Alan Riquelme: la historia de un trabajador temporario que murió asfixiado dentro de una cámara de atmósfera controlada. Entrevista a Florencia Durazzi.
Kiñe | Uno
Aguantar la respiración: la trampa de Moño Azul
Alan Riquelme (24) estuvo tirado dentro de una cámara de atmósfera controlada desde las once de la mañana hasta las cuatro de la tarde. «Te amo mamá, te amo hija», fue el último mensaje que pudo enviarle a su familia, a las 11:08 de la mañana, prácticamente profesando un gesto de despedida. Alan debía terminar su turno a las 14 hs. Cuando ingresó a la cámara estaba solo, sin ningún relevo que lo acompañara, sin una máscara de aire que lo oxigenara. La empresa Moño Azul desde el año 2012 no le provee a los operarios máscaras autónomas con tubos de aire para poder ingresar con seguridad al interior de cámaras que funcionan con 1% de oxígeno. En este contexto, los trabajadores son obligados a ingresar a las cámaras de atmósfera para retirar las muestras de fruta –que sirven para medir la temperatura de la pulpa–, por lo que los maquinistas se veían (por lo menos hasta la muerte de Alan) inducidos a ingeniárselas para ingresar por una pequeña ventana ubicada a medio metro del piso. La técnica: aguantar la respiración durante por lo menos 15 segundos. Una verdadera trampa. Una bomba planificada a punto de estallar en cualquier momento.
Epu | Dos
“¡Malos hábitos!”
Alan no debía abrir la cámara de atmósfera controlada. No era su función. Pero Alan acataba las órdenes. No deseaba discutir, ni contradecir a sus patrones. Quería dar una buena imagen. Y algún día ascender de escalafón. Soñaba con ser maquinista. Pero los dueños de Moño Azul son esquivos para otorgar derechos y premios a quienes se lo merecen. Mantienen una política austera con sus empleados. Y muchas veces mezclan la negligencia con la corrupción. Una combinación peligrosa que generalmente terminan abonando los empleados. Los eternos deudores de la patronal.
Los manuales de procedimientos dentro de sectores que albergan cámaras de atmósferas controlada son específicos con las prácticas de seguridad que se deben aplicar dentro de los espacios de trabajo: deben haber carteles precisos y claros con una leyenda que advierta que dentro de la misma, existe poca oxigenación; debe haber máscaras con tubo de aire autónomo (por lo menos dos) y, fundamentalmente, los accesos a la cámara deben estar cerrados con candado, teniendo sólo un responsable a cargo de la llave. El día que murió Alan, nada de esto se cumplió, sólo había un cartel con una calavera sobre la puerta de la cámara 27. ¡Una película de terror!
¿Quién aprobaba que se podía trabajar de esta manera? ¿Cuántas veces pasó un técnico de seguridad e higiene y se encontró con todas estas falencias? Al respecto, ¿qué dicen los informes que ha presentado el Ministerio de Trabajo desde el 2012 hasta la actualidad? ¿Quién aprobó durante trece años seguidos que las cámaras de atmósfera controlada podían funcionar sin un equipo autónomo de oxígeno?
La muerte de Alan estuvo inducida. ¡Era evitable! ¡No fue un accidente! Está plagada de “malos hábitos”, como enfatiza Florencia Durazzi, compañera de Alan. La muerte de Alan está constituida por la cultura de la improvisación, la desinversión y la corrupción. Y si bien los empleadores de Alan, le reconocieron en la cara a Florencia que se hicieron las cosas mal, que existen muchas cosas por cambiar, ella sabe que estos no son errores de un día en particular o la negligencia de un equipo de trabajo, forma parte de un modus operandi, de una política empresarial, de una manera de hacer guita con el cuero de los empleados.
El primer día de la vuelta de Alan a la empresa mantuvo una conversación con su esposa que evidenció que ese modus operandi esta(ba) activo: “el mismo problema de todos los años: no quieren invertir. Y no han traído los repuestos necesarios para que el frigorífico funcione como corresponde, así que tu papá sigue de los pelos”. Con un tono de resignación Alan siguió cumpliendo con su trabajo. Sabiendo que ese es el contexto y que los empleadores no escuchan reclamos. “¡Son así! Y no hay forma de cambiarlos”. Alan había comenzado a trabajar un día viernes. El domingo, de la misma semana, estaba muerto.
