4 de febrero 2025, El Espectador

Traigo una propuesta para quienes todos los días se preguntan cómo aliviar algún centímetro del corazón de Colombia: démosle una mano a una fundación que trabaja desde hace 6 años por los niños con Síndrome de Down y necesita con urgencia nuestra ayuda. Los pequeños grandes actos de solidaridad quizá no salven al planeta, pero pueden hacer la diferencia entre la felicidad y la tristeza para un puñado de seres humanos.

Luciana tenía 10 meses cuando se fue al Cielo. Desde entonces ella –con la fortaleza y la dulce complicidad de su mamá– ha sido un ángel para otros niños, jóvenes y adultos que también nacieron con síndrome de Down, condición congénita que inspira infinitas dosis de ternura en las familias, pero que debe enfrentar los vacíos de una política pública insuficiente.

Uno de cada mil niños nacidos vivos llega a este mundo con Síndrome de Down y todos necesitan atención especial, “cariñoterapia” intensiva y equipos de trabajo que les ayuden a tener el mayor grado posible de autonomía y un entorno escolar y laboral digno. No es fácil lograr la inclusión; no todos comprenden que un niño con Down es como un pedacito de arco iris: hay que cuidarlo para que no se estrelle contra el mundo, pero también es preciso dar gracias, porque en medio de la complejidad ilumina la vida en cada abrazo, en cada logro, en la caricia que se da y se recibe.

La Fundación Luciana Tovar Gómez está en un barrio popular de Manizales. Gracias a ese espacio de amor, pedagogía y dignidad, cerca de 50 personas de alma pura y buena, han podido ser más independientes, más ellos mismos. Aprendices de casi todo, son maestros en amistad y grandeza.

Hoy, 37 jóvenes con Síndrome de Down asisten diariamente a la Fundación y están ad-portas de perderla por falta de recursos. Fundadores, familias, terapistas, docentes y ayudadores por convicción, llevan años aportando. Pero el plan padrinos ($200.000 al mes) ya no alcanza, y el riesgo de cierre es inminente. En un país lógico serían la ciudad o el departamento los responsables de que a la Fundación no le faltara nada; pero más allá de las disertaciones sobre la realidad y el deber ser, lo urgente es que estos muchachos no pierdan sus clases de música, el espacio donde bailan, aprenden a leer y escribir y hacen con sus manos los muñecos de año viejo, tiritas de bienvenida y anchetas de cariño; no pueden perder los semilleros que han trabajado con sus familias, y el comedor donde celebran la vida y construyen alegría.

En el primer piso de la casa funcionaba el Café Mágico, un lugar que durante un año y medio les generó empleo y orgullo a 7 muchachos con síndrome de Down y que ahora miran con tristeza el cierre de su pequeño paraíso: esa cafetería en la que preparar y servir una taza de café equivalía a recibir una tonelada de amor, dignidad y satisfacción personal.

Durante 18 meses los comensales del Café Mágico cumplieron una cita con la esperanza, ahí, en el barrio Lleras, en el Boulevard de la 48 frente al Hospital; pero el viernes pasado Mágico tuvo que cerrar las puertas, y hoy desde Pazaporte invito a todas y todos los defensores de la vida, “caminantes sí hay camino” a ayudar, para que esas puertas se vuelvan a abrir. Mantener vivos el Café y la Fundación cuesta cerca de $15 millones al mes. Mucho dinero cuando no se tiene, pero muy poco, frente al imperdible impacto que generan.

Les dejo el correo a donde pueden escribir, apadrinar, aportar:

fundacionlucianatovargomez@gmail.com

Hagámoslo… más que por ellos, por nosotros mismos: no todos los días se tiene la oportunidad de ser arte y parte de una magia y una luz.

Foto: Fundación Luciana Tovar Gómez

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