“El 20 de febrero de 2024 comenzó lo que parece ser la última batalla por la extradición de Julian Assange. De concretarse, o de proseguir en prisión, conquistas de la humanidad como la libertad de prensa, el derecho a informar y ser informado, la protección de las fuentes, quedarán en las constituciones de todos los países como letra muerta”.

Este párrafo, que es el primero de un texto que sirvió como guía para realizar un video en la serie “La Dosis”, de daTV fue restringido por Youtube parte del imperio Google.

La denuncia de la detención, amenazas, presión psicológica, cárcel, censura y juicio que padece desde años atrás el fundador de wikilealks, es una obligación, y de su mano, la denuncia de la censura real a la que está sometido el periodismo en los tiempos que corren, en los que imperan las fake news pero también, como queda evidente con las restricciones a este video, la censura, la intimidación, la subordinación de la comunicación moderna al yugo de las multinacionales que monopolizan el sector.

Invitamos a quien lea esta nota a que rompamos esta realidad, y en el caso específico que nos atañe actuemos para romper el muro de silencio y desinformación que quieren imponer.

Mirar, reenviar, compartir este video es una pequeña acción en esa dirección.

Si por las restricciones impuestas el video no se reproduce desde la imagen anterior, véalo en esta dirección de youtube: https://www.youtube.com/watch?v=ZxIbMcvXeEE

Publicado originalmente en Desde Abajo


Transcripción completa del video:

Assange y los bastardos muertos. (Se reproducen escenas de Wikileaks)

Comenzó el 20 de febrero, lo que parece ser última batalla por la extradición de Julian Assange.

No importa a estas alturas qué determinen los jueces de Los Reales tribunales de Justicia del Reino Unido. En marzo sabremos. Ellos están legislando sobre el derecho a localizar a un periodista en cualquier parte del mundo, arrestarlo, transportarlo a Estados Unidos y arrojarlo a una prisión para que se pudra en vida, en el mejor de los casos.

Es dolorosa e indignante esta trama, por donde se mire.

Assange está encerrado desde hace más de una década: primero, en la embajada de Ecuador en Londres gracias a la protección del gobierno de entonces encabezado por Rafael Correa, y luego en una cárcel de máxima seguridad vendido, ignominiosamente, por Lenín Moreno.

Los que ordenaron y ejecutaron matanzas incalificables y espiaron a medio mundo –incluidos líderes internacionales–, están decididos a hacerle pagar la osadía al periodista de denunciar ante el mundo el ojo vigilante de los Estados Unidos, ojo que nunca se cierra ni deja de clasificar a unos y otros como enemigos, amigos, terroristas, peligrosos, etcétera.

No importa cuánto tengan que violentar los sistemas jurídicos británico y estadounidense para cumplir su propósito de pisotear otro derecho fundamental, en este caso a informar y estar informados.

Pongámonos los lentes de los actuales bombardeos en Gaza y Rafah con sus miles de víctimas, incluidos niños masacrados, y miremos qué pasó hace 14 años y cómo comenzó el calvario que vive en Londres el australiano que quieren extraditar a Virginia.

El 5 de abril de 2010 Assange y Wikileaks publicaron el video “Collateral murder” (Asesinato colateral) grabado desde uno de los dos helicópteros Apache del ejército de Estados Unidos, que atacaron letalmente a una docena de civiles iraquíes –dos de ellos reporteros de Reuters– y a los ocupantes de una furgoneta niños incluidos, que se acercaron a los heridos.  (Se reproducen escenas de Collateral murder).

El audiovisual parece la animación de un videojuego. Se oye a los militares gritar “¡Oh, sí! ¡Mira esos bastardos muertos!”, cuando la furgoneta se detiene para socorrer a las víctimas. Apuntan desde las alturas, matan a los hombres que salen del vehículo y descubren que han herido también a dos niños de 4 y 8 años. Un soldado comenta “Bueno, es su culpa por meter a sus hijos en la batalla”.

A lo largo de todo el video los tripulantes del helicóptero hablan con descaro y falsean los hechos ante sus superiores, ubicados a miles de kilómetros en una oficina refrigerada para poder disparar sin objeciones contra todo lo que se mueve.

Por exponer esta y otras muchas atrocidades a Assange lo acusan de cometer 18 delitos, 17 de ellos bajo ley de espionaje de 1917 –una norma anacrónica creada durante la Primera Guerra Mundial para perseguir espías–, y uno relacionado con la supuesta ayuda informática a la militar Chelsea Manning, quien operaba las computadoras desde donde dicen salió la información sensible.

La petición de pena en Estados Unidos es de nada menos que 175 años de cárcel –lo que implica de facto dos cadenas perpetuas por si revive o reencarna–, en unas condiciones de aislamiento casi absoluto. También podría enfrentar la pena de muerte.

Si la Corte británica certifica la extradición solo quedaría apelar al Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Assange seguirá pudriéndose en su calabozo de máxima seguridad, sometido a la tortura psicológica del Pentágono y del sistema judicial británico que juegan a “te extradito, no te extradito”; “sí te extradito, hasta que te mueras o te vuelvas loco”.

A menos que el mundo reaccione y deje a un lado la indiferencia, el conformismo y el individualismo cosechado por décadas de neoliberalismo, de sumisión ante la superficialidad, de espectáculo cotidiano realmente dominante con unas redes sociales plagadas de fake news, la ausencia de sistemas de información dispuestos a dar la batalla por la opinión pública en sus países y en el mundo como un todo, el futuro del australiano y el nuestro será aún más terrible.

Como advirtieron los abogados de Assange la semana pasada, la superpotencia global certificará en tribunales que nadie tiene derecho a saber ni a juzgar los crímenes de lesa humanidad.

Con Assange preso, se asegura la libertad de los victimarios. Con él en Estados Unidos, se afirma la impunidad para los genocidas de antes y para los genocidas de ahora mismo en Gaza y Rafah, esos que provocan el éxodo a ninguna parte, los responsables de los niños rotos por las bombas, los entusiastas de la limpieza étnica, los bloqueos y los abusos incalificables que se  han cometido y se seguirán cometiendo en cualquier oscuro rincón del planeta que designe Washington.

Es un “¡Oh sí! ¡Mira esos bastardos muertos!” universal.

El artículo original se puede leer aquí