Kvla | Tres
La cámara 27
Alan ingresó a la cámara por una pequeña ventana. Él intentó abrir la cámara desde adentro, sacando la vaselina de la puerta, mientras la ventana seguía abierta. Pero ese pequeño orificio no es suficientemente grande para airear la cámara de manera inmediata. Esta cámara está sellada al vacío y por lo menos la puerta principal de la cámara tiene que estar 24 hs abierta antes de que alguien ingrese. No se sabe si Alan se resbaló o simplemente se desmayó por la falta de aire. En teoría, en esas condiciones de oxigenación, no se necesita más que una bocanada de aire para que el cuerpo se desvanezca.
La primera persona en darse cuenta de la demora de Alan fue Florencia. Después de un tiempo prudencial llamó a su padre, que trabajaba también con Alan y que estaba ese día en el mismo turno. “¿Pasó algo en Moño Azul que Alan todavía no llega?”, interpeló Florencia a su padre. “No, debe estar esperando el relevo”, le respondió él, pero ya se habían cumplido dos horas de retraso. Algo estaba pasando. Marcelo llamó a las cuatro de la tarde al guardia de seguridad para saber si había visto a Alan. “Acá no salió nadie”, informó el guardia». “¡Andà ya a verlo! Iba a ingresar a la cámara 27. ¡No vaya a ser que le haya pasado algo!”, se quejó Marcelo. El papá de Florencia sospechó lo peor. Sin dudarlo, antes de obtener una respuesta del guardia, se subió a su auto y viajó hacia las instalaciones de Moño Azul. En el camino el guardia le confirmó el mal augurio: Alan estaba tirado dentro de la cámara 27. El guardia sabía que no debía entrar. Esperó que Marcelo llegara. Ya habían pasado casi cinco horas desde el último mensaje a Florencia. Marcelo no lo dudó, aguantó la respiración e ingresó a la cámara para sacarlo. Afuera de la cámara, uno de los guardias le realizó maniobras de reanimación, pero ya era demasiado tarde. Cuando llegó Florencia, veinte minutos más tarde, cerca de las 16:20 hs, “Alan ya estaba azul, hinchado y rígido”, según las propias palabras de su compañera. “Su muerte se había producido hacía varias horas”.
El abandono de persona de la empresa era evidente e inmundo. Marcelo se podría haber desmayado también en ese rescate precipitado e improvisado. En la empresa no había ninguna persona capacitada e idónea para asistir y realizar las reanimaciones pertinentes. No era la función de los guardias de seguridad y tampoco estaban preparados como correspondía. Ninguno de los dos guardias estaba preparado para una situación así. El guardia que pudo realizar las maniobras lo hizo porque antes había sido bombero. Sobre estas falencias Florencia agrega que Alan nunca recibió, en cinco años, una capacitación de reanimación cardiopulmonar (RCP). Si esto, por ejemplo, le hubiera pasado a un compañero, Alan no podría haber ayudado y estaríamos ante el mismo cuadro de situación. Las pocas capacitaciones que tuvo en cinco años fueron “sobre manipulación de alimentos y sobre uso de equipos autónomos en caso de incendios”.
El riesgo siempre fue doble con las cámaras de atmósfera: por un lado, verse en la obligación de tener que ingresar sin equipamiento apropiado y, por otro lado, lidiar con la ausencia de profesionales que pudieran asistir hasta que lleguen los paramédicos o pudieran llevar al paciente al hospital de Villa Regina, ubicado a tres kilómetros de las instalaciones de Moño Azul. Toda la operación era un riesgo, una trampa obscena que ostentaba llevarse a alguien todo el tiempo. ¡La cámara de gas de la posmodernidad! El juego perverso del equilibrista ciego que juega a no caer al vacío mientras los dueños de la cuerda especulan cuánto tiempo pueden soportar así sin cambiar la cuerda, sin construir un puente, para dejar, finalmente, de arriesgar la vida de los laburantes.
