Ese 8 por ciento que no cree en nada, pero decide todo
No les interesa la política, pero la definen. No militan, pero votan. No se casan con nadie, pero te entierran en la segunda vuelta. Son pocos, pero son decisivos y no están en tus planes, porque no creen en tus planes.
El fantasma que decide. No usan chapitas, no van a marchas, no escriben columnas pero el día de la elección están ahí, sonríen, se encogen de hombros, votan y cambian la historia. Son ese 8 a 12 por ciento que nadie puede controlar, pero todos quieren seducir. No son tuyos ni del otro, no están convencidos, están hartos, hartos de ti, de los tuyos, de los otros, de todo. Y sin embargo, votan. No por amor, por impulso, por rabia, por miedo, por intuición, a veces por accidente. Son los votos mutantes y en Chile suman casi un millón y medio.
No creen, pero entienden. No creen en la política pero sí en su efecto. No se sienten parte pero entienden que si no votan, ganan los peores. No quieren partidos, quieren soluciones. No piden utopías, exigen que no los pasen a llevar. Y lo deciden solos, sin influencers, sin matinales, sin gurús. No tienen jefes de campaña, tienen rabia, tienen memoria, tienen una certeza: todos mienten, solo algunos mienten mejor.
En Chile ya los vimos actuar. Los sociólogos los estudian, los partidos los ignoran, los medios los caricaturizan pero son ellos los que inclinan la balanza. En 2021 votaron por Boric, después de dejarlo fuera del radar en primera vuelta. En 2017 levantaron a Piñera aunque decían odiar a la derecha. En 2009 se fueron con Frei hasta que un viernes cualquiera se cruzaron de vereda. No son mayoría pero sí son los que deciden dónde cae la moneda.
No los verás en encuestas. Y aquí estamos otra vez creyendo que los debates, los programas y las encuestas dirán quién será el próximo Presidente, pero no, lo dirán ellos, ese millón de mutantes que no aparece en los sondeos, que no confía en nadie pero que llega puntual a la urna. A veces con sus hijos, a veces con una cara de fastidio que grita “vengo solo porque no quiero que ganen los otros” y ese voto, ese gesto, vale más que mil promesas de campaña.
Clase media, clase baja, voto sin clase. ¿Quiénes son? Jóvenes descreídos, adultos escépticos, pobres que votan por la Derecha sin entender por qué. Clase media sin tiempo para indignarse, hombres que creen que todos son ladrones, mujeres que votan por quien no grita, gente común que solo pide que no le rompan más la vida y si alguien les habla al alma, votan. Pero si les gritan, si les mienten, si les tocan la dignidad, te hunden. Sin aviso.
No les vendas un PDF. Y no, no se trata de convencerlos con programas de gobierno, no leen PDFs, no descargan planillas, no comparan cifras. Quieren que alguien les diga la verdad aunque duela, aunque no sea simpática, porque ya lo han visto todo, promesas, fracaso, más promesas, más fracaso y no aguantan una mentira más, ni una. Por eso son peligrosos, porque no se tragan ningún cuento. Y no te lo dicen, solo te castigan.
Argentina, Brasil, Colombia y la sorpresa final. En Argentina, Milei es Presidente gracias a ellos. No porque amaran su delirio libertario, sino porque odiaban a todos los demás. Ese 10 por ciento que no aparecía en ninguna encuesta fue el que le dio la victoria. Lo mismo en Brasil donde Lula resucitó gracias al voto silencioso que detestaba a Bolsonaro pero no creía en nadie. En Colombia ese 7 por ciento flotante empujó a Petro en el último tramo. En México los mutantes decidieron que no querían volver al PRI y le dieron un voto prestado a Morena. Y en Estados Unidos, Trump ganó en 2016 con ellos y casi repite en 2020. Lo que vino en 2024 fue decisión suya porque mientras todos gritan en Twitter, ellos votan en silencio.
Europa también se dobla ante ellos. En Europa el fenómeno es igual de corrosivo. En Francia esos votos impidieron que Le Pen llegara en 2017, pero también la fortalecieron en 2022. En España ese sector mutante fue el que pasó de Podemos al PSOE, después a Sumar y ahora al sofá. En Italia votaron por los Cinco Estrellas, luego por Meloni y ahora simplemente no votan porque se cansaron, porque da lo mismo, porque todo suena igual.
