El discurso sostén de la democracia formal
El diagnóstico de un sistema de “democracia representativa” en crisis en Chile, ha sido reconocido a contrapelo por quienes ostentan el poder del Estado (caso aparte es el del Poder Judicial). Tal reconocimiento forzoso se basa en los datos duros del sistema, a saber: sólo el 2% de la población es parte del contingente de los partidos políticos, y un porcentaje mayoritario de éstos, es en calidad de afiliados, instancia 100% formal sin participación, la cual está reservada a la “militancia”, otra fracción pequeña con una influencia partidaria escuálida, ya que quienes definen son una minoría de “dirigencias partidarias”.
Sumado a esto, en la práctica parlamentaria, una plaga de tránsfugas que cambian de partido tras ser electos. Lo descrito, da contexto a la ineficacia en la elaboración de políticas públicas comprometidas con el electorado (tramitaciones de más de una década es la regla), y de los “cambios de perspectiva” tanto en el ejecutivo como en el parlamento sobre los programas presentados en época eleccionaria. Y la guinda de la torta son los casos de vasallaje frente a los intereses del poder del dinero, la corrupción, y los vínculos con el crimen organizado, incluidos los narcos.
Así, no es extraño que los resultados de opinión pública sobre esta actividad central de la democracia representativa, sea la de total repudio y desvalorización, datos constantes en los estudios por décadas.
Frente a este cuadro de situación, los expertos del sistema desarrollan sus tesis, cuya atribución de causas, son la negativa de votar por cerca del 45% del electorado, la respuesta fue quitar el voto voluntario, obligando a la gente bajo amenaza de multas a concurrir a las urnas. La otra atribución, fue un número “excesivo” de agrupaciones políticas legalizadas. En voz de la ministra de la Secretaría General de la Presidencia, Macarena Lobos, al socializar su propuesta: “esta reforma legal da cumplimiento al compromiso adquirido por el Presidente Boric en la última Cuenta Pública”. “Este proyecto de ley que modifica distintos cuerpos legales, tanto la Ley de Partidos Políticos como la Ley de Votaciones Populares y Escrutinios, la Ley Orgánica del Congreso Nacional para efectos de cumplir el objetivo. Sabemos que el sistema político requiere una mayor representatividad, evitar la fragmentación y estas herramientas contribuyen en esa
dirección”, dijo la titular de la Segpres. Además, la reforma coloca cortapisas a las direcciones políticas partidarias que prioricen el poder local (Regional y Municipal), pues la propuesta gubernamental plantea: “Se elimina el financiamiento público a los partidos políticos que no hayan participado en una elección parlamentaria.”
Las restricciones para la diversidad ideológica de la Ley de Partidos Políticos y de las reformas
Las continuas reformas realizadas al sistema político chileno tienen como argumento lograr una gobernanza que se haga cargo de las demandas ciudadanas y evite la polarización. Se observa un acuerdo transversal por discutir y modificar los aspectos identificados que deterioran la actividad política parlamentaria y genera la desconfianza en la ciudadanía. Sin embargo, no consideran que cualquier variación de elementos específicos de un sistema electoral tiene repercusión en la sobre o sub representación parlamentaria y, por consiguiente, en la legitimidad y representatividad del sistema político.
Existe un consenso en culpar a la fragmentación partidaria, y que colocar umbrales electorales legales es el mecanismo idóneo para superarlo. Un sistema de partidos políticos fraccionado se asume incapacitado de negociación y diálogo entre las distintas agrupaciones políticas y, a su vez, se transmite a la ciudadanía como un caos político, pues múltiples partidos no logran llegar a acuerdos al interior del Congreso.