Meli | Cuatro
Visionarios
¡La vida de los operarios está devaluada! ¡Eso ya lo sabemos! Lo hemos comprobado con Alan y con todos los trabajadores que en estos últimos años han perdido la vida en lo que parecieran ser trampas para animales, construidas con una estratégica metodología económica, dentro de las chacras del Alto Valle.
La población de Neuquén y Río Negro sabe cómo operan los empresarios frutícolas del Alto Valle: es vox populi que no invierten en beneficio de los trabajadores, que no los capacitan, que no les dan los equipamientos adecuados, que les pagan una miseria o por debajo de lo que les deberían pagar en función de sus responsabilidades. Es sabido que contratan poco personal, que contratan a personas jóvenes para pagar menos, que los contratan poco tiempo para no pagar antigüedad, que los inducen a realizar más labores de las que les corresponde y de las que pueden realizar; es sabido que se comen los aportes. Todo eso la población de Neuquén y Río Negro lo sabe. Lo único que se está evidenciando con la muerte de Alan es la confirmación material de ese trato brutal e impune.
No son errores, ni malas decisiones. Los empresarios son conscientes hacia dónde direccionan sus prioridades: invertir en seguridad y en sus trabajadores no es uno de los ítems. Y así lo mantuvo Moño Azul durante más de una década, con la complicidad de un Estado que no hizo los controles necesarios o que los hizo y prefirió hacer la vista gorda. Alan no murió por inoperancia, murió porque quedo enredado en una trampa sistemática, construida con cada acto de corrupción y desinversión que ejecutó Moño Azul, avalado por el Estado provincial de Río Negro y, en particular, por el municipio de Villa Regina.
La entrevista realizada en 2021 por Julia Bearsi (directora de Endeavor Argentina) a Nicolás Sánchez, CEO del Grupo Prima y dueño de Moño Azul, revela la doble vara de su pensamiento, mostrando con nitidez la máscara de hombre progresista y empático que utiliza en público, mientras que en el anonimato del mundo empresarial protagoniza a un ser calculador, siniestro y sin escrúpulos. Nicolás Sánchez comienza presentándose como emprendedor, pero en el párrafo siguiente confiesa que heredó la empresa de su padre. Nicolás Sánchez siempre estuvo en contacto con el poder, no conoce otra forma de vincularse. “Si la empresa no crece, las familias se empobrecen”, es una frase que reivindica de su padre. “¡Era un monstruo!”, aclara, mirando en retrospectiva la relación de competencia que mantuvo con su hermano mayor (CEO de los “emprendimientos” hoteleros Bahía Montaña y Bahía Manzano), especificando también que, en la actualidad, dentro de la empresa, mantiene una lucha constante con su padre. El sentido común con el que piensan y actúan estos hombres, en nombre de la supervivencia de las empresas que administran, es espeluznante. Nicolás Sánchez tardó un mes en comunicarse con Florencia; un mes entero especuló cuál era la manera más beneficiosa de dirigirse a las víctimas. Durante todo ese tiempo, seguramente, midió cuál era la actitud de la familia de Alan con respecto a Moño Azul. Nicolás Sánchez le propuso a Florencia una mesa de trabajo. Ella no dudo en sospechar que la verdadera intención de Nicolás Sánchez era «amordazar su pedido de justicia». Después de esa propuesta capciosa Florencia no volvió a ver nunca más al jefe de su compañero.
En otro pasaje de la entrevista Nicolás Sánchez reconoce que son los mayores productores de orgánicos de Iberoamérica. Y el mayor productor del mundo de biodinámicos. “Es un tratamiento homeopático del cultivo. Tiene que ver con todo el proceso de la luna: la luna rige en las mareas, pero también rige en la circulación del cuerpo, lo mismo pasa con la savia de las plantas”.