Suiza, Austria, Bélgica y el voto que nadie vio venir. En Suiza los mutantes han empujado avances impensados en temas como legalización del cannabis, salario mínimo y control migratorio, sin seguir a ningún partido. En Austria fueron clave para frenar a la ultraderecha en 2016 y luego, sin culpa alguna, votar por ellos en 2020. En Bélgica donde los gobiernos se arman con pinzas, ese 7 por ciento errante vota por verdes flamencos una elección y por socialistas francófonos la siguiente. No hay ideología, hay hastío. No hay fidelidad, hay pragmatismo. Y Europa se retuerce intentando predecir a quienes no se dejan predecir.
¿Y Chile otra vez? El epicentro. Y en Chile, ¿qué pasa? Que todos hablan de bloques duros, del Frente Amplio, del Partido Comunista, de la derecha tradicional, de los Evópoli, de los Amarillos pero nadie mira a los mutantes, nadie los nombra, nadie los considera. Hasta que es demasiado tarde porque un mutante puede votar por Jara si la ve decidida, por Matthei si la ve maternal, por MEO si le suena fresco, por un independiente si lo encuentra genuino. Así de brutal, así de simple.
Tienen estómago, no doctrina. No votan con la cabeza, votan con el estómago, con la intuición, con el oído. Un tono mal puesto en un debate y te abandonan, un escándalo mal gestionado y se cambian, una sonrisa forzada y desconfían. No se enamoran, se decepcionan fácil y nunca olvidan. Por eso no se los puede manipular. Se los puede convocar, sí. Pero con verdad, con respeto, con algo que suene humano.
El voto que da miedo a los partidos. Y claro, los partidos los odian porque no los controlan, porque no los pueden ordenar, porque no entienden cómo alguien puede votar por la izquierda hoy y por la derecha mañana, porque rompen las planillas de Excel, porque no encajan, no obedecen, no se venden, no entienden de lealtades, solo de dignidad.
2025, la batalla está ahí. En la elección de 2025 ese voto volverá a ser decisivo. Un 8 por ciento del padrón equivale a más de 1.200.000 personas en Chile. Más que todos los militantes del país sumados, más que todos los votos de cualquier partido en primera vuelta. Un universo de almas flotantes que pueden levantar o sepultar a cualquiera. Por eso el que los desprecia, pierde. El que los subestima, desaparece. Y el que los escucha, gana.
Lo que piden no es magia. ¿Y qué quieren? No quieren promesas, quieren hechos. No quieren discursos, quieren respeto. No quieren explicaciones, quieren certezas. No quieren épica, quieren dignidad. Y si alguien se las ofrece, sin espectáculo, sin doble discurso, sin trampa, votan. No como fans, como ciudadanos hartos de que les vean la cara.
Los salvajes de la democracia. Hay quienes dicen que los votos mutantes son un peligro para la democracia, falso. Son su último respiro porque impiden que se pudra por completo, porque rompen la lógica de las cúpulas, desarman el pacto implícito entre poder económico y sistema político. Porque hacen impredecible lo que ya creían cerrado, meten ruido, asustan, obligan a pensar. Porque no dejan que nadie gane por secretaría.
Deciden sin permiso. Y sí, son anárquicos, son emocionales, a veces votan mal pero también votan con rabia cuando hay que castigar y con esperanza cuando hay que resistir. Son los que levantaron a Bachelet, a Boric, a Piñera, los que hundieron a Matthei en 2013, los que dejaron fuera a Lavín en 2021, los que pueden decidir quién gobernará Chile en 2026. Y lo harán solos, sin tu permiso, sin tus reglas.
No te los vas a ganar con un TikTok. No votan con la calculadora, votan con el instinto. No leen encuestas, las desprecian. No creen en analistas, los encuentran ridículos. No siguen tendencias, las destruyen. Y por eso hay que respetarlos porque si los ignoras, te van a castigar. Y fuerte.
El país no está donde tú crees. Los partidos siguen peleando por los leales, por los mismos de siempre, los que aplauden. Pero el país ya no está ahí. El país está en los mutantes, en los cansados, los que no creen, los que dudan. En los que quieren vivir tranquilos, los que no quieren más circo, los que no creen en nadie pero igual votan. Porque saben que si no lo hacen, gana el peor.
El voto que no se puede domesticar. No tienen himno pero te pueden convertir en Presidente. No tienen pancarta pero te pueden bajar del podio. No tienen partido pero deciden el resultado. Son impredecibles, desordenados, libres. Son los votos mutantes, no los puedes comprar. Solo los puedes perder. Y si los pierdes, pierdes todo.