En este contexto, el 2024 se presentó un proyecto, concordante con lo planteado en la propuesta constitucional rechazada en el plebiscito de 2023, para establecer un umbral legal del 5% de los votos a nivel nacional para acceder a escaños de diputación y en mayo de este año, se presentó al Senado, otro proyecto de reforma constitucional que establece un ‘umbral mínimo’ de 7%. Sin embargo, diversas críticas apuntan a que no existe en tales reformas un mecanismo que tome todas las variables que afectan a un sistema electoral, y que colocar un umbral legal no garantiza acuerdos, gobernabilidad ni representatividad, solo excluye las minorías electorales. Este freno a la diversidad ideológica y pluralidad en la representación choca con el objetivo electoral proporcional que es “permitir la inclusión de partidos que reflejen diversos intereses e identidades……” (Carey y Hix, 2011) o en palabras de Arend Lijphart, politólogo neerlandés
especialista en política comparada, sistemas electorales, votaciones y defensor de la inclusividad, la proporcionalidad es “prácticamente sinónimo de justicia electoral”. Es más, varios estudiosos señalan que tales reformas restringen la representación de grupos tradicionalmente sub representados (mujeres, diversidades sexuales, minorías étnicas, comunidades rurales, personas con discapacidad, etc.) por discriminación o falta de acceso a la participación y voz en los espacios de poder y toma de decisiones.
Hoy vivimos la imposición del efecto de Duverger (sólo dos partidos políticos poderosos tienden a controlar el poder) que describe una dinámica de adaptación de los partidos y el electorado a las condiciones limitadas por los umbrales y que tiene a los partidos políticos existentes reagrupándose en partidos o pactos más grandes a fin de asegurar su subsistencia y que, a mediano y largo plazo, el electorado responderá evitando votar por partidos pequeños. ¿Pero será la disminución de partidos políticos la fórmula para evitar la fragmentación? Reducir el número de partidos no mejora la calidad de estos, sino todo lo contrario. La capacidad institucional de un sistema electoral democrático, es atender el problema de la ausencia de coherencia y competencia programática de los partidos políticos existentes, y el nulo control ciudadano del cumplimiento de tales programas.
La pérdida de identidad de las orgánicas políticas en alianzas electorales
Uno de los reparos más claros en relación con la representatividad, son los umbrales y la repercusión que tienen en las alianzas o pactos electorales. Los umbrales incentivan por un lado a las orgánicas políticas a formar mayorías legislativas, que no necesariamente comparten una coherencia programática y que se forman y deshacen según los intereses personales de los honorables, y por otro, a que la relación candidatas/os-partido-coalición sólo sea pragmática dado que el sistema funciona por acumulación de votos por lista no por partido, lo que deriva en un desequilibrio en la competencia política a favor de los grandes partidos. Asimismo, la aplicación de umbrales a nivel nacional no respeta la representatividad electoral concentrada de algunos partidos en zonas regionales y municipales. La inclusión de independientes, que cada día cuentan con más apoyo electoral dado el desprestigio de los partidos políticos, también coloca en jaque a la representatividad.
Hoy vemos cómo las organizaciones políticas se vacían de contenido, claro que esto no es algo que ha ocurrido de manera sorpresiva, ha sido un proceso que lleva años y que ahora, hasta el más miope observador puede ver con claridad. Por esto no es extraño ver a la candidata del oficialismo negar aquello que propuso no hace décadas o años, sino hace un par de meses atrás durante las primarias. En esto, qué duda cabe sigue a Marx, a Groucho Marx, cuando decía: “Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”. Bromas aparte, este es el signo de los tiempos, donde transversalmente (salvo excepciones) lo importante es ganar votos, elegir candidatos y ganar cuotas de poder. ¿Y para qué? para capturar un trozo del Estado y si es todo cuanto mejor, así llegan los parientes, los amigos, los conocidos y pseudo militantes, en fin, una historia conocida.
En el terreno de las ideas, de los contenidos, vemos como las viejas generaciones siguen al menos en lo formal aferradas a sus ideologías, algunas de las cuales no logran interpretar los nuevos fenómenos que imponen los acelerados cambios tecnológicos. Por otra parte, las nuevas generaciones que hoy se identifican con el progresismo, adhieren en lo discursivo a un marxismo de escasa densidad, donde lo que prima es la forma, la adhesión a iconografía setentera que luce bien como fondo de pantalla en un Macbook. Lo particular de estas generaciones millennials es su enfoque Gramsciano y la habilidad de aprender lo básico de la hegemonía cultural para acceder al poder apelando a la mística de los viejos luchadores sociales. Los
resultados están a la vista.
