Por Allan Astorga Gättgens

1. Introducción

Durante las últimas décadas, el cambio climático ha sido explicado principalmente como un proceso de aumento progresivo de la temperatura media global. Sin embargo, la evidencia científica más reciente sugiere que el problema que enfrenta el planeta va más allá de un simple calentamiento gradual. Cada vez con mayor claridad, distintos componentes del sistema climático —la criósfera, los océanos, la atmósfera y los grandes sistemas de circulación— muestran señales coherentes de una pérdida de estabilidad, entendida como la disminución de la capacidad del sistema Tierra para amortiguar perturbaciones y recuperar rápidamente condiciones de equilibrio.

Estas señales no se manifiestan de forma uniforme ni simultánea en todo el planeta. Por el contrario, se expresan mediante una creciente asimetría estacional y regional: veranos con olas de calor más intensas y persistentes, e inviernos que, lejos de suavizarse de manera homogénea, presentan episodios de frío extremo, tormentas de nieve severas y anomalías atmosféricas asociadas a una mayor ondulación del chorro polar y a perturbaciones del vórtice polar en el hemisferio norte. Esta coexistencia de extremos térmicos opuestos constituye una de las expresiones más claras de un sistema climático cada vez más inestable.

Al mismo tiempo, el océano —principal amortiguador del exceso de calor generado por las actividades humanas— muestra signos de sobrecarga térmica, mientras que regiones clave del Atlántico Norte, como el entorno de Islandia, adquieren una relevancia estratégica como zonas de observación temprana de cambios en la circulación oceánica y atmosférica de escala planetaria. De forma paralela, sistemas climáticos fundamentales para millones de personas, como los monzones asiáticos y africanos o los regímenes de precipitación en América del Sur, exhiben una variabilidad creciente, con consecuencias directas sobre la seguridad alimentaria, hídrica y social.

El objetivo de este artículo no es anunciar escenarios catastróficos inmediatos, sino analizar de manera serena y fundamentada por qué la convergencia de estas evidencias apunta a una fase de mayor inestabilidad del sistema climático global. A partir de esa lectura integrada, se examinan las posibles implicaciones a escala planetaria y, en particular, las proyecciones más relevantes para Centroamérica. Finalmente, se plantea cómo esta situación, lejos de abordarse únicamente como una amenaza, puede transformarse en una oportunidad estratégica si la región avanza hacia un ordenamiento territorial riguroso, una gestión preventiva del riesgo y una restauración inteligente de sus ecosistemas.

2. Evidencias de una inestabilidad creciente del sistema climático

La creciente preocupación científica en torno al estado actual del sistema climático no se fundamenta en un único indicador, sino en la convergencia de señales observadas en distintos componentes del sistema Tierra. Estas evidencias apuntan a una pérdida progresiva de estabilidad, entendida como la reducción de la capacidad del sistema para absorber perturbaciones y mantener patrones climáticos relativamente previsibles. En este contexto, la criósfera, los océanos y la atmósfera muestran respuestas cada vez más dinámicas y no lineales frente al forzamiento climático de origen antropogénico.

2.1 Derretimiento acelerado de los glaciares antárticos

Uno de los indicadores más claros de esta inestabilidad emergente se observa en la Antártica Occidental, donde glaciares de gran relevancia, como Thwaites y Pine Island, presentan tasas aceleradas de adelgazamiento y retroceso [1][2]. A diferencia de otros sistemas glaciares, en esta región el proceso dominante no es el derretimiento superficial, sino el derretimiento basal de las plataformas de hielo flotantes, provocado por la intrusión de aguas oceánicas relativamente más cálidas.

Estudios recientes han identificado que este aporte de calor hacia la base del hielo no es homogéneo, sino que está mediado por remolinos oceánicos submesoescalares, capaces de transportar agua cálida hacia cavidades bajo las plataformas [3]. Este mecanismo introduce una dinámica altamente sensible, en la que variaciones relativamente pequeñas en la circulación oceánica pueden traducirse en aumentos significativos del derretimiento basal y, por ende, en la aceleración del flujo glaciar hacia el océano.

