Quizá no todo el mundo sepa que el 25 de abril es una fecha clave en el calendario italiano. Celebra la liberación del nazi-fascismo en 1945. Esa fecha en concreto marca la insurrección final que tuvo lugar en Milán, con la toma de la ciudad por brigadas partisanas.
Ese día es fiesta nacional y hay manifestaciones en toda Italia, y la más importante siempre ha sido la de Milán. Ya en el pasado, en momentos delicados de la historia de este país, el 25 de abril ha mostrado a todos la fuerza del pueblo italiano, consciente de aquella resistencia de la que nació la Constitución italiana, una de las más bellas del mundo (nunca aplicada plenamente…). Este año se celebraba el 80 aniversario, con el gobierno de derechas, dirigido por Giorgia Meloni, machacando con leyes liberticidas destinadas a acabar con toda forma de disidencia. Manifestaciones, protestas, ocupaciones, apoyo a las luchas, serán castigados a partir de ahora con años de cárcel. Mientras se reducen los derechos a la salud, a la vivienda, a una información justa, al trabajo y a una educación de calidad.
En los últimos meses se han multiplicado las iniciativas contra el decreto-ley que establece estas nuevas normas, que preocupan a tantos, viejos militantes, pero sobre todo a los jóvenes. A todo esto se añade la represión de los inmigrantes, la terrible noticia de la apertura de dos centros de detención para inmigrantes en Albania, que se suman a los diez presentes en suelo italiano, centros considerados peores que las cárceles y en los que la gente acaba solo porque no tiene permiso de residencia. En resumen, el viento de la derecha, alimentado por la aplastante mayoría de los principales medios de comunicación y por la debilidad de los partidos de la oposición y de los sindicatos históricos, ha provocado la salida a la calle de cientos de miles de italianos e italianas.
A todo esto se añade la cuestión fundamental de Palestina, donde, una vez más, vemos la división entre un sector muy amplio de italianos, fuertemente opuesto a las masacres en Palestina, a todas las guerras, contra una carrera armamentística que es verdaderamente aterradora, por una paz con justicia social, en todas partes del mundo.
Si a eso añadimos la «cercanía» entre nuestro gobierno y el de Trump, así como el de Orban y (¿por qué no?) Putin, nos entran escalofríos.
La muerte del Papa Francisco se ha llevado una voz muy importante alzada contra los poderosos del mundo, contra la carrera armamentística, contra la injusticia creciente, a favor de los pueblos que resisten a la violencia del poder, de los que luchan por la salvación del planeta. Esta voz falta en todas partes, pero ante todo en Italia.
El gobierno italiano, con la excusa de los cinco días de luto por la muerte del Papa Francisco, intentó «atenuar» la fuerza y la vivacidad de las manifestaciones del 25 de abril pidiendo «sobriedad». En cambio, éstas tuvieron más participantes que de costumbre, más fuertes y más decididas. En Milán unas 150.000 personas marcharon durante horas, y en muchas otras ciudades también hubo manifestaciones. El propio Presidente de la República, Sergio Mattarella, habló en la plaza de Génova, ciudad medalla de oro de la resistencia, invitando a no bajar la guardia contra el fascismo, recordando la centralidad de la resistencia en la historia italiana y los frutos que dio para la democracia y la libertad en este país.
Como en otras ocasiones, el 25 de abril fue ocasión para que desfilaran otras luchas de resistencia internacionales: desde la palestina, a la ucraniana, la kurda, la turca (contra un gobierno que encarceló al alcalde de Estambul, principal candidato a socavar a Erdogan), pasando por las sudamericanas, que denuncian las injusticias en sus respectivos países.
Este artículo está escrito para aquellos que ven Italia desde fuera, que corren el riesgo de tener una imagen incompleta de la realidad polifacética de un país que sigue gritando en voz alta: «Ahora y siempre Resistencia».
Traducido del italiano por Margarida Trías











