Por Sol Pozzi-Escot

Roger Santiváñez es uno de los poetas peruanos contemporáneos más emblemáticos. Sus libros, como “El Chico que se declaraba con la mirada” (1988), su paso por los Movimientos La Sagrada Familia (1977) y Hora Zero (1981), así como el haber fundado el Movimiento Kloaka, son hitos de la poesía nacional, pero, todos estos, comparten un origen. Santiváñez se inició en la poesía cuando era adolescente y, en 1973, su poemario “Entre el paraíso y el infierno” ganó los juegos florales de la Universidad de Piura. Conversamos con el poeta sobre este libro, que había permanecido inédito hasta ahora.

¿Cómo surgió la idea de finalmente publicar este libro?

Yo era muy jovencito, tenía 17 años cuando escribí esos poemas, acababa de entrar a la universidad de Piura, en la ciudad de Piura, donde yo nací. Presenté ese libro al concurso de poesía de los juegos florales y ganó el concurso. Después me fui a Lima, para estudiar literatura en San Marcos y digamos que yo empecé a escribir otras cosas y frecuentar nuevos poetas en Lima, como que este librito se quedó ahí guardado 50 años hasta que hace un año, conversando con el poeta José Carlos Yrigoyen, dimos en hablar de este libro que tenía guardado y a José Carlos le interesó, porque andaba pensando en lanzar un nuevo sello, Cepo para Nutria, y me pidió que se lo mande para verlo, lo hice, porque yo conservaba una copia hecha con papel de calcar negro, hecho con máquina mecánica y JC se entusiasmó, me dijo vamos a publicarlo y así es como ha sido rescatado ese libro que vendría a ser el primer libro que escribí en toda mi vida.

En el prólogo mencionas que en estos inicios en la poesía, escribir poesía tenía en ti un impacto tranquilizador, te calmaba ciertas angustias, ¿cómo me puedes explicar esa idea y cómo se manifiesta en el libro?

Dos años antes de eso, es decir el año 71, cuando tenía 15 años, estaba en el colegio de los jesuitas en Piura y estaba en plena crisis adolescente, yo me preguntaba para qué estoy acá, por qué vivo, por qué existo, qué sentido tiene mi vida…Estaba muy angustiado con esto porque no encontraba ninguna respuesta. No sé cómo ni por qué di a comenzar a escribir algo en un bloc de apuntes, escribí algo que yo llamé un poema, aún cuando no tenía ninguna idea de la poesía en ese momento. Pero, entonces, me sentí muy calmado, después de escribir me sentí relajado, me sentí bien, recuperado, reconciliado conmigo mismo, se me quitó la angustia y entonces, en ese instante decidí ser poeta, porque dije ah, esto me hace sentir bien, entonces esto es lo que yo voy a hacer toda mi vida y a partir de ahí comenzó mi vida en la poesía.

Sobre la crisis existencial de la adolescencia. Digamos que se supera en el sentido en que uno elige un camino en la vida y lo lleva adelante, pero esa angustia de adonde va mi vida es algo que se supera o es algo con lo que uno aprende a vivir?

Lo acabas de decir, es algo con lo que uno aprende a vivir, cuando tenía 20 años y estaba en San Marcos, era alumno de Antonio Cisneros y ambos conversábamos de estas cosas. A Cisneros le gustaba tomar cerveza entonces a veces después de clases nos íbamos a tomar cervezas a La Sevillana, un bar que había en Miraflores, en esa época y Toño Cisneros me dijo una cosa que me ayudó mucho, me dijo tienes que acostumbrarte a vivir con eso, y además me dijo y eso no te va a matar, esa angustia, la verdad es que eso fue una gran luz para mí, siempre se lo agradecí y fueron dos frases que hasta ahora guían mi vida, respecto a esa situación, porque la verdad es que para un artista, para un poeta es difícil superar la angustia, porque uno vive en ese mar casi todo el tiempo, no es fácil, pero hay que vivir con eso, no hay otra y tal vez, sacarle lo bueno a eso que es la creación y justamente en esos momentos más graves de angustia y es cuando se pueden crear grandes cosas, podemos verlo en la gran obra de Franz Kafka, una gran obra transida de tremenda angustia.

En el prólogo del libro también comentas la importancia que tuvieron poetas como Javier Heraud, Marco Martos, José Miguel Oviedo, entre otros. ¿Qué aportaron esos poetas a tu formación como un poeta en ciernes en esos momentos?