Más allá de su contribución directa al aumento del nivel del mar, el comportamiento de los glaciares antárticos revela una sensibilidad creciente del sistema criosférico frente a perturbaciones oceánicas. Esta pérdida progresiva de estabilidad tiene implicaciones globales, ya que el aporte sostenido de agua dulce al océano puede influir en los gradientes de densidad que regulan la circulación oceánica a escala planetaria [4].

2.2 Océanos más cálidos y sobrecarga del principal amortiguador climático

Los océanos han desempeñado históricamente un papel fundamental como amortiguadores del calentamiento global, absorbiendo más del 90 % del exceso de calor generado por el forzamiento antropogénico [5]. Sin embargo, en los últimos años se han registrado valores récord tanto en la temperatura superficial del mar como en el contenido de calor oceánico, lo que sugiere que esta capacidad amortiguadora está siendo sometida a una presión creciente [6].

La sobrecarga térmica de los océanos tiene múltiples manifestaciones, entre ellas el aumento en la frecuencia e intensidad de eventos de blanqueamiento coralino masivo, observado de forma simultánea en distintos océanos durante el período 2023–2025 [7]. Estos eventos no solo afectan ecosistemas marinos altamente sensibles, sino que también reflejan un estado térmico oceánico anómalo a escala global.

Desde una perspectiva sistémica, el calentamiento oceánico altera los gradientes térmicos y de densidad que impulsan las grandes corrientes marinas, introduciendo una mayor variabilidad en la circulación oceánica y reduciendo la capacidad del océano para actuar como regulador estable del clima.

2.3 Variabilidad creciente de la circulación oceánica del Atlántico (AMOC)

La circulación meridional de retorno del Atlántico (AMOC) constituye uno de los principales sistemas de redistribución de calor a escala planetaria. Diversos estudios han documentado señales de debilitamiento y, sobre todo, un aumento en la variabilidad de este sistema durante las últimas décadas [8][9]. Estas tendencias se asocian al calentamiento del Atlántico Norte y al aporte creciente de agua dulce procedente del deshielo de Groenlandia y del Ártico.

Aunque no existe consenso científico sobre un colapso inminente de la AMOC, sí hay acuerdo en que una circulación más variable incrementa la probabilidad de cambios abruptos en los patrones climáticos regionales, particularmente en Europa y Norteamérica [4]. Esta mayor variabilidad se traduce en inviernos más fríos y erráticos en algunas regiones, así como en veranos con olas de calor más persistentes.

La relevancia de la AMOC en el contexto de la inestabilidad climática radica en su capacidad de amplificar perturbaciones, contribuyendo a la creciente imprevisibilidad observada en el sistema climático global.

2.4 Atmósfera, vórtice polar y aumento de los extremos climáticos

En la atmósfera, una de las manifestaciones más evidentes de la inestabilidad creciente es el comportamiento del vórtice polar y del chorro polar en el hemisferio norte. Diversos estudios sugieren que el calentamiento acelerado del Ártico está reduciendo el gradiente térmico entre altas y medias latitudes, favoreciendo un chorro más ondulante y una mayor frecuencia de bloqueos atmosféricos [10].

Esta configuración atmosférica propicia la coexistencia de extremos climáticos aparentemente contradictorios: veranos con olas de calor intensas y persistentes, e inviernos caracterizados por irrupciones de aire polar, tormentas de nieve severas y episodios de frío extremo en latitudes medias de Norteamérica y Europa. Lejos de contradecir el calentamiento global, esta coexistencia constituye una expresión clara de un sistema atmosférico más inestable.

La creciente frecuencia y persistencia de estos extremos refuerza la interpretación de que el sistema climático está perdiendo capacidad de autorregulación, incrementando los riesgos climáticos a escala regional y global.

