Tradicionalmente, en las áreas cristianizadas por sucesivos imperios, el 6 de Enero se celebra la leyenda de los Reyes Magos. La ambientación alegórica del relato es perfecta. En una época y lugar surcado por caravanas, los sabios de origen persa o babilónico, doctos y conocedores de los secretos astronómicos, siguen el rumbo de una estrella desde el Oriente a lomos de camello para venerar el alumbramiento de un niño. Niño que será elevado a la categoría mítica de hijo del dios por prédica y oración sincera, pero también por hábito y forzamiento cultural. Los magos (del persa ma-gu-u-sha, sacerdote) no vienen con las manos vacías. Traen oro, incienso y mirra, como obsequios para el recién nacido con atributos de majestuosidad, divinidad y antídoto contra el dolor y el sufrimiento.

En otras latitudes, otros tiempos, calendarios y deidades, las gentes conmemoraban por esos días el nacimiento del sol o Fiesta de la Luz. En Egipto se recordaba con una procesión de antorchas el nacimiento del dios Aion, divinidad que encarnaba el origen y final del tiempo. En esa misma fecha, en la Grecia antigua, los devotos del dios Dionisio celebraban sus prodigios.

Para los niños de muchos lugares, sin embargo, importa mucho más que cualquier significado litúrgico la posibilidad de obtener regalos largamente anhelados. Como suele ser el caso, la moral social ha restado grandeza y generosidad asociando esa posibilidad a un supuesto “buen comportamiento” infantil y los comerciantes – fariseos del templo en la saga cristiana – esperan también con ansias la fecha con la esperanza de efectuar jugosas ventas.

Pero los niños nacidos en Palestina no tienen en estos tiempos trágicos nada que festejar. Esperan simplemente que desde el cielo no caigan mortíferas bombas y que acaso sí, alguna estrella desde el firmamento ilumine el pensar y sentir de los obnubilados hombres violentos que las arrojan, ordenan arrojar o las fabrican, para que dejen de hacerlo.

Mendoza, el sexto día de 1938

En un lugar muy alejado de allí, en la lejana Sudamérica, María Luisa Cobos, de origen vasco, daba a luz a otro niño, su tercer hijo, un 6 de Enero de 1938. Mario Luis, como dieron en llamarlo sus padres con significativa semejanza al nombre de su madre, mostró desde pequeño capacidades singulares. Fue un destacado gimnasta, un estudiante brillante, un ávido lector, entre otras virtudes. Pero no era el éxito lo que lo animaba, sino la posibilidad de explorar más allá de los límites, por entonces estrechos, que el medio social pretendía imponerle.

Así, desde joven comenzó a proponer experimentos de diversa índole, a organizar grupos y a indagar, con cada vez mayor profundidad, en la esencia y el sentido de la existencia humana. Por ese camino, convocó a sus amigos cercanos al estudio y la experimentación con el propósito de hacer un aporte al desarrollo del ser humano y a la transformación del mundo. Y ese pequeño grupo se expandió, llegando por acción permanente y decidida de quienes adherían a sus propuestas, a todos los confines del planeta.

Mario Luis Rodríguez Cobos se había convertido en Silo, el seudónimo literario que adoptó y por el cual es conocido hoy en distintas culturas de la tierra.

El aporte de Silo

En una nota de nuestra autoría en la que se intentaba destacar el carácter revolucionario de la obra de Silo, decíamos:

Aunque esencialmente existencial, la enseñanza de Silo es necesariamente trascendente. Así, invita a rebelarse contra la aparente fatalidad de la muerte, afirmando la posibilidad de un destino de inmortalidad para el Ser Humano, sugiriendo una vida coherente entre lo que se piensa, siente y hace, superando la indiferencia hacia los demás, yendo activamente y en actitud solidaria hacia todos.