Cuando comencé a escribir, cuando me vino la onda de la poesía, yo no había leído nada. Yo era un tipo que paraba jugando pelota en las calles, frente a mi casa y andaba metido en el rock, porque me encantaba el rock y había comenzado a formar unas bandas de garage, con los patas, en la esquina, en Santa Isabel, en Piura. No tenía ninguna inclinación por la poesía en nada, a pesar de que mi padre, que era un abogado cultivado, que le gustaba leer, tenía una buena biblioteca en mi casa y me decía que entre a la biblioteca y lea un poco y yo le decía que no, que qué voy a estar leyendo…no me interesaba, pero cuando yo comencé a escribir, sí me interesó leer, porque me interesó leer cómo es que habían escrito otros poetas, en la historia y así es como encontré en la biblioteca de mi papá a García Lorca, Vallejo, Machado, que justamente en esos días Joan Manuel Serrat había hecho un disco muy lindo con los poemas de Machado, los había musicalizado y me había encantado y entonces comencé a leer y de repente me entero de la existencia de poetas en Lima, vivos, jóvenes todavía. Porque me fui a Lima en un momento y en una librería de Lima, de un famoso librero llamado Mejía Baca, encontré la antología Los Nuevos, hecha por el crítico Leonidas Zevallos, sobre los poetas del 60, donde están Cisneros, Hinostroza, Martos, Lauer, Henderson y Ortega y eso fue para mí un gran descubrimiento de una poesía viva, de gente joven, que podía, algo así como palpar, en carne y hueso y también por esos días, salió una antología que hizo Oviedo, llamada «Estos trece», con poetas más jóvenes, que recién habían surgido en la palestra, que eran los poetas de Hora Zero y de Estación Reunida. Entonces, ahí descubrí la poesía, por ejemplo, de Enrique Verástegui, uno de los más jóvenes de Hora Zero. Fui profundamente impactado por estos dos libros. Comencé a tratar de conseguir libros individuales de cada uno de ellos y esa poesía fue la que tuvo una tremenda impronta, una tremenda influencia en lo que yo comencé a escribir. En ese libro, entre el paraíso y el infierno, sin duda está la huella de estos poetas.

¿Qué fue lo que te conmovió de estas lecturas, qué características te impactaron y te motivaron a crear?

Lo que más me impactó fue el tono coloquial, directo, porque más o menos y por la influencia del colegio uno, a veces, piensa que la poesía es algo solemne, que oh, la Luna y todas esas cosas y entonces, de repente, con estos poetas, encontrabas un lenguaje directo que incluía palabras soeces. Era un lenguaje procaz pero que estaba integrado en un discurso súper coloquial, conversacional, que me llamó mucho la atención y que me permitió entender que la poesía no necesariamente era eso solemne o retórico que nos enseñan en el colegio, sino una cosa directa, simple, coloquial, que podía usar mi propio lenguaje cotidiano, el lenguaje con el que hablaba todos los días.

En el título del libro se hace mención a elementos de la cosmovisión cristiana católica, el paraíso, el infierno. ¿Se trata de una búsqueda tuya por comprender el mundo y por ubicarte a ti dentro de él?

Sí, sin duda, lo que tengo que decirte es que en esos momentos, saliendo del colegio, de un colegio religioso, de formación jesuítica, yo arrastraba o tenía en mi pasado, hasta ese momento, una formación católica muy fuerte, muy rigurosa, pero también, en la adolescencia, cuando salía del colegio, comencé a dudar de estas creencias, que había tenido en toda mi fe. Distintas cosas me eran difíciles de creer, tenía muchas dudas sobre este asunto. Había momentos en que intentaba creer, quería ser fiel a lo que había creído, pero en otros momentos sentía que ya no podía creer en eso porque había muchas evidencias que me mostraban que eso no era tal, estaba en muchas dudas, por eso estaba entre el paraíso y el infierno, las dos concepciones básicas de la cosmovisión católica, cristiana. Estaba en esa duda, y creo que algo de eso se trasunta en el libro.

¿Qué relación ves entre la poesía y la idea de origen, de explicación, de recreación de un origen, de una verdad más allá del hombre, de lo material?

Actualmente, me adhiero a un planteamiento que es el de un gran poeta norteamericano que me gusta mucho, que leo y releo mucho, que es Ezra Pound. Este poeta tiene una famosa frase, un apotegma que dice «Dios es un estado mental». Entonces, yo me adhiero a esa posición y me sirve mucho, porque me siento bien como poeta, teniendo esa creencia, de que Dios es un estado mental, lo uso en mi cabeza, como un estado mental o conceptual, si se quiere y no me preocupo más, la verdad. Uno no puede estar seguro de que realmente puede estar seguro de que Dios existe y tampoco de que no existe. Ese origen que tú dices, para mí es un gran misterio. Así lo entiendo y así lo manejo en poesía, pero para mi vida cotidiana, digamos, esta idea de que Dios es un estado mental, me ayuda mucho a sostenerme en la vida y a continuar.