3. Manifestaciones regionales de la inestabilidad del sistema climático

La pérdida progresiva de estabilidad del sistema climático global se expresa de manera diferenciada según las regiones, en función de su ubicación geográfica, sus patrones de circulación atmosférica y oceánica dominantes, y su interacción con sistemas climáticos regionales. En este sentido, las manifestaciones de la inestabilidad no son homogéneas, sino que adoptan formas específicas en las altas latitudes, las regiones tropicales y el hemisferio sur, afectando de manera directa a las sociedades y a los ecosistemas.

3.1 Norteamérica y Europa: extremos térmicos y asimetría estacional

En Norteamérica y Europa, una de las expresiones más claras de la inestabilidad climática creciente es la marcada asimetría estacional. Durante los veranos, se registran olas de calor más intensas, extensas y persistentes, asociadas a bloqueos atmosféricos que limitan la renovación de masas de aire y favorecen condiciones extremas durante períodos prolongados [11]. Estos eventos tienen impactos significativos sobre la salud pública, la agricultura, la demanda energética y los ecosistemas.

En contraste, los inviernos boreales muestran una mayor frecuencia de episodios de frío extremo, tormentas de nieve intensas y descensos abruptos de temperatura, particularmente en regiones de latitudes medias de Norteamérica y Europa [12]. Estas condiciones están vinculadas a perturbaciones del vórtice polar y a un chorro polar más ondulante, que facilita el desplazamiento de aire muy frío hacia el sur.

La coexistencia de veranos extremadamente cálidos con inviernos episódicamente muy fríos no constituye una contradicción del calentamiento global, sino una manifestación de un sistema atmosférico más inestable, con una mayor tendencia a amplificar los extremos climáticos.

3.2 Islandia y el Atlántico Norte: una región clave de observación temprana

La región del Atlántico Norte, y en particular Islandia, ocupa una posición estratégica en el sistema climático global. Su localización en la interfaz entre masas de aire polares y templadas, así como entre corrientes oceánicas cálidas y frías, convierte a esta región en un punto sensible para detectar cambios en la circulación oceánica y atmosférica [13].

Las observaciones realizadas en el entorno de Islandia han puesto de relieve variaciones significativas en la temperatura del océano, en la extensión del hielo marino y en los patrones de viento, lo que refuerza su papel como un verdadero sensor temprano de la inestabilidad del Atlántico Norte [14]. Estos cambios tienen implicaciones directas para Europa y Norteamérica, al influir en la distribución del calor y en los patrones de precipitación.

Desde una perspectiva sistémica, el seguimiento de esta región resulta fundamental para anticipar posibles cambios en la AMOC y en la dinámica atmosférica asociada, con repercusiones que pueden extenderse mucho más allá del Atlántico Norte.

3.3 África y Asia: variabilidad creciente de los sistemas monzónicos

En África y Asia, la inestabilidad climática se manifiesta de manera particularmente crítica a través de una mayor variabilidad en los sistemas monzónicos, de los cuales dependen millones de personas para su seguridad alimentaria y económica. Estudios recientes indican que los monzones presentan una tendencia a temporadas de lluvias más intensas, intercaladas con períodos de sequía prolongada [15].

Esta irregularidad en las precipitaciones incrementa la vulnerabilidad de amplias regiones, especialmente en el Sahel africano, el Cuerno de África y el sur y sudeste asiático. Las lluvias extremas favorecen inundaciones y deslizamientos, mientras que las sequías afectan la producción agrícola y el acceso al agua.

La creciente imprevisibilidad de los monzones refuerza la interpretación de que el sistema climático tropical está respondiendo de forma más errática a los cambios en la temperatura oceánica y en la circulación atmosférica global.

3.4 América del Sur: alteraciones en los regímenes de precipitación

En América del Sur, la inestabilidad climática se expresa mediante alteraciones significativas en los regímenes de precipitación, tanto en forma de sequías severas como de eventos de lluvias extremas. La cuenca amazónica ha experimentado en los últimos años sequías recurrentes, con impactos sobre los ecosistemas, los recursos hídricos y el balance regional de carbono [16].

