Los siglos no se borran, pero se corrigen. Y el Perú aún puede escribir el capítulo que nunca se atrevió a escribir.
Cinco siglos de ida
El Perú ha vivido bajo un patrón constante: la riqueza sale, la pobreza queda. Desde la llegada de Pizarro en 1532, pasando por la República temprana hasta los megaproyectos del siglo XXI, la ecuación ha sido casi idéntica: el recurso natural como mercancía bruta y el país como proveedor de bajo valor agregado. El genocidio colonial no fue solo físico: fue económico, cultural y político.
La colonia dejó cicatrices en forma de latifundios, jerarquías raciales y economía de enclave. La República no las cerró: heredó la misma estructura y la vistió con banderas nacionales.
Lo que habría pasado si…
Si en 1821 el Perú hubiera establecido control estatal sobre la extracción con industrialización progresiva, tal como proponen hoy los modelos de Noruega o Botswana, el país podría haber acumulado reservas soberanas equivalentes al 300% de su PIB actual. El cobre, el guano, el petróleo, el gas y el oro habrían financiado un tejido industrial propio, educación universal de calidad y una red de salud pública avanzada.
En cambio entre 1821 y 2025, más del 70% de la renta minera e hidrocarburífera neta se transfirió al exterior, ya sea vía utilidades, dividendos o sobreprecios en la cadena logística. El Estado fue espectador cuando debía ser arquitecto.
El presente que repite el pasado
Hoy el Perú extrae más cobre que nunca, produce gas para exportar, tiene potencial de litio y reservas de oro aún codiciadas. Pero las cifras humanas muestran otra realidad: un tercio del país sin acceso pleno a agua potable, miles de comunidades con metales pesados en la sangre y regiones enteras donde la minería es la única fuente laboral, pero sin alternativas sostenibles cuando la veta se agota.
Los conflictos socioambientales activos superan los 180 casos según la Defensoría del Pueblo. En muchos, el problema no es la existencia del proyecto, sino la forma en que se impone: sin consulta real, con estudios ambientales complacientes y con beneficios concentrados.
Lo que puede pasar si…
Si el Perú aplica la hoja de ruta planteada en la Parte 11 el cambio no sería instantáneo, pero sí medible:
• En 5 años, mayor recaudación y reducción de conflictos por reglas claras.
• En 10 años, primeras industrias de fundición y refinación funcionando en regiones productoras.
• En 15 años, Fondo Soberano capaz de financiar educación y salud de alta calidad sin depender del ciclo de precios internacionales.
• En 30 años, un Perú industrializado en áreas estratégicas, con empresas nacionales compitiendo en tecnología energética y manufactura pesada.
Este camino no eliminará la minería ni la agroindustria, pero sí cambiará quién se queda con la parte más grande de la torta.
Las dos rutas posibles
Perú tiene hoy dos rutas frente a sí:
1. Seguir igual, confiando en que los precios internacionales mantendrán el flujo de divisas, asumiendo que la desigualdad es un costo inevitable.
2. Cambiar el diseño, entendiendo que el recurso natural es un medio y no un fin, y que el verdadero valor está en la cadena completa, no en el mineral sin procesar.
El primer camino ya lo conocemos: termina en dependencia, pasivos ambientales y pobreza cíclica. El segundo no tiene garantías, pero ofrece algo que el Perú no ha probado en cinco siglos: soberanía económica con dignidad social.
El saqueo
El saqueo colonial nos enseñó a sobrevivir pero no a gobernar nuestros recursos. La República, con honrosas excepciones, no rompió esa inercia. La globalización del siglo XXI repite las mismas reglas con nombres nuevos: inversión extranjera directa, competitividad, seguridad jurídica.
Hoy, como en 1532, la pregunta es la misma: ¿quién decide qué se hace con el oro, el cobre, el gas y el agua? Si la respuesta sigue estando fuera, el futuro ya está escrito. Si la respuesta empieza a estar dentro, entonces sí habrá comenzado la verdadera independencia.