En este último sentido, y teniendo la oportunidad (remota) de interactuar con un visionario como Nicolás Sánchez, el futuro de las finanzas en la región, y dado que la entrevista fue tan amena y condescendiente, aproveché y le deje un hilo de preguntas también, dentro del canal de YouTube, con la intención de que, a pesar de que ya pasaron varios años, el video se viralice y tome relevancia mediática nuevamente. Alentando, del mismo modo, a que el público lector de esta crónica pueda dejar un aporte también.
“Siendo que son los mayores productores de orgánicos de Iberoamérica y los mayores productores biodinámicos del mundo, ¿usted ve la posibilidad de invertir en equipos autónomos de oxigenación para que los trabajadores de Moño Azul no se mueran asfixiados en las cámaras de atmósfera controladas que existen dentro de las instalaciones de su empresa frutícola? Y si no es así, dado que lo números no cierran o porque, quizás, están esperando lograr un tercer éxito en la región, ¿existe la posibilidad de tener, al menos, la presencia física de un profesional de la salud, para actuar dentro de una emergencia, en el que otro trabajador quede encerrado o se desmaye dentro de una cámara de atmósfera controlada? Por otro lado, la filosofía homeopática (propia de los pueblos preexistentes de este territorio) que contempla la interrelación de la luna con todas las formas de vida existentes, que usted propone y visualiza como emblema de su producción, ¿es aplicable y extensible a los trabajadores de su empresa, o estos carecen de una forma de existencia que los desvincula de todo tipo de derechos, prerrogativas y resguardos sociales? Me refiero a que usted se muestra sensible a observar y contemplar el ciclo completo de la luna y cómo este ciclo incide en el florecimiento (o no) de un frutal, pero no puede dimensionar el riesgo para la vida que corre una persona cuando ingresa a un espacio confinado, sin oxígeno. Como tampoco, por lo visto, puede dimensionar el riesgo que puede ocasionar en la salud integral y psicológica de un obrero al enviarlo a señalizar mejor y abrir periódicamente la misma cámara donde un familiar perdió la vida. Alan Riquelme murió prácticamente en las manos de su suegro; el suegro de Alan Riquelme arriesgó su propia vida para intentar salvarlo y usted la única respuesta que le ofrece es mandarlo a trabajar al mismo lugar de la «tragedia», induciéndolo inclusive a capacitar al remplazo de su familiar. El contraste que usted muestra para registrar, por un lado, los cambios que puede sufrir su producción frutícola y, por otro lado, el bienestar de los obreros de su empresa es abismal, cruel y espeluznante. ¿No le parece? ¿O le resulta muy descabellado y ofensivo lo que le estoy planteando?”
Observando desde otra perspectiva, y analizando el discurso progresista y la declaración de amistad con la tecnología por parte de Nicolás Sánchez, puedo adelantar que en algún momento este “emprendedor” se va a sentar a mirar “El eternauta”, una serie nacional protagonizada por Ricardo Darín que se estrenó recientemente, el pasado 30 de abril para ser exacto. Nicolás Sánchez va a poder reconocer en ella uno de los elementos claves de la serie: las máscaras de oxígeno. Las máscaras de oxígeno son estrictamente lo que mantiene con vida o no a los protagonistas de la serie. Si las personas se exponen a un espacio abierto, sin la asistencia de una máscara de aire, mueren de forma inmediata, dada la contaminación en el ambiente. En la serie se pueden ver cómo varios actores, al cometer este error, realizan seis pasos y caen inconscientes, como seguramente cayó Alan dentro de la cámara de atmósfera. No tengo ningún tipo de duda que muchas de las reminiscencias de la serie van a hacer pensar a Nicolás Sánchez en Alan Riquelme, o por lo menos si no piensa en él, va a poder dimensionar la relevancia de las máscaras de oxígeno; en la distinción entre usarlas o no usarlas; entre tenerlas o no tenerlas. Y si es así, me gustaría (por supuesto, es un deseo personal) que llame en ese momento de lucidez a Florencia Durazzi para darle una explicación mucho más detallada de lo qué pasó con Alan, reconozca todas las negligencias que protagonizó su empresa y que actúe judicialmente en consecuencia. Sin embargo, volviendo a la realidad, como sé que nada de esto va a ocurrir nunca, resulta oportuno proponer que, como una posible analogía, Nicolás Sánchez sea dentro de la serie, el despiadado que fuerza a salir al exterior a decenas de personas sin máscaras oxígeno, sabiendo el riesgo que corren sus vidas con esta acción, con el objetivo siempre claro y presente de salvarse él solo, en contraste con el mensaje que intenta dar “El eternauta”.