Revolucionarias son sus proclamas en el campo social y político, expresadas en aquel lema que anima la acción humanista en más de cien países del planeta: “Nada por encima del Ser Humano y ningún Ser Humano por debajo de otro”

Revolucionaria es su concepción de “lo humano”, alejada de todo naturalismo y zoologismo, definiendo al Ser Humano como un “ser histórico cuyo modo de acción social transforma su propia naturaleza”.

Revolucionarias sus ideas en el área de la psicología, fundamentando las capacidades transformadoras humanas en base a la actividad propia de su conciencia, la espacialidad en su representación y la ampliación del horizonte temporal que le es característica.

Revolucionaria su propuesta epistemológica, habiendo desarrollado un Método que enfatiza en la estructuralidad dinámica de todo fenómeno y en la esencial significación de incluir la propia mirada para una cabal comprensión de lo estudiado.

Revolucionario es su mensaje espiritual, que rechaza la imposición dogmática y la intolerancia religiosa para abrirse a la experiencia luminosa presente en la profundidad de todo ser humano. Espiritualidad que impulsa la libertad del pensamiento, la búsqueda del buen conocimiento y, por tanto, alienta la libertad y diversidad de interpretaciones acerca de lo sagrado y la inmortalidad.

Revolucionarios también sus aportes en el campo de la mística, poniendo a disposición de cualquier ser humano cuatro disciplinas iniciáticas en las que sintetiza experiencias inspiradoras de las diversas tradiciones históricas.

Revolucionaria es la imagen de futuro que propone Silo, colocando a las diversas culturas no sólo en un escenario de tolerancia mutua, sino de convergencia hacia una Nación Humana Universal, en la que cada una pueda aportar desde sus mejores acumulaciones históricas.”

Con mucha mayor precisión y conocimientos, el estudioso italiano Salvatore Puledda hizo un homenaje a Silo en ocasión de celebrarse la Regional Latinoamericana de Partidos Humanistas en Santiago de Chile en Enero de 1999, en el que señalaba:

“Las contribuciones originales de Silo no se han limitado al campo de la psicología. Con el pasar de los años Silo ha producido trabajos pioneros en el ámbito de la historiografía, la sociología, la política y la religión, que han tocado prácticamente todos los aspectos fundamentales del comportamiento humano. A través de estas obras, Silo ha ido delineando una nueva concepción del ser humano y un proyecto político universal, una nueva Utopía para el mundo globalizado en el que ya vivimos y que él anunció con inusitada anticipación.”

Y algo más adelante en aquella alocución:

“En este mundo que ha perdido el sentido del futuro, el sentido del proyecto, que mira con angustia la llegada del nuevo milenio, Silo propone la Gran Utopía para el 2000: la creación de la Nación Humana Universal que incluya a todos y cada uno de los pueblos del planeta a nivel de paridad, pero sin destruir su especificidad cultural. Y propone además la Humanización de la Tierra; es decir, la desaparición progresiva del dolor físico y del sufrimiento mental gracias a los avances de la ciencia, a una sociedad más justa e igualitaria que elimine toda forma de violencia y discriminación, y a la reconquista del sentido de la vida. Con este proyecto dirigido a la humanidad toda, Silo se coloca entre los grandes utopistas modernos, como Giordano Bruno, Tomás Moro, Campanella, Owen, Fourier y el mismo Marx. Aquí utopía —que significa lugar que no existe— representa una imagen, un proyecto que guía y organiza el presente y lo arrastra hacia el futuro. Es un proyecto lanzado a las nuevas generaciones y que tendrá que encontrar aquí, en América Latina uno de sus centros propulsores.”

Abundando en las contribuciones de Silo al pensamiento y la acción humanas, Puledda señala:

“Decía que con sus obras, Silo ha ido construyendo una nueva imagen del ser humano en contraposición a la imagen hoy dominante. Y esta es la misma labor que desarrollaron los primeros humanistas del Renacimiento italiano, como Pico de la Mirándola. Para luchar contra el cristianismo medieval que colocaba al Hombre en la dimensión del pecado y del dolor, que lo concebía como a un ser que no puede hacer otra cosa que aspirar al perdón de un Dios lejano, los primeros humanistas propusieron la imagen de un ser consciente de la propia dignidad y libertad, que tiene fe en su capacidad de transformar el mundo y de construir su propio destino.”

