y las catársis callejeras en Plaza Dignidad.

Aunque no sería justo olvidar las valiosas y no suficientemente conocidas experiencias de democracia directa y solidaridad que fueron las cientos de asambleas y cabildos barriales y esas ollas comunes de la pandemia. Pero muchas de ellas, me atrevería a decir la mayoría, no perduraron en el tiempo, diluidas en parte importante por las rencillas y discusiones pseudopolíticas de siempre, en vez de crecer, abriéndose a otros vecinos y otras ideas.

No desconocemos tampoco el enorme ejercicio cívico que fue la elaboración de la propuesta constitucional, por primera vez hecha por ese grupo ¡tan diverso! ¡Que emocionante era ver a las mujeres jóvenes, a los/las indígenas, a los activistas apasionados, ahí, palabra a palabra, soñando y venciendo con argumentos a los acartonados caballeros -o histérica dama- que respondían asustados/a a la potencial pérdida de sus certezas y privilegios!

Pero éramos muy pocos/as los/las que lo presenciamos. Los más sólo escucharon a los caballeros y la dama, únicos con permiso de hablar en la plaza pública.

4. Cambiar el mundo depende de otros/as.

Pero quizás la principal creencia e ilusión que nos ha llevado a este fracaso es el creer que cambiar el mundo no depende de uno.

Que se traduce también en el creer que hoy sufrimos una derrota prácticamente irreversible en el corto y mediano plazo, que necesariamente demoraremos muchos años -quizás décadas- en revertir la tendencia, y que la derecha y su violencia vendrán de nuevo por nosotros.

Saltar sobre esa creencia es quizás la más importante y verdadera necesidad que ahora tenemos que cumplir, para no seguir encandilados con falsos deseos de cambios totales e inmediatos, y lograr avanzar.

Yo propongo que dejemos de estar despechados por nuestro amor, la Revuelta.

Vienen al caso las palabras de Silo: “Verdaderamente amarás cuando construyas con la mira puesta en el futuro. Y si recuerdas lo que fue un gran amor, sólo habrás de acompañarlo con suave y silenciosa nostalgia, agradeciendo la enseñanza que ha llegado hasta tu día actual».

Acompañémonos entonces con esa nostalgia, agradezcamos la experiencia de la Revuelta y reflexionemos en profundidad sobre las enseñanzas que nos deja este amor que se nos va.

Para seguir amando y construyendo futuro.

Propongo entonces una Revuelta 2.0.

¡Que reagrupemos y preparemos una Primera Línea, esta vez con mayor capacidad, no-violenta, capaz de enfrentarse tanto a la represión, como a la venganza y el pesimismo!

¡Que llevemos la Revuelta a todos los territorios, más allá de Plaza Dignidad!

¡A todas las plazas, a todos los rincones, incluida nuestra intimidad!

Porque es allí el único lugar, y desde el único lugar, donde podemos superar los sentidos provisorios, hacer una política no provisoria, no sujeta a la decisión de otros/as.

Desde allí encontraremos el profundo Sentido de la -permítanme decirlo- Revolución verdadera, o la Revolución Total, como antes nos gustaba decir.

Aquella que logre trascender a las coyunturas políticas de turno y/o de moda, creando -amorosamente y sin permiso de nadie- el futuro, ahora, en nuestros barrios y en nuestras vidas.