Kechu | Cinco
Fruta podrida
En la actualidad, el fiscal de la causa Agustín Bianchi, está esperando el resultado de las pericias del celular de Alan, para confirmar si tuvo una orden directa y oficial para abrir o no la puerta de la cámara de la atmósfera controlada. Ya fueron pericias las cámaras de seguridad de la empresa. Mientras que en la carátula de la causa penal figura el rótulo de “Muerte dudosa”.
Por su parte, para la responsable de recursos humanos, la responsabilidad fue de Alan, culpándolo a él de su propia “desgracia”: “¡no debió haber entrado! ¡Hay un cartel con una calavera que especifica (se deduce, según ella, por la imagen) ‘prohibido pasar’”.
Alan estuvo tirado en el piso durante cinco horas como si fuera una fruta podrida, una fruta en mal estado, una fruta de descarte que no sirve ni para hacer sidra.
Para Moño Azul Alan representa una mala inversión, una pérdida económica. No representa una vida; o mejor dicho, la vida de los trabajadores, dentro de Moño Azul, no representa un activo digno de ser custodiado. Puede ser descartada y sacrificable en cualquier momento. Alan era prescindible. Él soñaba no serlo, soñaba ser útil, permanecer, ser importante. Transcender. Soñaba que su aporte fuera identificable y reconocible. Pero los empresarios sólo tienen ojos para los números en verde. Al otro día del fallecimiento de Alan, la empresa hizo un minuto de silencio y siguió operando como si nada.

Foto: Gustavo Figueroa.
“Podían haberles dado un día de duelo para asimilar lo que había pasado con un compañero, para que puedan asistir al velorio. Nada de eso ocurrió”, reflexiona Florencia. Tampoco hubo un acompañamiento psicológico hacia las personas que asistieron a Alan, ni hacia los propios familiares. “Mi papá tuvo que capacitar al reemplazo de Alan, la empresa le ordenó señalizar mejor la cámara de atmósfera controlada y en una oportunidad le tocó abrir la cámara 27. Le brindaron asistencia psicológica, pero a la vez le hacía hacer todas estas cosas”, expone Florencia intentando entender qué es lo tienen en la cabeza y en el corazón estos “visionarios” del mundo. Literalmente le hacen sentir a los familiares que son una mierda, que no son nada, que no vale la pena ni siquiera pronunciar una palabra de consuelo o empatía. No cuidaron a la víctima, ni cuidan a las personas que quedaron vivas. Les demuestran a cada instante, con el paso de los días, que no son importantes. Todo el tiempo así, pronunciando esos gestos de crueldad, esa política espantosa en contra de la población que dicen estimar como “una gran familia”.
En la actualidad, a tres meses del fallecimiento de Alan, es prudente indagar: ¿cómo extrae Moño Azul las muestras de frutas? ¿Aplican los manuales de procedimientos? ¿Compraron máscaras de aire? ¿Invirtieron? ¿O siguen poniendo en riesgo la vida de los trabajadores rionegrinos para aumentar sus regalías personales?
“Después de que a mi papá le indicaron hacer todos estos cambios repentinos, él entendió que si esos cambios lo hubieran hecho antes, como correspondía, a Alan no le hubiera pasado lo que le paso”.
Kayu | Sei
Declaración de principios
El pasado 25 de abril Alan y Florencia cumplieron ocho años de novios. Durante ese día Florencia sintió que, sin dudarlo, volvería a elegir cada día que vivió con Alan, los tres hijos que tuvieron y todas las adversidades que atravesaron juntos, con el objetivo fijo de concretar un día la casa propia. “Cuando nació nuestra primera bebe, no teníamos nada. Era todo prestado, vivíamos bajo el techo de nuestro suegro.”