El libro, como hemos visto, se divide en dos secciones, la primera El Infierno y se puede entender más allá de los temas que hemos comentado, una serie de comentarios sobre la sociedad, la persona, la doble moral de las personas, como es el caso en Soneto de la Desazón. ¿Qué relación ves entre poesía y sociedad?

Es una gran pregunta que siempre ha obsesionado la cabeza de muchos poetas, yo pienso que sin duda, la poesía refleja la sociedad. Refleja al individuo que escribe y refleja a la sociedad, porque el individuo no vive en otra parte sino en la sociedad. Ahora, que pueda la poesía guiar o influir en la sociedad, me parece que es una verdad, pero una verdad relativa. La poesía puede influir en los individuos, en un individuo que lee un poema, la poesía puede darle una luz, un camino para ciertas cosas, para tal o cual cosa, pero no creo, por ejemplo, que la poesía sirva políticamente, para guiar. La poesía es susceptible de cualquier tema, de cualquier cosa, incluyendo lo político, lo que pasa es que hay que tener mucho cuidado con ese asunto porque la mayoría de las veces, cuando se ha intentado eso, la poesía deja de serlo y se convierte en propaganda política, ya sea de izquierda o de derecha. Ya sea fascista o comunista. Hay poetas que han sido de los dos lados. Me parece que hay que tener mucho cuidado con eso, claro que es posible encontrarte con un poeta como Vallejo, marxista, comunista, materialista dialéctico, fue capaz de crear un par de libros con este modo de pensar, Poemas Humanos y España,,que es específicamente sobre una situación de Guerra Civil, una lucha de clases elevada a la situación de guerra Civil, en España, en el 36. Depende también del enorme talento de Vallejo, pero no es fácil porque lo más sencillo es caer en el panfleto y ahí la poesía desaparece. Yo creo que la poesía puede transitar todos los caminos que quiera el poeta, pero tiene que ser sin perder de vista que tú estás escribiendo poesía, de eso se trata. Tampoco pienso que por el hecho de no tocar el tema ya estás haciendo un buen poema, no necesariamente, porque pueden haber poemas que fallan, dentro de eso que hace la poesía pura o que toca temas que no tienen que ver con la realidad. Es un tema muy delicado que debe ser visto en cada caso específico, estudiando cada caso de cada poeta que querramos ver.

En el libro, en la primera y segunda parte, uno puede notar cierta voluntad experimental o renovadora en términos de la disposición gráfica de las palabras y los poemas, sobre todo en el epílogo, escrito en columnas. ¿Qué te motivó a experimentar en esos términos, espaciales, en la hoja también?

Eso se debe a lecturas que uno va teniendo en esos momentos. En esos días, andaba descubriendo la poesía de Apollinaire y me llamó mucho la atención ver los caligramas que él inventó; es decir, que hace un poema con la forma del objeto que está tratando. Si hace un poema sobre una manzana, el poema tiene la disposición, en la página en blanco, la forma de una manzana, y también descubrí a poetas latinoamericanos que habían practicado eso, como el chileno Vicente Huidobro, por ejemplo. Sin ir muy lejos, el peruano Jorge Eduardo Eielson también ha trabajado así. Entonces, la verdad es que, influenciado por todo esto, es que yo también intenté hacer ese tipo de experimentos letristas.

Para retomar el tema de la realidad que rodea al poeta, también está el poema «Ciudad de Piura», ¿qué significó para ti la ciudad de Piura, qué valor tuvo, qué valor tiene ahora como referencia, punto de partida de uno?

