Perdonen lo autorreferencial, pero en estos tiempos hedonistas, son deslices que se pueden dejar pasar.

Lo cierto es que en 2015 trabajaba en una oficina que por distintas cuestiones terminó elaborando muchos de los apuntes que después terminaron engrosando la “enciclopedia” con la que Cristina Fernández de Kirchner se presentó el 1 de marzo del 2015 en el Congreso de la Nación Argentina para dar apertura al año legislativo.

Ese discurso de más de tres horas repasó 12 años de gestión y marcaba lo que habían sido los logros fundamentales durante su gobierno y el de Néstor Kirchner. A su vez analizaba la coyuntura y planteaba una dirección que podía darle continuidad a ese proceso industrialista y transformador que estaba viviendo la Argentina.

Unos meses después escribía sobre esa marea humana que despidió a Cristina el 9 de diciembre de 2015. La nota terminaba así “Caíamos en cuenta que el dique se había roto, que ya no iba a estar ahí Cristina para frenar la avalancha. Así que hay que apuntalar, cada uno tendrá que buscar su centro de gravedad para seguir extendiendo el brazo al que lo necesite, el monstruo más grande es el del individualismo, el de la indiferencia. Así que convirtamos esta incredulidad en creatividad, en inteligencia colectiva, en fortalecimiento de las convicciones que le dan sentido a nuestras vidas”.

Pocos pudimos sostener esos ideales, aunque es posible que no hayamos sido tan pocos, solamente que no tuvimos muchas oportunidades de difundirlo.

Ahora que todos hablamos de los BRICS, solo quiero recordarles que algunos ya hablábamos de los BRICS hace 10 años, cuando, por ejemplo, a la cumbre de Fortaleza, Brasil en 2014 habían invitado a la Argentina para que la integrara y se convirtiera en la segunda vocal de esas siglas. En ese tren no nos subimos y al poco tiempo nos tuvimos que ir a llorar al campito.

El asunto es que en esa apertura de las sesiones legislativas del 2015, Cristina en su discurso destacaba uno de los factores fundamentales de la consolidación de los BRICS como potencias en este nuevo contexto global: la proliferación de ingenieros. Factor clave del declive de los Estados Unidos y de Europa, según el demógrafo francés Emmanuel Todd, por ejemplo.

En esa oportunidad Fernández alardeaba de lo siguiente «Y también quiero decirles algo con mucho cariño y mucha alegría, ustedes se acuerdan que lancé en Tecnópolis, en el año 2012, un plan de formación de ingenieros 2012-2016, que necesariamente va a tener que seguir proyectándose porque necesitamos más ingenieros. Dije en aquella oportunidad que el paradigma que guió a mi generación, a la de mis padres, la de los inmigrantes, fue «mi hijo el doctor», todos querían tener un abogado en la familia, un médico, por ahí un contador, por los impuestos, pero en realidad lo que les gustaba era un médico o un abogado, el doctor. Quiero que ahora sea «mi hijo el ingeniero», pero de los buenos ingenieros. Hay en el país hoy más de 200.000 estudiantes de ingeniería, 44.000 de ellos tienen ya más del 80% de la carrera aprobada, y por primera vez en nuestra querida y famosa Universidad de Buenos Aires tenemos más inscriptos en ingeniería que en las facultades de ciencias sociales. Fue muy gracioso, porque en el 2014 se graduaron 10.000 ingenieros, y cuando esto se publicó en un diario decía como curiosidad, como si fuera una cosa que nace por generación espontánea, un fenómeno meteorológico, como que va a llover y llovió o va a hacer calor o va a hacer frío. Señoras, señores, hay más ingenieros porque estamos destinando más de 50 millones de pesos por año a becas exclusivamente para estudiantes en ingeniería y porque además están siendo demandados por un país cada vez más industrial, más tecnificado y que necesita más desarrollo y más investigación. Por eso, por el modelo y por las políticas públicas del modelo es que hoy tenemos más ingenieros. Y esto que hoy pasa en la UBA nos gustaría que pasara en todas las universidades que tienen la carrera de ingeniería y este es un plan estratégico que tiene que ser sostenido a largo plazo porque es una política de Estado, como lo es en China, como lo es en todos los países que lo propician…».

Habíamos vuelto a ser un país industrial. Estábamos encaminados como el resto de los BRICS, pero en el medio pasaron cosas, no podemos negarlo. No es tan difícil vislumbrar que los ejes de negocios de la Argentina, incluso los nuevos estándares culturales y sociales que lo iban tiñendo todo tenían otras terminales que no querían una Argentina industrial, sino una Argentina exportadora de recursos naturales.

Esta discusión ha quedado expuesta de manera obscena de la mano del gobierno de Javier Milei, decidido a deforestar los derechos laborales, el sistema previsional, la salud y la educación públicas y cualquier contención para las clases populares que se hubiera forjado en los más de 200 años de historia de nuestro país.

No logró el peronismo que los argentinos se sintieran parte de ese cambio de paradigmas. No se logró motorizar una salida de la pobreza más perceptible, más federal, más urgente. No pudimos enorgullecernos como nación de estos logros, quizás el vaso medio vacío se impuso. La envidia, la impostura, el acomodo y los intereses mezquinos se confirmaron como una profecía autocumplida de una estima negativa que muchas veces nos hace pendular entre ser los peores o ser los mejores, sin términos medios.

El gran desafío de estos tiempos es pensar serenos y saltar por encima de estas dicotomías permanentes. No es cosa’e mandinga, son decisiones.