“Para Silo, el ser humano es un ser histórico y social y la dimensión que le es más propia no es la biológica sino la de la libertad. Para Silo, la conciencia humana no es un reflejo pasivo del mundo natural, sino actividad intencional, actividad incesante de interpretación y reconstrucción del mundo natural y social. Si bien participa del mundo natural en cuando posee un cuerpo, el ser humano no tiene una naturaleza, una esencia definida como todos los otros seres naturales: no es sólo pasado, es decir, algo dado, construido, terminado. El ser humano es futuro, es un proyecto de transformación de la naturaleza, de la sociedad y de sí mismo. Contra todo determinismo, contra todo dogma que congele y bloquee el desarrollo de la humanidad, Silo retoma esa línea filosófica que, a través de la idea central de libertad humana, en Occidente va desde Pico de la Mirándola hasta Sartre, la revitaliza y la transforma en un proyecto cultural y político: el Movimiento Humanista.

Llegado a este punto, se podría creer que la dimensión religiosa fuera extraña al pensamiento de Silo. En realidad es verdad lo contrario: la búsqueda del sentido de la vida, de la trascendencia en contraposición al absurdo de la muerte encuentran un lugar central en su obra. Sin embargo, como Buda, Silo no le pide a nadie que crea por fe en sus ideas sobre lo divino, ni pretende proponer una nueva religión con ritos y dogmas.

Él ofrece vías, experiencias, para que cada uno pueda probar por sí mismo la veracidad o la utilidad de lo que dice…”

Para concluir aquella memorable intervención, Salvatore afirmó:

“Es por todo lo dicho hasta aquí que considero a Silo un hombre muy especial, es más, único. Me atrevo a decir que en una cultura como la latinoamericana, que ha producido grandes revolucionarios, grandes escritores, grandes artistas, Silo es el único pensador de dimensión mundial.

Y en sentido retórico se pregunta Puledda:“¿Cómo es Silo de cerca, para ti, que has sido su discípulo, colaborador y amigo por tanto tiempo?

Debo decir que uno de los aspectos que más aprecio del carácter de Silo es su sentido del humor, su capacidad de captar el lado cómico o grotesco de las situaciones y de las personas. Una cualidad que descoloca a cuantos se acercan a él creyendo que un gran pensador debe ser una persona con el ceño fruncido, distante y aburrida. Silo es capaz de juguetear y de reírse como un niño, de maravillarse continuamente de la gran comedia humana.

Pero la suya no es una risa distante, de superioridad respecto a las infinitas estupideces con las que está tejida la vida de todos los hombres, grandes y pequeños. Esa risa va acompañando, como dos caras de la misma moneda, la paciencia y compasión con la cuales mira a la miseria y a la grandeza de la condición humana. Porqué Silo es, a mi parecer, sobre todo un hombre bueno. La bondad es para mí su cualidad más grande. ¿Qué más decir?

Solamente esto. Últimamente y a pesar de nuestra larga familiaridad, me ha ido surgiendo cada vez con mayor fuerza la pregunta: ¿quién es verdaderamente Silo? Entonces, para encontrar una respuesta, he seguido el consejo que él mismo me dio cuando yo buscaba respuestas a preguntas importantes sobre mi vida. He lanzado la pregunta a lo más profundo de mi conciencia y he esperado la respuesta. Que ha sido esta: Silo es un guía, un iniciado, alguien que posee una llave para abrir la puerta del mundo del espíritu.”

Por ello es que cada 6 de Enero tiene una significación especial para los miles de personas que se reúnen en todo el mundo, en especial en los Parques de Estudio y Reflexión levantados en distintos lugares del planeta a celebrar el aniversario natalicio de Mario Luis Rodríguez Cobos, Silo. Porque consideran que su vida y su mensaje son un gran regalo para la Humanidad.