Lo que pasa en la derecha no es diferente, las ideas y eslogan se reciclan, se apela a la seguridad y poco más.
Peor aún, el modelo neoliberal está en crisis y la lápida vino desde el imperio que alguna vez fue uno de sus promotores. Trump y su proteccionismo ha dado un mazazo que pocos vieron venir. Pero la derecha tiene aún más problemas, tal vez sin saberlo eran Gremlins y se mojaron después de medianoche en medio de una mala borrachera, pero los Gremlins que nacieron más a la derecha solo prometen amedrentar al vecindario con sus jugarretas. Estas criaturas que intentan adscribir a la oleada libertaria, son quizás un síntoma de una tendencia de un anarquismo de derecha, un fenómeno que algunos avizoran que está creciendo también hacía la izquierda en segmentos adolescentes y juveniles.
En conclusión, vemos que en medio de cambios vertiginosos donde la IA es un cambio de paradigma que aún muchos no dimensionan, particularmente al ser un nuevo instrumento en manos de los conglomerados financieros que están barriendo con el sector productivo. En medio de nuevos fenómenos sociológicos que han cambiado las formas de relación, de comunicación interpersonal y de aspiraciones, los partidos o movimientos no han logrado articular un análisis e interpretación profundo, menos aún propuestas y formas de acción coherentes. Hoy la mayoría de las orgánicas políticas se orientan por las Redes Sociales, las tendencias de Tik Tok, los like, que es lo que se supone “quiere la gente”, claro los conectados a la Matrix, encerrados por los algoritmos en sus “cámaras de eco” customizadas. Así las cosas, las alianzas electorales no proponen nada que los aleje de su ilusión de acceder al poder. Finalmente, su identidad, su propuesta no es más que un plan de marketing, una pastilla azul para seguir viviendo en la ilusión.
La construcción de nuevas formas de organización política y social (inspirado en el Documento Humanista)
Democracia formal versus democracia real: Reforzar la democracia requiere hoy revertir la pérdida de independencia entre poderes del Estado, dando realidad a la separación de poderes, superando su actual declamación teórica incumplida. También, la puesta en marcha de mecanismos eficaces para cortar las influencias espurias de intereses económicos sobre los políticos. Otras tareas son, por una parte, construir un salto cualitativo en representatividad ciudadana en el proyecto político nacional, y por otra, desarrollar una perspectiva procesal del fenómeno
social político, cuyo indicador esencial sea el respeto y apoyo a las minorías.
Una nueva democracia con alta cualidad, se plantea una transformación democrática que priorice la consulta popular, los plebiscitos, la iniciativa popular de leyes y la elección directa de candidatos, eliminando trabas legales y económicas que impiden la plena participación ciudadana. Además, propone sanciones políticas efectivas para quienes incumplen sus promesas electorales, con revocación de cargos, más allá del mero “castigo de las urnas”.
El avance tecnológico ofrece herramientas para consultas directas y votaciones electrónicas, mientras que el respeto a las minorías —ya sean étnicas, culturales o territoriales— se considera clave para una democracia real. La democracia real subraya la urgencia de combatir la discriminación y la xenofobia, así como de fortalecer un modelo federativo que entregue poder económico y político a regiones, municipios y comunidades históricas.
En síntesis, la democracia real exige más participación, igualdad de oportunidades, descentralización efectiva y un compromiso irrestricto con los derechos humanos, frente a la actual democracia “representativa”, un sistema formal ineficiente, cuestionado socialmente y corrupto, que hoy aparece capturado por los intereses del gran capital.
Redacción colaborativa de M. Angélica Alvear Montecinos, Guillermo Garcés Parada, César Anguita Sanhueza, Ricardo Lisboa Henríquez. Sandra Arriola Oporto y Claudio Medina Briones.
Comisión de Opinión Pública













