Yeheli Cialic es el coordinador de Mesarvot, una red de jóvenes israelíes objetores de conciencia que se niegan a alistarse en el ejército en protesta por la ocupación y la guerra de Gaza, una elección que supone ir en contra de todo lo que les han enseñado. Por ello se enfrentan a meses de prisión militar. Le conocimos y entrevistamos en Bolonia, donde participó en un acto organizado por Assopace Palestina.

—¿Cómo es vivir hoy en Israel?

Da miedo, no tenemos ningún tipo de estabilidad, muchos han perdido a seres queridos que estaban en «primera línea». Está claro que el gobierno no se preocupa por nosotros. Eso no me sorprende nada, pero siguen adelante con esta guerra, no se preocupan por los rehenes, ni siquiera cuando tuvieron la oportunidad de negociar. Eligieron atacar la embajada iraní, así que, en la medida de lo posible, es importante decir que el ataque iraní fue provocado.

Por supuesto que no apoyo al régimen iraní. Recuerdo estar sentado con amigos cuando se produjo el ataque iraní y la advertencia de que interceptaríamos la mayoría de los misiles. Es como si no pudiéramos decidir qué va a pasar, y luego nos recuerdan que así es como se siente la gente cada día en Gaza, pero nosotros no estamos bajo la misma amenaza y el equilibrio de poder no es para nada simétrico.

—¿Qué cambió después del 7 de octubre?

Yo ya era activista antes del 7 de octubre. Es como si el mundo se hubiera acabado ese día. Enseguida supimos que algo se había roto y que nada iba a ser igual y daba miedo, realmente no sabíamos qué iba a pasar. Hubo un enorme aumento del sentimiento derechista en la opinión pública israelí. El 7 de octubre también perdimos compañeros.

Pensaba en qué sería de esta tierra y sabíamos que al final quienes pagarían el precio de este ataque serían civiles que no tenían nada que ver con esto. Temía por mis compañeros palestinos.

Viví cuatro meses en Cisjordania, en un pueblo palestino, para documentar la violencia y las violaciones de los derechos humanos. Sabía muy bien que mis compañeros de ese pueblo, que ya habían sufrido mucho por la violencia de los colonos y del Estado, vivirían una situación peor.

De niño, me trasladé con mis padres a Tel Aviv. Allí empecé a estudiar en una escuela y estaba empezando a tener muy buenos resultados. Seguía teniendo opiniones sionistas, pero estaba un poco más orientado hacia los derechos humanos. Empecé a conocer el concepto de ocupación y a formar mi conciencia política. Cuando tenía 16 años, hice mi primer examen para el ejército y realmente no sabía que estaba mal. No entendía que había algo profundamente erróneo en mi sociedad y sólo pensaba en vivir tranquilamente. No alzanzaba a ver el racismo que había en mi sociedad. Ves la corrupción y la violencia, sabes algo, pero no tienes palabras para expresarlo. Estudiaba física e informática y quería entrar en el cuerpo de inteligencia para conseguir un buen trabajo y luego salir de este país. Al final no me aceptaron en el cuerpo de inteligencia y entré en un programa especial de las Fuerzas Aéreas, donde me pagaron para hacer un máster en ingeniería aeroespacial y construir armas. Mi sueño era construir naves espaciales, no armas. Al final de mi segundo año, tuve una gran crisis, y por suerte conocí a un chico que me ayudó a salir del bucle de los deberes y las ecuaciones matemáticas. Empecé a leer artículos políticos y muchos libros de historia, profundicé en el colonialismo, del que sabía algo, pero que hasta entonces nunca me había interesado especialmente. De repente adquirí mi propio vocabulario para entender la realidad, y gracias a eso me di cuenta de que vivía en una especie de apatía.

Me di cuenta de que ser soldado significa formar parte del cerebro ejecutivo de un gobierno que busca mantener el statu quo en lugar de darnos una opción de paz y reconciliación resolviendo los conflictos. Lo que finalmente me decidió a no alistarme en el ejército fue leer la obra de Hannah Arendt «La banalidad del mal». Ese libro fue el principio del fin para mí. Me di cuenta de que no podía ser una buena persona dentro de un sistema, no podía.

—¿Cuál fue la reacción de tu gente cercana cuando decidiste no alistarse en el ejército?

Lo pasé muy mal. La verdadera crisis llegó cuando conseguí una exención del ejército por motivos de salud mental y me fui a Masafer Yatta, una zona del sur de Cisjordania que se enfrentaba a un periodo de enorme violencia por parte de los colonos y del Estado. Allí hay una larga tradición de co-resistencia árabe-judía, lo que significa no sólo diálogo, sino también resistir juntos a la ocupación. Aprendí árabe, viví allí cuatro meses y documenté las violaciones de los derechos humanos con cámaras de vídeo, que a veces teníamos que entregar al ejército o a la prensa. Me di cuenta de que la situación en la que me encontraba era realmente dramática. Con mis compañeros palestinos sólo teníamos cámaras en las manos frente a soldados y asentamientos israelíes armados. Cuando fui a Masafer Yatta mi familia se preocupó mucho. Pensaron que estaba loco.