Paralelamente, otras regiones del continente han registrado episodios de precipitaciones intensas e inundaciones, especialmente en zonas andinas y del Cono Sur. Estas fluctuaciones están estrechamente relacionadas con cambios en la temperatura del Atlántico y del Pacífico, así como con la interacción entre fenómenos oceánicos y atmosféricos.

La combinación de sequías e inundaciones en diferentes regiones del continente evidencia una mayor variabilidad climática y refuerza la necesidad de enfoques integrados de gestión del riesgo y planificación territorial.

4. Implicaciones y proyecciones para Centroamérica

Las evidencias de una creciente inestabilidad del sistema climático global adquieren una relevancia particular cuando se analizan desde la perspectiva de regiones altamente sensibles como Centroamérica. Por su ubicación geográfica, su condición tropical y su fuerte dependencia de los recursos naturales, la región se encuentra expuesta a una combinación de amenazas climáticas que tienden a intensificarse en un contexto de mayor variabilidad y pérdida de previsibilidad.

4.1 Variabilidad climática, agua y seguridad hídrica

Uno de los impactos más significativos de la inestabilidad climática en Centroamérica se relaciona con la creciente variabilidad de los regímenes de precipitación. La alternancia entre períodos de lluvias intensas y sequías prolongadas afecta de manera directa la disponibilidad y distribución del recurso hídrico, tanto superficial como subterráneo [17]. Esta situación incrementa la presión sobre cuencas hidrográficas, acuíferos y sistemas de abastecimiento de agua potable.

Las lluvias extremas favorecen procesos de erosión, inundaciones y deslizamientos, mientras que las sequías reducen la recarga de acuíferos y la disponibilidad de agua para consumo humano, agricultura y generación hidroeléctrica. En un escenario de mayor variabilidad climática, la gestión tradicional del recurso hídrico resulta insuficiente para garantizar la seguridad hídrica a mediano y largo plazo.

Esta combinación de excesos y déficits hídricos refuerza la necesidad de enfoques integrados de gestión de cuencas, protección de zonas de recarga y planificación territorial basada en criterios científicos.

4.2 Impactos sobre la agricultura, los ecosistemas y la seguridad alimentaria

La agricultura centroamericana, altamente dependiente de la regularidad climática, se ve particularmente afectada por la inestabilidad del sistema climático. La mayor frecuencia de sequías, olas de calor y eventos de lluvia extrema altera los calendarios agrícolas, reduce rendimientos y aumenta la vulnerabilidad de pequeños y medianos productores [18].

Al mismo tiempo, los ecosistemas naturales —bosques, humedales y manglares— enfrentan un estrés creciente, lo que compromete su capacidad para proveer servicios ecosistémicos fundamentales como la regulación hídrica, la protección frente a inundaciones y la conservación de la biodiversidad. La degradación de estos ecosistemas amplifica los impactos climáticos sobre las comunidades humanas.

Desde una perspectiva regional, la combinación de impactos sobre agricultura y ecosistemas incrementa los riesgos para la seguridad alimentaria, especialmente en zonas rurales y en contextos de pobreza estructural.

4.3 Riesgos para infraestructura, asentamientos humanos y economía regional

La creciente inestabilidad climática también plantea desafíos significativos para la infraestructura y los asentamientos humanos en Centroamérica. Inundaciones, deslizamientos, tormentas intensas y olas de calor afectan carreteras, puentes, sistemas de drenaje, viviendas y redes energéticas, generando costos económicos elevados y recurrentes [19]. A ello se suma la susceptibilidad a los GeoRiesgos asociados a su ubicación en una región muy activa de choque de placas tectónicas.

