No basta con conquistar territorios. Hay que destruir la memoria para que el vencido olvide que un día fue libre.
1570 a 1600
La última llama en los Andes
Vilcabamba era más que una ciudad escondida, era el último latido de un imperio que aunque derrotado militarmente, aún respiraba en lo profundo de las montañas. Desde allí, Túpac Amaru I (hijo de Manco Inca y heredero de un linaje que se negaba a desaparecer) gobernaba lo que quedaba del Tahuantinsuyo libre. No tenía la vastedad de antes, pero sí la dignidad intacta. Y eso, para la corona española, era una amenaza mayor que un ejército.
Los españoles habían arrasado Cusco, habían tomado Quito y saqueado el Collasuyo. Sin embargo no podían tolerar que un Inca siguiera reclamando autoridad sobre los ayllus y manteniendo relaciones diplomáticas con pueblos amazónicos y andinos aún no sometidos. Vilcabamba, escondida en la selva alta, era el último faro de soberanía indígena en Sudamérica.
Un imperio reducido, un pueblo vigilante
Desde 1536, tras la rebelión de Manco Inca, los sucesores de la dinastía habían resistido en el exilio. Sayri Túpac aceptó un acuerdo con los españoles en 1557 pero su muerte dejó el trono a su hermano menor, Túpac Amaru I. Este no aceptó pactos de vasallaje, reorganizó milicias, reabrió rutas hacia la Amazonía y mantuvo la llama de la resistencia. Los españoles lo llamaban “el rebelde” y “el obstáculo final”. Para los pueblos andinos, era el símbolo de que la historia aún no había terminado.
La excusa para la ofensiva final
En 1571 el virrey Francisco de Toledo buscaba una razón para eliminar a Vilcabamba de una vez. La encontró en un incidente fronterizo: unos mensajeros españoles fueron ejecutados por orden de oficiales incas, acusados de espionaje. Fue suficiente. Toledo movilizó un ejército con centenares de soldados españoles y miles de auxiliares indígenas ya sometidos, avanzó por las rutas altas y bajas, cercando la ciudad sagrada.
Vilcabamba cayó en 1572. La captura de Túpac Amaru I fue rápida pero su traslado a Cusco fue un espectáculo calculado para quebrar cualquier resto de orgullo andino.
La ejecución del símbolo
El 24 de septiembre de 1572 la plaza del Cusco estaba llena, españoles y aliados indígenas ocupaban cada rincón. Túpac Amaru, vestido con su uncu real y un tocado de plumas fue llevado al cadalso. No imploró, no gritó. Solo pidió que no se matara a su pueblo. Un fraile intentó su conversión final, pero el Inca respondió con silencio. El verdugo hizo su trabajo y con un solo golpe, la cabeza del último Inca rodó frente a miles de testigos. El cuerpo fue enterrado en secreto, la corona creyó que así moría también la idea de un Perú libre.
El silencio impuesto
Después de la ejecución, Toledo prohibió cualquier mención al nombre de Túpac Amaru. Los descendientes de nobles incas fueron vigilados, deportados o forzados a vivir bajo control directo de corregidores españoles. El quechua fue tolerado como lengua auxiliar pero toda educación oficial debía impartirse en castellano. Se destruyeron estandartes, se profanaron huacas y se confiscaron tierras comunales para entregarlas a encomenderos y órdenes religiosas.
El genocidio no fue solo físico, fue cultural, económico y espiritual. Las comunidades andinas quedaron obligadas a trabajar para el sistema colonial ya sea en la mita minera o en haciendas agrícolas que abastecían a las ciudades controladas por la corona.
El saqueo continúa
Entre 1570 y 1600, las minas de Potosí, Huancavelica y otras regiones siguieron funcionando a máxima capacidad. Cada año salían hacia Sevilla unas 300 toneladas de plata refinada, equivalentes a miles de millones de dólares actuales. La producción de oro, aunque menor, se mantenía estable en unas 3 a 4 toneladas anuales. Todo esto financiaba no solo el lujo de la corte española, sino guerras europeas en las que el Perú no tenía nada que ganar.
Cifras del saqueo (1570-1600)
• Plata: unas 9.000 toneladas adicionales extraídas, valor actual de US$ 280.000 millones.
• Oro: unas 120 toneladas, valor actual de US$ 9.000 millones.
• Mercurio: 15.000 toneladas desde Huancavelica, valor de US$ 1.800 millones.
• Trabajo forzado: cerca de 700.000 indígenas obligados a la mita en este periodo, pérdida social equivalente a US$ 55.000 millones.
Cifras de exterminio humano – 1570 a 1600
• Población inicial estimada en 1570: 2 millones.
• Muertes en tres décadas: unas 500.000 personas por trabajo forzado, hambre y epidemias.
• Población al 1600: 1,5 millones, la mayoría bajo control directo de encomenderos o reducciones.
La memoria no murió
Aunque los españoles intentaron borrar toda huella de Túpac Amaru I, las comunidades guardaron su recuerdo en cantos, tejidos y relatos orales. Durante siglos su nombre sería pronunciado en voz baja, hasta que otro Túpac Amaru, en 1780, retomara esa bandera en una rebelión que sacudiría el virreinato. La ejecución de 1572 cerró un capítulo pero abrió otro: el de la resistencia prolongada, la lucha por la tierra y la dignidad que, de una forma u otra, ha llegado hasta nuestros días.
En la Parte 4 veremos cómo en los siglos XVII y XVIII el saqueo continuó, las riquezas siguieron saliendo y la represión se perfeccionó.
España se enriquecía, pero el Perú quedaba cada vez más pobre y más vigilado.













