El oro ya no brillaba igual pero la maquinaria del saqueo seguía girando. España apretó hasta la última gota y el siglo cerró con rebeliones, fusilamientos y cadenas.
1700 a 1800 – El siglo del agotamiento y la resistencia
El siglo XVIII fue para el Perú una mezcla de desgaste y rabia acumulada, las minas más ricas empezaban a mostrar signos de agotamiento pero la corona española no aflojó su apetito. No había espacio para pensar en el bienestar de la población local: el sistema estaba diseñado para exprimir, no para compartir. La mita minera y las encomiendas seguían vigentes aunque con nuevos nombres y reformas que solo maquillaban la esclavitud.
Las minas de plata de Potosí, ya con tres siglos de explotación, rendían menos que en el apogeo del siglo anterior. El Cerro Rico estaba perforado como un panal moribundo, la calidad del mineral bajaba y los costos de extracción subían pero el trabajo forzado no disminuía. Miles de indígenas y mestizos seguían entrando a las galerías cada semana, respirando polvo y mercurio, para sostener un imperio al que nunca pertenecieron.
En Huancavelica el mercurio seguía fluyendo hacia los ingenios de Potosí. Aunque su producción disminuyó, todavía se extraían más de 1.000 toneladas por década, envenenando el aire, el agua y la sangre de quienes lo trabajaban. La vida útil de un obrero en la mina de Santa Bárbara apenas llegaba a cinco años antes de morir por intoxicación.
El saqueo diversificado
Cuando la plata comenzó a flaquear, la corona amplió su foco. Oro de los ríos amazónicos, cobre de las zonas altas, salitre de Tarapacá, cacao y algodón de la costa norte y sobre todo la coca de los valles interandinos, que era vendida a precios inflados a los mismos mineros para que soportaran las jornadas. Nada quedaba fuera del alcance del virreinato.
Los puertos de Callao, Arica y Paita se convirtieron en arterias vitales para el contrabando, especialmente hacia Inglaterra y Holanda, que empezaban a colarse en el negocio gracias a la corrupción de funcionarios españoles. El contrabando era tan masivo que en algunos años superaba el comercio legal registrado en las aduanas del virreinato.
Reformas borbónicas y mayor control
Con la llegada de los Borbones al trono español, las reformas del siglo XVIII buscaron aumentar el control fiscal y militar sobre las colonias. Se crearon intendencias, se reorganizaron aduanas y se incrementaron los impuestos. En teoría se trataba de “modernizar” la administración colonial, en la práctica significó más presión sobre los pueblos indígenas y mestizos que veían cómo cada reforma venía acompañada de más tributos y menos libertades.
La creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776 que separó Potosí de Lima, fue un golpe directo a la economía peruana. El objetivo de España era optimizar el flujo de plata hacia Europa pero para el Perú significó perder uno de sus principales centros de riqueza y quedar más dependiente de la explotación interna.
El estallido de la rabia
La rabia acumulada durante siglos estalló en 1780 con la gran rebelión de Túpac Amaru II. José Gabriel Condorcanqui, descendiente directo de los incas, se levantó contra el régimen colonial en nombre de la dignidad y la justicia. Su rebelión no fue solo contra los abusos de los corregidores sino contra todo el sistema de opresión y saqueo.
En apenas unos meses el levantamiento se extendió por gran parte del sur andino, desde el Cusco hasta el Alto Perú. Miles de indígenas, mestizos e incluso algunos criollos se unieron a la causa. El objetivo era claro: acabar con la mita, los tributos abusivos y la humillación sistemática.
La respuesta española fue brutal. Tras meses de combates, la rebelión fue sofocada con ejecuciones públicas, torturas y un despliegue de terror destinado a quebrar cualquier intento futuro. El descuartizamiento de Túpac Amaru II en la plaza del Cusco en 1781 fue un mensaje para todo el continente: no habría clemencia para quienes se atrevieran a desafiar al imperio.
El precio humano y material del siglo
El saqueo del siglo XVIII no alcanzó las cifras colosales de los siglos anteriores en plata y oro pero sí se diversificó en más productos y en un control más estricto del trabajo. Los indígenas seguían cargando con el peso del sistema pero ahora bajo una maquinaria fiscal más agresiva.
Cifras aproximadas del saqueo (1700–1800):
• Plata: unas 8.000 toneladas adicionales, valor actual superior a US$ 250.000 millones.
• Oro: unas 60 toneladas, hoy equivalentes a US$ 4.500 millones.
• Mercurio: más de 12.000 toneladas desde Huancavelica, con un valor actual de US$ 1.500 millones y un costo humano devastador.
• Otros productos (cobre, salitre, cacao, algodón, coca): valor conjunto estimado en US$ 10.000 millones.
• Trabajo forzado y tributos: pérdida social estimada en US$ 40.000 millones actuales.
Cifras de exterminio humano – 1700 a 1800:
• Población indígena estimada al inicio del siglo: 1,5 a 2 millones.
• Muertes por trabajos forzados, epidemias y represión: entre 300.000 y 500.000 personas.
• Supervivencia hacia 1800: 1,2 a 1,5 millones, en su mayoría sometidos a tributos y mita encubierta.
• Etnias más afectadas: quechuas del sur, aymaras del altiplano, asháninkas de la selva central y comunidades costeñas.
El cierre del siglo
El siglo XVIII terminó con un imperio español más débil, acosado por guerras en Europa y levantamientos en América. El Perú seguía siendo una colonia rica en recursos pero con una población exhausta y resentida. Las semillas de la independencia estaban plantadas aunque todavía faltaban décadas para que germinaran.
España creyó que con la muerte de Túpac Amaru II había enterrado el espíritu rebelde andino, se equivocó. Lo único que hizo fue encender una llama que, en el siglo siguiente, ardería con más fuerza.