Alan y Florencia se conocieron en Villa Regina. Eran muy chicos, prácticamente adolescentes, cuando comenzaron a compartir espacios y salidas. Al poco tiempo de ponerse de novios entendieron que querían formar una familia juntos. Alan quería tener una familia grande y ser un papá presente. Concretar una imagen y un rol que nunca había podido tener, ni disfrutar. Florencia deseaba lo mismo: la casa, la familia, el auto. Sin complicaciones. Concretar una familia tradicional. Sorteando todas las imposibilidades que significan vivir en esta época, en una provincia como Río Negro, donde escasea el trabajo y abundan las necesidades.
“Alan terminó su primera temporada en abril o mayo de 2020. Yo estaba cursando el último año del profesorado de biología. Se vino la pandemia, con nuestra beba recién nacida y yo embarazada. No teníamos gas. Alan se encargaba de conseguir la leña y calefaccionar la casa.”
“El jamás pasaría por encima de otra persona”, recuerda Florencia. Y eso es un acto perdurable; ante los acontecimientos ocurridos, es una declaración de principios. Alan trabajó en un aserradero, fue ayudante de albañil, tuvo un local comercial. Y en todo ese recorrido, siempre mantuvo el mismo código: no pisar a nadie, no estrujar a nadie, no ahogar a nadie. No creerse más que nadie y ser igual a todos.
“Cuando lo conocí, con esa humildad, con ese respeto, con esas ganas de salir adelante, yo supe que él era mi complemento. Me enseñó que yo no sé todo. Y que me queda mucho por aprender”.
Ahora sin Alan, Florencia reconoce que uno de los momentos más difíciles que tendrá que elaborar es con su hijo más pequeño.
“A mi bebé más pequeño, de un año y medio, le voy a tener que presentar a su papá por medio de fotos, videos y audios. Los más grandes lo pudieron disfrutar a su papá, por lo menos unos años, pero el más chiquito no”.
Regle | Siete
Los NN del periodismo objetivo
Esta crónica tiene un doble objetivo: primero, completar la información que suelen omitir los medios hegemónicos locales en la cobertura de esta clase de casos y, en segundo lugar, fundamentalmente, vestir a los protagonistas que son presentados ante el público lector prácticamente desnudos, sin historia, sin pasado, sin familia. Sin palabras, sin valores, sin principios; con la presentación y difusión insistente de un único título posible, ofrecido para ser leído entre líneas, como parte de un metamensaje encriptado que ubica a la víctima como el “culpable–responsable” de cualquier sospecha admisible.
Los diarios Río Negro y La Mañana de Neuquén, fieles a sus políticas de encubrimiento del capital empresarial, omitieron hablar de las máscaras de aire y las condiciones de seguridad de Moño Azul, dirigiendo toda la atención sobre las decisiones particulares del joven Alan Riquelme. En un esfuerzo de producción,La Mañana de Neuquén, fue más allá y duplicó la apuesta, intentando pegarle una buena lavada de cara al rol y “la actitud feliz” con la que se desempeñan los trabajadores golondrinas en las chacras de la región. Literalmente en esta nota se romantiza que los trabajadores golondrinas tengan que migrar de sus pagos para poder subsistir como personas lejos de su tierra y su familia.
En la misma sintonía, Pablo D’Cristofaro, secretario general del Sindicato de Trabajadores de la Industria del Hielo (STIHMPRA), dirige la responsabilidad también hacia el accionar de Alan. “No sabemos lo que pasó, él conocía las cámaras, era el quinto año que estaba en Moño Azul”. Pero Florencia aclara, “esta fue la primera vez que Alan abría una cámara controlada, había abierto las de frío, pero nunca una de atmósfera controlada”.
Con la excusa de la objetividad periodística los medios hegemónicos locales publican a las víctimas plagados de ausencias, de vacíos informativos y los convierten en pocas líneas en victimarios. Los invito a que realicen el ejercicio de leer las publicaciones que realizaron los medios más conocidos de la región, en función de este caso, pero también en función de casos de gatillo fácil, feminicidios y desapariciones forzadas ejecutados en la Patagonia. El ejercicio es el mismo: presentar a sujetos anónimos como responsables de supuestos delitos, incluso contra su propia integridad. ¡Los NN del periodismo objetivo!
