Las masacres diarias en Gaza ya no interpelan. Tampoco son noticia. Las muertes por bombardeos en Palestina se han vuelto parte del paisaje cotidiano.

Desplazarse por la interfaz de Instagram y TikTok, entre gritos de madres desesperadas que cargan en brazos a sus hijos muriendo de hambre, es ahora lo habitual para esta «humanidad». Detrás de esa cortina donde se aloja el necroconsumismo, donde las publicidades de marcas de ropa se intercalan bajo el algoritmo del capitalismo sádico, se está exterminando la vida de todo un pueblo: el palestino.

Pero esto no es todo. Bajo esa narrativa aparentemente «inofensiva» se instala una nueva forma de moldear la crueldad, un nuevo orden que nos indica que presenciar un genocidio en vivo y en directo puede ser algo digerible. Que podemos convivir con eso porque no sucede aquí, porque no es con nosotros, porque no son nuestros hijos quienes mueren. Porque siempre podemos deslizar hacia el siguiente video o foto y continuar con nuestras vidas.

La crueldad no solo inflige dolor: lo institucionaliza, lo vuelve parte de la estructura social, exhibe poder y refina sus métodos de violencia. Israel ha aplicado esta lógica sistemáticamente en Palestina, desde bombardeos calculados hasta la destrucción de espacios dedicados a la vida: hospitales de maternidad y la clínica de fertilización Al-Basma IVF Centre.

Este último ataque, según la ONU, destruyó cerca de 4,000 embriones y material genético con un propósito específico: impedir el nacimiento de palestinos. La estrategia es tan visible y constante que ha logrado algo siniestro: las palabras «exterminio» y «genocidio» ya activan automáticamente la imagen de Palestina en nuestro cerebro. La información está presente, pero neutralizada, archivada como autodefensa mental o indiferencia deliberada. Naturalizamos lo que debería ser intolerable.

La antropóloga Rita Segato, en su artículo ‘Crueldad: pedagogías y contra-pedagogías’, expone: ‘La repetición de la violencia produce un efecto de normalización de un paisaje de crueldad y, con esto, promueve en la gente los bajos umbrales de empatía indispensables. La crueldad habitual es directamente proporcional a formas de gozo narcísico y consumista, y al aislamiento de los ciudadanos mediante su desensibilización al sufrimiento de los otros’.

Esta pedagogía de la crueldad se materializa cuando incluso los testimonios más íntimos del dolor se integran al flujo normalizado de información, como la carta que dejó el periodista Anas al Sharif, asesinado junto a otros cinco colegas el domingo pasado por Israel:

‘Si estas palabras mías les llegan, sepan que Israel ha logrado matarme y silenciar mi voz’,  ‘Les encomiendo a la luz de mis ojos, mi amada hija Sham (…) y mi amado hijo Salah, a los que los días no me permitieron ver crecer como soñaba’ y finalizó: ‘No olviden a Gaza…’

Este fue un ataque dirigido y selectivo. Lo que leemos es una carta de despedida a toda una humanidad de un periodista asesinado por documentar un plan de exterminio. Sus palabras se suman a las de los 122 periodistas asesinados en Palestina según la ONU voces que se quebraron en vivo ante la desesperación del hambre causada por el bloqueo de ayuda humanitaria y ante las ruinas que sepultan vidas con cada bombardeo.

Si esta carta hubiera sido escrita durante el Holocausto Nazi por alguna víctima, la conoceríamos meses o tal vez años después y nos sorprenderíamos, nos dolerían los huesos de la impotencia ante estos hechos tan macabros, personas con poder de todo el mundo se manifestarían y rechazarían las prácticas del nazismo por convicción o por estrategia, pero no podrían no hacerlo porque se trataría del exterminio de todo un pueblo. En cambio, de Palestina nos llegan noticias todos los días. Entonces he aquí ante nuestros ojos todas las formas de tortura y asesinato, y en nuestra boca las palabras de cartas escritas por palestinos despidiéndose de nosotros, de esta humanidad que parece haberlos abandonado, que presencia en vivo y en directo sus muertes en silencio.

El jueves pasado el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, declaró su propósito de tomar el control de toda la Franja de Gaza, al otro día circularon por redes videos de palestinos que en medio de su desesperación decían: ¿A dónde vamos? ¿Nos lanzamos al mar? Mientras tanto las muertes de personas por desnutrición suman 197 incluidos 96 niños desde que comenzó el genocidio. En este momento la hambruna se extiende a gran velocidad.

Lo que no hemos entendido es que estos hechos tendrán consecuencias irreparables, por un lado, seremos testigos de uno de los hechos más dolorosos y vergonzosos la espectacularización de un genocidio. Por otro lado, se habrán instalado nuevas formas de ejercer violencia que pasarán a reproducirse hasta llegar a quienes hoy piensan que Palestina está lejos y que dicho tema no les compete. Estaremos ante un nuevo orden mundial, que con velocidad habrá establecido el horror como contendido y la crueldad como forma de consumo.

No podemos dejar de hablar, escribir, pintar, marchar ni un minuto por Palestina. Necesitamos llenar ciudades con marchas, más gobernantes con medidas concretas contra Israel, necesitamos más cantantes y actores que hablen, que condenen, porque mientras lo que queda de humanidad nos abandona, Gaza sigue aquí, resistiendo.