Hay nombres que el pueblo escribe con lápiz, pero la historia graba con fuego.

Jeannette Jara ganó. Y con su victoria no solo cambió el tablero electoral. Cambió también el centro de gravedad de la izquierda chilena. Porque lo que ocurrió en las primarias no fue solo un triunfo partidario. Fue el nacimiento de un liderazgo que ya no le pertenece a un solo color político. Jara no es solo la candidata del Partido Comunista. Ahora es la candidata del pueblo. Y eso lo cambia todo.

El dilema es antiguo pero vuelve con otra intensidad. ¿Puede una figura nacida en la disciplina del Partido Comunista llegar a La Moneda sin chocar con las estructuras que la formaron? ¿Puede representar a una mayoría nacional sin ensanchar sus márgenes ideológicos? ¿Puede hablarle al Chile completo sin dejar de ser una militante orgánica? ¿O tendrá que tomar una decisión más radical y salir del partido o al menos distanciarse políticamente de su control?

No sería la primera vez. La historia está llena de dirigentes que al acercarse al poder real han tenido que abandonar sus casas matrices para representar algo más grande. Bachelet nunca gobernó para el socialismo tradicional. Boric terminó desbordando al Frente Amplio. Piñera se sirvió de la derecha para su llegada, pero la subordinó a su proyecto personal. Incluso Lagos tensionó al PPD hasta que lo desfiguró. Cuando el poder llama, los partidos crujen.

Y el Partido Comunista cruje con más estruendo que cualquier otro. Porque es el más sólido, el más disciplinado, el más histórico. Porque tiene mártires, tiene doctrina, tiene símbolos sagrados. Y también tiene líneas rojas que no siempre toleran desvíos. Jara lo sabe. Lo ha vivido desde adentro. Y por eso mismo sabe que su victoria no solo es una alegría. Es también una amenaza. Para algunos sectores del partido ella representa un riesgo: el riesgo de salirse del libreto, de negociar donde antes se resistía, de avanzar donde otros prefieren esperar.

El problema no es ella. El problema es que ahora tiene pueblo. Y cuando el pueblo se organiza detrás de un liderazgo, ese liderazgo deja de obedecer al comité central. Ya no responde solo al partido. Responde al país que lo eligió. Jara está en esa disyuntiva. Y no tiene mucho tiempo para decidir.

El tono de su campaña ya lo anticipaba. No era un discurso puramente ideológico. No invocaba a Lenin ni a Allende en cada frase. Hablaba de trabajo, de derechos, de dignidad. De cosas concretas. Y lo hacía en un lenguaje que cualquier persona en Maipú o La Pintana podía entender. No se dirigía solo a los convencidos. Hablaba para los que estaban cansados. Para los que ya no creen en nadie pero igual fueron a votar por ella.

Ese tipo de discurso no nace en una célula partidaria. Nace en la experiencia. En la calle. En el contacto real con la desigualdad. Y eso la hace distinta. Jara no es una candidata académica. No viene del think tank, ni del diario mural de la UDI. Viene del trabajo social, de la administración pública, de las peleas por las 40 horas y el salario mínimo. Y eso se nota. Se nota cuando habla, cuando camina, cuando convoca.

Pero se nota también en el ruido que empieza a generarse dentro del PC. Porque ahora la candidata no es solo suya. Es del pueblo. Y ese pueblo espera que ella no solo repita el programa del partido sino que lo supere. Que lo amplíe. Que lo transforme en un proyecto de país. ¿Está el partido dispuesto a dejarla crecer hasta ese punto?

La duda no es menor. Porque lo que viene no es solo una elección. Es una transición política. La posibilidad real de que una mujer comunista de origen popular llegue a la presidencia de Chile. Pero para hacerlo, necesita sumar. Necesita alianzas, complicidades, apoyos nuevos. Y eso implica negociar con sectores que no siempre miran con buenos ojos al PC. Con la centroizquierda, con el Frente Amplio, con sectores independientes. Con un país más diverso de lo que cualquier partido puede abarcar.

Y ahí aparece el nudo. Porque algunos dentro del PC creen que eso implica diluirse, renunciar a principios, entregar banderas. Pero otros saben que no se trata de eso. Se trata de avanzar. De que el proyecto popular no se quede en la consigna. Que se transforme en poder real, en leyes, en Estado. Y para eso a veces hay que desbordar al partido. A veces hay que salir.

¿Lo hará Jara? ¿Tendrá el coraje de decir “hasta aquí llego como militante, ahora camino como presidenta del pueblo”? ¿O logrará mantener el equilibrio imposible entre fidelidad y autonomía, entre pertenencia y liderazgo nacional?

Nadie lo sabe aún. Pero los signos están ahí. La prensa ya lo insinúa. Los empresarios ya lo temen. Y algunos en el mismo gobierno ya lo aceptan: Jara no será una candidata dócil. No será un títere de los viejos pactos. No será un nombre más en una franja televisiva. Tiene historia, tiene votos, tiene hambre de transformación.

Y tiene algo más: una conciencia clara de que esta puede ser la única oportunidad real de cambiar el país desde abajo. No con discursos de pasillo. No con editoriales en El Mercurio. Con poder. Con leyes. Con decisiones. Con un nuevo proyecto republicano. Y para eso quizás el Partido Comunista le quede chico.

Eso no es una traición. Es una evolución. Es lo que ocurre cuando un liderazgo popular se convierte en liderazgo nacional. Cuando la lealtad no es solo a un partido sino a un pueblo entero. Y si el partido no lo entiende, será él quien quede atrás.

Jara no necesita romper con el PC. Basta con que lo rebase. Basta con que camine dos pasos más allá. El resto lo hará el pueblo. Porque cuando un liderazgo se vuelve necesario, ningún carnet lo puede frenar.

Quizás un día tengamos que escribir otra columna. No sobre si Jara ganó la presidencia. Sino sobre cómo cambió el partido. O sobre cómo el partido no la dejó crecer. Y entonces ella tuvo que salir. No por ego. No por cálculo. Sino por deber.

Porque la historia no se escribe desde los comités. Se escribe desde el pueblo. Y el pueblo ya la eligió.

Y si un día tiembla la casa entera que no sea por la ira de unos pocos sino por el paso firme de muchos. Que tiemble el mármol de los ministerios, el cristal de las élites, la seda de los trajes vacíos. Que tiemble la historia pero no por un grito, sino por una mujer que viene del fondo del pueblo, con las manos llenas de presente y los ojos mirando hacia un país que aún no existe. Y el partido la seguirá, no se hará a un lado. ¿O si ?

Porque ella ya camina y no lo hace sola.