En ese ejercicio de objetividad, de aislar al sujeto de su historia, de su familia, de un contexto, siempre la víctima pierde, a tal punto que con uno o dos titulares de los “medios objetivos” la víctima pasa de ser víctima a un victimario indefendible.
Purra | Ocho
La última bocanada de aire
En 1943, la Alemania nazi, enviaba (de forma forzada) a determinadas personas de la sociedad (judíos, homosexuales, comunistas) a las cámaras de gas, porque creían y se habían convencido de que estas personas eran inferiores, que portaban en su sangre una condición indigna que justificaba la reducción de sus derechos hasta la completa extinción por inducción (hacerlos trabajar y darle alimentación deficiente hasta su muerte) o proponiéndoles el fusilamiento directo. Cuando se observa con detenimiento el comportamiento y los gestos emitidos por los empresarios frutícolas del Alto Valle de Rio Negro y Neuquén (incluido Nicolás Sánchez) contra miles de trabajadores rurales, temporarios y trabajadores golondrinas, se puede detectar rápidamente el mismo gen genocida, donde el otro no es reconocido como una persona de derecho, aunque si es utilizada como una herramienta de trabajo, una mula de transporte, una representación estadística de las pérdidas de las empresas. Nadie puede afirmar que una patronal que somete a sus empleados para que vivan en condiciones infrahumanas, en constante hacinamiento, bajo pocilgas denigrantes, que no tienen calefacción en invierno y agua potable en verano, son hombres y mujeres que miran a sus empleados como iguales. El trato es inhumano porque están convencidos de que esos hombres y mujeres no son personas, son otra cosa, otra especie inferior a ellos. Si pudieran no pagarles, no lo harían. Si pudieran explotarlos hasta que no sirvieran más, hasta que no les quedara ni una gota de aliento, lo harían. De hecho es lo que hacen.
La última bocanada de aire Alan se la entregó a esta empresa miserable y acaparadora.
Durante el nazismo también hubo campos de explotación esclava, diseñados con el objetivo de dañar la moral y la autoestima de las víctimas. ¿Alguien se vuelve feliz, realizado y/o empoderado, después de hacer la temporada de la fruta? ¿Algún trabajador puede negar que en más de una ocasión recibió alguna forma de desprecio, ninguneo, maltrato verbal y/o psicológico dentro de estas empresas? ¿Qué es lo que avala que un patrón puede mantener ese vínculo con sus trabajadores? ¿Cuál es la esencia de ese pensamiento que habilita a un patrón rural a tratar a una persona injustamente, impunemente, como si fuera un animal? ¿Quiénes son los cómplices de esa impunidad?
Alan tendría que estar en la mesa familiar compartiendo un asado, intentando que sus hijos coman verduras, haciendo chistes sobre el clásico River–Boca, pensando en todos los materiales de construcción que hay que comprar para poder avanzar en el terreno que les regaló su suegro a él y a Florencia. Sin embargo, todo lo contrario, Florencia se quedó sola y tiene que limitarse a planificar el día a día, intentando, por lo menos con su testimonio, colocar en situación a los jefes de su esposo para que no se hagan los desentendidos con la muerte de Alan, para que dimensionen, finalmente, qué es lo que llevó a que hoy Alan esté en un cementerio. ¿Se acordará hoy, durante el asado familiar, Nicolás Sánchez de Alan Riquelme? ¿Pedirá un minuto de silencio en su casa también? ¿O intentará no hablar del tema, como tampoco intentará acordarse de las máscaras de aire que nunca compró durante todos estos años, en su gestión como CEO de Moño Azul?
“La justicia es como una serpiente, sólo muerde a los que andan descalzos”, nos enseñó un día Eduardo Galeano. Y en esa sabiduría no persiste la resignación, sino la lucidez; la misma lucidez que administra Florencia cada vez que aborda la historia de su compañero, Alan Riquelme.