—¿Cuántas veces te detuvieron?

15 o 16, más o menos. Cuando volví a Cisjordania, uno de mis compañeros, que nos acogió en su pueblo, insistió en invitar a mi familia para que entendieran lo que estábamos haciendo. Vinieron mi padre y mi madre, y ese fue el comienzo de su intento de comprenderme mejor. Sigue siendo un proceso continuo. Después de la guerra, mi madre está casi completamente de mi lado. Tengo un bonito recuerdo de mis padres en este pueblo palestino, junto a un compañero contándonos la historia del pueblito y mi madre echándose a llorar.

—¿De dónde sacas fuerzas para continuar con tus actividades?

La red Mesarvot, que coordino, es una comunidad. Nos apoyamos mutuamente, proporcionamos protección y asesoramiento a quienes deciden rechazar el alistamiento, y eso ayuda a todos a seguir adelante.

—¿Tienes muchos compañeros en Palestina?

Sí, tanto en Cisjordania como en Israel y en las ciudades palestinas. Gaza es una caja negra y es muy difícil cooperar con los gazatíes, también por la represión del gobierno de Hamás.

—A veces tendemos a imaginar la sociedad israelí como un bloque monolítico que apoya políticas expansionistas, pero hay muchas realidades que luchan por la paz. ¿Es difícil hacerse oír?

Ninguna sociedad es monolítica, ni siquiera la israelí o la palestina. Para mí, como internacionalista, siempre hay que tener en cuenta la parte positiva de cada sociedad. Lo que la gente en Israel ve de Gaza no es lo mismo que ve el resto del mundo, hay un gran desequilibrio. Ahora mismo, demostrando que la sociedad israelí no es monolítica, hay un gran movimiento a favor de la liberación de los rehenes. El movimiento está diciendo claramente que el gobierno está obstruyendo el acuerdo, que como todos sabemos incluiría un alto el fuego. También hay organizaciones como Combatientes por la Paz, formada por ex militares israelíes y ex combatientes palestinos, que ahora trabajan juntos con iniciativas no violentas.

La gente tiene que entender que la victoria no existe. Nos enfrentamos a una cuestión política y, como en toda cuestión política, no existe una solución militar. Como se trata de una cuestión nacional, la única solución es reconocer a los palestinos la autodeterminación, una vez que termine el asedio.

—¿Qué horizontes posibles ves?

Gran parte del mundo reclama el reconocimiento del Estado palestino. Quizá, sólo quizá, si ejerciéramos aún más presión, podríamos cambiar algo. Por ejemplo, el 3,5% de las armas de Israel proceden de Italia. En el momento en que se detenga el envío de armas, se detendrá la guerra. En el momento en que se detenga la guerra podremos llegar a un acuerdo de rehenes y a un alto el fuego. En el momento en que eso ocurra, el dilema será quién asumirá la soberanía sobre el territorio palestino. Creo que hay un amplio apoyo en el mundo a la Autoridad Palestina. Tendremos que movernos para que la OLP asuma la soberanía y reconstruya Gaza y para que Gaza y Cisjordania vuelvan a estar unidas bajo el mismo poder político.

Debemos intentar alcanzar una solución diplomática que garantice la seguridad, la igualdad, la prosperidad y la autodeterminación de todas las personas que viven en Palestina.

—¿Por qué llamas genocidio a lo que está ocurriendo en Gaza?

Muchos investigadores lo llaman así. Yo hablo de genocidio a la comunidad internacional porque la situación es desesperada y no se puede permanecer impasible. El silencio es complicidad. Me gustaría que la gente de la izquierda internacional y la gente del mundo en general, no pensara en la situación de Palestina en términos de apoyar a un bando o a otro, porque la solución es la liberación, no una bandera sobre una montaña de cadáveres.

Quiero instar a la gente a que comprenda lo dramático de la situación, incluso utilizando el término genocidio, pero al mismo tiempo reclamo objetivos concretos y alcanzables que realmente mejorarían la vida de las personas que viven actualmente en Palestina. Liberación para mí es electricidad para mis amigos, es libertad de movimiento, es vivir libre de estos gobiernos fascistas. Liberación para mí significa no tener que alistarme en el ejército para tener una vida normal.

—¿Cómo podemos apoyar a Mesarvot?

Tenemos que romper el silencio y compartir nuestras historias. Para eso también podemos utilizar las redes sociales. Es importante estimular el debate y hablar en todas partes sobre la situación en Palestina.

Es importante hacer oír la voz de los israelíes contra el sionismo, para tener una visión completa de lo que está ocurriendo realmente y recordar que todos formamos parte de la historia, y que depende de nosotros luchar por la paz.