Muchos de estos impactos se ven agravados por patrones históricos de ocupación del territorio que no consideraron adecuadamente las amenazas naturales ni la fragilidad ambiental. En un contexto de mayor variabilidad climática, estas debilidades estructurales incrementan la exposición y la vulnerabilidad de amplios sectores de la población.

Las pérdidas económicas asociadas a eventos climáticos extremos tienden a repetirse y acumularse, afectando el desarrollo económico regional y desviando recursos que podrían destinarse a inversión social y productiva.

4.4 Inestabilidad climática, migración y presión social

Finalmente, la combinación de impactos sobre el agua, la agricultura, los ecosistemas y la economía contribuye a generar presiones sociales crecientes en la región. La pérdida de medios de vida, la inseguridad alimentaria y los daños recurrentes por eventos extremos actúan como factores que impulsan la migración interna y transfronteriza [20].

Si bien la migración climática es un fenómeno complejo y multicausal, la inestabilidad climática funciona como un multiplicador de vulnerabilidades existentes, exacerbando desigualdades sociales y territoriales. En ausencia de estrategias preventivas, estas dinámicas pueden intensificarse en las próximas décadas.

Reconocer la relación entre clima, territorio y dinámica social resulta fundamental para diseñar políticas públicas integrales que permitan anticipar y gestionar los impactos de un sistema climático cada vez más inestable.

5. De la inestabilidad climática a la oportunidad estratégica para Centroamérica

El reconocimiento de una creciente inestabilidad del sistema climático global no debe interpretarse únicamente como una fuente de riesgos, sino también como una oportunidad para replantear los modelos de desarrollo y de ocupación del territorio. En el caso de Centroamérica, esta coyuntura ofrece la posibilidad de anticiparse a los impactos climáticos, reducir vulnerabilidades históricas y fortalecer la resiliencia regional mediante decisiones estratégicas basadas en conocimiento científico y planificación de largo plazo.

5.1 Ordenamiento territorial como eje central de la adaptación

Una de las herramientas más eficaces para transformar el riesgo climático en oportunidad estratégica es el ordenamiento territorial basado en criterios científicos. La identificación precisa de amenazas naturales, fragilidades ambientales y capacidades de acogida del territorio permite orientar el desarrollo humano hacia zonas más seguras y reducir la exposición de la población a eventos extremos [21].

En un contexto de mayor variabilidad climática, el ordenamiento territorial deja de ser un instrumento meramente normativo y se convierte en un componente esencial de la adaptación. Planificar dónde construir, dónde conservar y dónde restaurar ecosistemas resulta clave para disminuir pérdidas humanas y económicas.

Este enfoque permite además optimizar la inversión pública y privada, evitando costos futuros asociados a la reconstrucción recurrente tras desastres climáticos.

5.2 Restauración de ecosistemas y fortalecimiento de la infraestructura natural

La restauración de ecosistemas degradados constituye una estrategia central para aumentar la resiliencia frente a la inestabilidad climática. Bosques, humedales, manglares y suelos saludables funcionan como infraestructura natural capaz de regular el ciclo hidrológico, reducir el riesgo de inundaciones y deslizamientos, y amortiguar los efectos de sequías prolongadas [22].

En Centroamérica, donde la degradación ambiental ha reducido significativamente la capacidad de los ecosistemas para cumplir estas funciones, la restauración ecológica representa una inversión estratégica con beneficios múltiples: ambientales, sociales y económicos.

Además de fortalecer la resiliencia climática, la restauración de ecosistemas contribuye a la generación de empleo local, a la protección de la biodiversidad y a la captura de carbono, integrando objetivos de adaptación y mitigación.

5.3 Gestión preventiva del riesgo y resiliencia de la infraestructura

La transición hacia un modelo de gestión preventiva del riesgo es otro componente clave para enfrentar un clima más inestable. Esto implica pasar de una lógica reactiva, centrada en la atención de emergencias, a una lógica preventiva que incorpore el análisis de amenazas y vulnerabilidades en todas las etapas de planificación y diseño de infraestructura [23].

