No son solo cifras. No son solo víctimas. Son niños. Niños mutilados, calcinados, enterrados vivos bajo los escombros. Son niñas asesinadas mientras dormían abrazadas a sus madres. Son bebés que no alcanzaron a pronunciar una palabra y ya tienen un nombre escrito en lápidas improvisadas. Son huérfanos que ahora caminan entre las ruinas buscando brazos que ya no están. Gaza se ha convertido en el mayor cementerio infantil del siglo XXI. Y el mundo lo sabe. Y Trump lo sabe. Y todos callan.
Lo que ocurre en Palestina no es una guerra, es una masacre televisada. Y entre todos los culpables (Netanyahu, el ejército israelí, los generales, los fabricantes de armas) hay uno que sobresale, Donald Trump. No por lanzar misiles sino por legitimarlos. No por ocupar territorios sino por premiarlos. No por pilotear drones sino por firmar los tratados que los financian. Trump es el verdadero comandante de este genocidio. El jefe político de la matanza. El líder de la coalición mundial de la impunidad.
Y mientras Gaza sangra los países poderosos asienten en silencio. Estados Unidos le entrega armas a Israel. Europa envía condolencias sin sanciones. La ONU emite comunicados mientras barre bajo la alfombra los cadáveres. Pero el silencio más brutal no viene de Occidente. Viene de aquellos que decían ser aliados del pueblo palestino. Viene del mundo árabe, de los países islámicos, de los BRICS, de los nuevos bloques emergentes que prometían justicia y multipolaridad.
¿Dónde están? ¿Dónde está Egipto que mantiene cerrado el paso de Rafah mientras los niños mueren sin poder evacuar? ¿Dónde está Arabia Saudita que calla para no incomodar sus negocios con Washington? ¿Dónde están los Emiratos Árabes tan rápidos para exhibir sus torres y tan lentos para defender a sus hermanos musulmanes? ¿Dónde está el mundo islámico que rezaba por Palestina pero ahora hace tratados con los verdugos?
¿Y Rusia? ¿Y China? ¿Dónde están los que prometieron equilibrar el poder global? Putin defiende a Siria pero mira de reojo la masacre en Gaza. Xi Jinping repite que cree en el diálogo pero no mueve un dedo. Irán que se alza como enemigo existencial de Israel, hoy solo emite comunicados mientras sus aliados caen como moscas. Pakistán guarda silencio. India defiende a Netanyahu. Y Lula, el presidente más aplaudido por la izquierda latinoamericana, juega al equilibrista diplomático mientras los niños palestinos mueren ahogados en escombros.
Lula no quiere admitir a Venezuela en los BRICS porque “no cumple requisitos democráticos”, pero no dice una sola palabra sobre un Estado (Israel) que asesina civiles, bombardea hospitales y viola sistemáticamente el derecho internacional. ¿Qué clase de moral es esa? ¿Qué tipo de liderazgo es ese? ¿De qué multipolaridad hablamos si cuando un pueblo entero es exterminado, los nuevos bloques geopolíticos no dicen nada?
Gaza ya no tiene comida. Ni electricidad. Ni hospitales. Lo poco que tenía ha sido destruido con precisión quirúrgica. Cada escuela, cada centro de salud, cada zona humanitaria fue marcada y luego bombardeada. Esto no es un error. Es un método. Es limpieza étnica en cámara lenta. Y la comunidad internacional está dividida entre quienes aprietan el gatillo y quienes miran hacia el cielo.
Pero los niños siguen ahí. No se rinden. No se esconden. Algunos ya no lloran porque no tienen fuerzas. Otros dibujan aviones en llamas mientras esperan la próxima explosión. Una niña escribió en su diario: si muero hoy, recen por mi hermano”. Tenía ocho años. La encontraron muerta con la libreta pegada al pecho.
Y sin embargo seguimos escuchando a analistas que hablan de “contexto”. De “complejidad geopolítica”. De “derecho a la defensa”. ¿Qué defensa justifica matar a 20.000 niños? ¿Qué seguridad requiere bombardear un campo de refugiados tres veces en una semana? ¿Qué amenaza representa un bebé recién nacido para el Estado de Israel?
La respuesta es una sola: ninguna. No hay defensa posible. Solo odio, supremacía y lógica colonial. Y esa lógica no es exclusiva de Israel. Es compartida por todos los que callan, negocian, blanquean y pactan con la masacre. Es compartida por Trump que convirtió la causa palestina en una ficha más de su campaña. Por Biden que habla de paz pero entrega armas. Por Macron que sonríe en cumbres y se indigna solo cuando conviene. Por Scholz, por Sánchez, por Meloni.
Pero también por quienes se decían distintos. Por el gobierno mexicano que aún no rompe relaciones. Por Boric que ha condenado pero no ha actuado. Por Lula que brilla en foros pero desaparece cuando se trata de ponerle nombre al crimen. Por los BRICS que quieren construir un nuevo orden global pero no se atreven a desafiar a los amos del viejo.
Y entonces uno se pregunta, vale algo la vida palestina? ¿Vale algo la infancia en Gaza? ¿Vale algo el derecho a respirar sin miedo a una bomba? Porque si la respuesta es sí, entonces el silencio es traición. Y si la respuesta es no, entonces el mundo entero ya eligió su bando.
Hamas no es el problema. Es el síntoma. Es lo que ocurre cuando un pueblo cercado, hambriento, destruido, decide resistir. No con tanques ni con cazas F-35, sino con su propia existencia. Con piedras, con túneles, con banderas. Puedes no compartir su táctica. Puedes condenar sus ataques. Pero no puedes exigir que un pueblo acepte su exterminio de rodillas. La resistencia palestina es el último grito de dignidad en medio del silencio mundial.
Y mientras todo esto ocurre, Trump sigue sonriendo. Sigue dando discursos. Sigue diciendo que apoya a Israel “sin condiciones”. Sigue prometiendo más armas, más impunidad, más poder para los asesinos. No es el loco de la derecha. Es el líder de la barbarie moderna. El rostro del nuevo fascismo. El genocida de corbata.
Los niños de Gaza no pueden votar. No tienen cuentas bancarias. No escriben columnas. Solo existen. Y por existir son condenados a morir.
Hoy cada palabra que no se dice es un aval al crimen. Cada país que calla es cómplice. Cada gobierno que se esconde es parte del horror. Y cada líder que mira hacia otro lado será recordado junto al verdugo no junto a las víctimas.
Porque hay momentos en que la neutralidad es traición. Y este es uno de ellos.
Y entonces desde este rincón del mundo, desde esta pequeña columna que no lanza bombas pero sí palabras, gritamos, basta. Basta de matar niños. Basta de fingir que no pasa nada. Basta de firmar tratados con asesinos. Basta de convertir la diplomacia en cementerio.
Gaza no tiene bombas nucleares. No tiene portaaviones. No tiene aliados. Solo tiene muertos. Y mientras más muertos hay, más silencioso se vuelve el planeta.
Pero nosotros no vamos a callar. Porque cada niño asesinado en Gaza es un niño del mundo.
Y el mundo que permite su asesinato, es un mundo que ha perdido el alma.













