Hay elecciones que se celebran en el calendario y otras que se celebran en la historia. Las primeras llenan formularios, programas de debate y franjas televisivas; las segundas cambian el país. Las primarias del oficialismo no son un trámite más en la ruta hacia La Moneda, son el verdadero corazón de la competencia presidencial. No importa cuántas veces la derecha intente instalar a Matthei como presidenta por anticipado, ni cuántas veces José Antonio Kast proclame que la izquierda está acabada. En los hechos, los verdaderos candidatos están aquí y de esta primaria saldrá muy probablemente el próximo Presidente de Chile.
Los medios, sin embargo, siguen mirando hacia la derecha con una mezcla de morbo, nostalgia y obediencia. Como si el poder estuviera garantizado por apellido, encuestas o promesas de orden. Pero en la calle, en las ferias, en las estaciones de metro y en los consultorios, el país real se sigue preguntando quién va a cambiar algo. Y en esa conversación los nombres que compiten en la primaria oficialista tienen una ventaja invisible pero potente, han estado ahí. Gobernando. Aciertan, se equivocan, pero no miran desde la galería. Juegan. Se ensucian. Hacen política.
Y como toda competencia real, también hay desgaste. Los precandidatos (algunos con experiencia, otros con frescura) han tenido que defender sus trayectorias, justificar alianzas, desmarcarse de etiquetas, aguantar golpes y devolver otros. En sus discursos aparecen los mismos fantasmas, las pensiones indignas, las Isapres en bancarrota moral, el CAE que nunca muere, los tag convertidos en peaje obligatorio para ser ciudadano. Pero también aparecen las mismas promesas, “yo tengo experiencia”, “yo soy del pueblo”, “yo soy comunista y no me vendo”, “yo soy independiente pero de izquierda”, “yo soy joven, pero sé lo que hago”. ¿Y quién decide qué vale más? ¿Un currículum largo o las manos limpias?
No existe una profesión para ser Presidente. No hay un título que garantice gobernabilidad, ni un posgrado que asegure sensibilidad social. Lo que existe son decisiones. Coraje. Claridad para entender qué país somos y qué país queremos. Y en ese terreno, más que en las frases de campaña, se juega la elección.
Hay quienes repiten que el gobierno está desgastado, cuál no y que el Frente Amplio no resiste más, que el PC perdió su conexión con el pueblo. Pero son los mismos que decían en 2021 que Boric no llegaría ni a la segunda vuelta. Son los mismos que con una sonrisa de desprecio, subestimaban a un Presidente que hoy, a pesar de no tener mayorías, sigue liderando el país con dignidad, juventud y autoridad moral. Boric no es solo el jefe de Estado, es el ancla que mantiene unida la posibilidad real de que esta primaria sea más que una elección, sea un proyecto.
Por eso su rol en esta campaña es insustituible. No por intervenir directamente, sino por lo que representa. Porque todavía hay poblaciones UDI donde Boric convence. Porque hay voto mutante (ese que se mueve entre el desánimo, la rabia y la esperanza) que sólo él puede convocar. Porque cuando habla con firmeza contra Israel, cuando denuncia crímenes de guerra, cuando no se rinde ante Estados Unidos, no está haciendo ideología: está ejerciendo soberanía. Y eso, en Chile, sigue siendo revolucionario.
¿Quién ganará la primaria? ¿El que venga del mundo social con discurso encendido? ¿La que tenga más redes en el aparato del Estado? ¿El que se muestre más duro con la delincuencia? ¿La que repita con más convicción que todo se soluciona en dos años? No lo sabemos. Pero sí sabemos lo que no queremos: más continuismo sin contenido, más gestores sin alma, más gerentes de la desigualdad. Si algo han dicho las calles, las encuestas y los silencios, es que Chile quiere un cambio de verdad y ese cambio no nace en los matinales.
La ciudadanía no necesita que le repitan lo que ya sabe. Que las pensiones son miserables. Que las AFP no sirven. Que las Isapres roban. Que el CAE ahoga. Que los TAG son la metáfora perfecta del abuso con factura. Lo que se necesita es que alguien diga cómo y cuándo se termina todo eso. Sin excusas. Sin pactos vergonzosos en el Congreso. Sin miedo a los grupos económicos que mandan más que muchos ministros.
Y en esa ecuación, el más capaz no es el que tenga más padrinos. Es el que no tenga deudas con nadie. El que no deba explicaciones por lo que firmó hace 10 años. El que no sea anti de nada, pero sepa decir que no cuando hay que decir que no. El que escuche antes de hablar. El que no necesite gritar para hacerse oír. El que tenga un mapa del país real, no solo del país que aparece en las cifras.
Muchos dirán que eso es ingenuidad. Que la política es pacto, que el poder se gana acumulando alianzas, no pureza. Pero la juventud culta, informada, indignada y propositiva (la misma que hace veinte años marchaba por la educación gratuita) hoy está esperando otra cosa. Espera coherencia. Espera decencia. Espera coraje sin soberbia. Y aunque no siempre vota, cuando lo hace, cambia presidentes.
Por eso, esta primaria no es una interna de la izquierda. Es un plebiscito anticipado sobre el modelo de país. Es un test de madurez para el progresismo chileno. Es la oportunidad de dejar de lado las caricaturas, los personalismos y los discursos vacíos. De hablarle a la ciudadanía con honestidad. Sin marketing ni manuales de campaña. De decir: esto somos. Esto proponemos. Y esto estamos dispuestos a defender, aunque cueste.
Boric no podrá traspasar su liderazgo como quien entrega una antorcha. Pero puede encender la chispa. Puede legitimar el proyecto. Puede ordenar al electorado progresista, dar confianza a los indecisos, atraer a los que hoy se sienten huérfanos. Su respaldo es una señal no sólo hacia adentro, sino también hacia afuera: el oficialismo no está muerto, está compitiendo. Con ideas. Con historia. Con futuro.
Y en un país acostumbrado a que el poder lo tengan siempre los mismos, esa sola posibilidad ya es una amenaza.
La derecha sonríe, pero no se relaja. Sabe que si la izquierda se ordena, si hay unidad y programa, si hay convicción y un rostro nuevo sin pasado que explicar, la moneda puede caer del otro lado.
Y esta vez, no como símbolo, sino como realidad….