Infraestructuras resilientes, diseñadas considerando escenarios de mayor variabilidad climática, reducen la probabilidad de fallos catastróficos y garantizan la continuidad de servicios esenciales como agua potable, energía, transporte y salud.

La integración de criterios climáticos y de riesgo en la inversión pública y privada resulta fundamental para proteger el desarrollo económico y social de la región a largo plazo.

5.4 Centroamérica como territorio de resiliencia y oportunidad regional

Finalmente, la adopción de una estrategia integral basada en ordenamiento territorial, restauración ecológica y gestión preventiva del riesgo permite visualizar a Centroamérica no solo como una región vulnerable, sino como un territorio con potencial para convertirse en un referente de resiliencia climática.

En un escenario global de creciente inestabilidad, las regiones capaces de ofrecer seguridad territorial, disponibilidad de recursos hídricos y estabilidad social adquieren un valor estratégico creciente. Centroamérica, si actúa de manera anticipada y coordinada, puede posicionarse como una región de acogida y adaptación frente a los desafíos climáticos del siglo XXI.

Convertir la crisis climática en una oportunidad estratégica requiere voluntad política, cooperación regional y una visión de largo plazo que integre ciencia, territorio y bienestar humano.

6. Conclusión

El análisis integrado de las evidencias presentadas a lo largo de este artículo permite afirmar que el sistema climático global está atravesando una fase caracterizada por una creciente inestabilidad. Esta inestabilidad no se manifiesta como un fenómeno uniforme, sino como una combinación de respuestas no lineales en la criósfera, los océanos y la atmósfera, que se traducen en una mayor variabilidad climática y en la intensificación de los extremos. La coexistencia de veranos cada vez más cálidos con inviernos episódicamente muy fríos, la sobrecarga térmica de los océanos y la mayor variabilidad de los grandes sistemas de circulación constituyen señales coherentes de esta pérdida progresiva de capacidad amortiguadora del sistema Tierra.

Estas señales no implican necesariamente la ocurrencia inmediata de escenarios catastróficos, pero sí advierten sobre un aumento sustancial del riesgo climático global y regional. En este contexto, la incertidumbre y la imprevisibilidad se convierten en factores centrales que deben ser incorporados de manera explícita en la planificación del desarrollo, la gestión del territorio y la formulación de políticas públicas.

Para Centroamérica, una de las regiones más sensibles a la variabilidad climática, este escenario plantea desafíos significativos, pero también abre una ventana de oportunidad estratégica. La anticipación, basada en ciencia y conocimiento territorial, permite reducir vulnerabilidades históricas, proteger a la población y fortalecer la resiliencia de los sistemas productivos, ecológicos y sociales.

Convertir la inestabilidad climática en una oportunidad requiere abandonar enfoques reactivos y avanzar hacia una visión preventiva e integrada, donde el ordenamiento territorial, la restauración de ecosistemas y la gestión del riesgo se articulen como pilares del desarrollo. En un mundo cada vez más expuesto a extremos climáticos, la capacidad de planificar con inteligencia y de actuar con anticipación se convierte en uno de los principales activos estratégicos para garantizar el bienestar humano y la estabilidad regional en las próximas décadas.

Referencias

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[3] Nakayama, Y., Timmermann, R., Rodehacke, C., et al. (2021). Antarctic ice shelf melting controlled by ocean circulation variability. Nature Communications, 12, 384. https://doi.org/10.1038/s41467-020-20673-8

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[20] IOM. (2021). World Migration Report. International Organization for Migration.

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[22] UNEP. (2021). Ecosystem restoration for climate resilience. United Nations Environment Programme.

[23] World Bank. (2021). Climate risk and adaptation in infrastructure investment.

Fuente de las imágenes: https://ciencia.nasa.gov/ciencias-terrestres/seguir-la-corriente-visualizacion-de-las-corrientes-oceanicas-con-ecco/ 

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