Piura es una referencia muy grande en toda mi obra. Soy piurano, nací en Piura, crecí en Piura durante los años 60, que era una especie de paraíso de la oligarquía agraria de aquellos tiempos, pero de pronto, vino la revolución de Velasco, con la Reforma Agraria y todo eso cambió, se transformó totalmente, la sociedad peruana y ahí Piura también. Piura, para mí también, era una ciudad que yo amaba porque era mi ciudad natal, donde estaban esas experiencias bacanes que tiene todo el mundo en la infancia, niñez, primeros años de la adolescencia. Pero, también, era un mundo que me angustiaba porque era una ciudad muy pequeña y entonces, en el medio de la pequeña burguesía en el que yo me movía, todo el mundo tenía que ver con todo, como dicen pueblo chico, infierno grande. Era una presión social grande, también, en muchos momentos y eso me angustiaba mucho. Yo creo que un poco de eso, que podríamos llamar amor-odio, está en ese poema, donde trato de retratar la ciudad de Piura. Por eso me fui de Piura, me fui a Lima y cuando llegué a Lima, me sentí liberado, totalmente libre, porque Lima era un monstruo, en comparación con Piura, que era casi un pueblo y llego a Lima y tenía millones de habitantes, en el año 74-75 y era una muchedumbre, una multitud callejera, en la que nadie te conocía y nadie tenía que ver contigo, ni nada. También ayudó que yo fuera a San Marcos porque había estado en la UDEP, que es una universidad privada, del Opus Dei, confesional, donde se reproducían estas presiones de la sociedad de Piura, en chiquito, dentro de la universidad y era una situación de mucha opresión, la verdad. Entonces, cuando llegué a San Marcos, que era el reino de la libertad, eso fue una tremenda liberación.

En la segunda parte del libro, la idea del amor hacia mujeres, particularmente, toma un protagonismo que no tiene en la primera parte, ¿cuál es la importancia del amor en esa concepción de la poesía, de ti como poeta, en aquel entonces?

Desde muy temprana edad, en mi vida, yo sentía una gran atracción por la figura de la mujer y cuando crecí, entré a la adolescencia, la primera juventud, esto se enfatiza mucho en mi vida. A través de la poesía, empiezo a leer poesía amorosa de muchos poetas y yo llego a una especie de ecuación, que es la que manejo hasta la actualidad. Mi ecuación es algo así como: el poeta busca la belleza; en el fin del poeta, está la búsqueda de la belleza a través de la palabra, de lo verbal. Entonces, de esta ecuación sigue otra, que es que la mujer representa la belleza, es el summum de la belleza, tanto física como espiritualmente, es un «ser misterioso», como dice Octavio Paz. Junto estas dos ecuaciones, de la búsqueda de la belleza y como la mujer representa la belleza, entonces, están unidas, la búsqueda de la belleza y la admiración por la mujer, es como las dos caras de una misma medalla.

Otro poema en esta sección del libro se llama «Mi Casa», donde reflexionas sobre las relaciones familiares, el arraigo, el hecho de partir de este primer hogar. ¿Cómo entendías y cómo entiendes la idea de pertenencia y qué rol tiene la poesía en esta idea?

Toda mi niñez la pasé en mi casa, con mis padres y hasta cuando ya estaba en la adolescencia, seguí ahí. Pero, justamente, ese poema es una especie de despedida de la casa paterna y cuando salgo, porque es cuando yo ya había decidido irme a Lima a estudiar literatura en San Marcos. Es una especie de despedida, al mismo tiempo, donde pongo un poco de añoranza, de nostalgia, por esa vida que estoy dejando y que posiblemente nunca iba a volver a tener tal cual como la había tenido. Ese desarraigo era fuerte en mí, como te decía hace un rato, cuando me fui a Lima y me sumergí en las calles de Lima, en medio de esa muchedumbre, me sentía totalmente desarraigado, una especie de isla en medio de la multitud, pero, sin embargo, estaba en la multitud también y quería poetizar esa vida de la multitud y mi propia vida metida dentro de la multitud. Quería hacer poemas sobre eso, poetizar esa situación, entonces, oscilaba entre el arraigo y el desarraigo y lo mismo me pasó cuando me vine a los EEUU, yo llegué acá sin conocer a nadie, donde yo vine, a Philadelphia, de frente a la universidad, la escuela de posgrado y no conocía a nadie. Ahí volví a sentir ese desarraigo tremendo y también me he lanzado por las calles a deambular, porque cuando no estaba en la universidad no tenía nada que hacer. Sentía, también, esa situación, pero ya la de un migrante y de pronto me dí cuenta que siempre había sido un migrante, salí de Piura a Lima como migrante y después de Lima a Philadelphia como un migrante. A veces, he pensado que una buena parte de la condición humana es esa, ser un migrante, estar cambiando de un lado a otro, algo así.

Si pensamos, miramos hacia atrás y pensamos en tu concepción de la poesía cuando escribías este libro y cuando la escribes ahora, ¿Qué ha cambiado?

Como te comentaba, este librito es el primero que pude escribir, con todas esas influencias y más o menos esa vida que hemos descrito, conversando. Cuando me fui a Lima, la cosa cambió totalmente, entré en la rueda urbana de Lima, con esa violencia que tiene y quise ser un poeta totalmente urbano y buena parte de la poesía que escribí esos años, la segunda parte de los 70, que pasé en Lima, era una poesía que trataba de interpretar la realidad urbana de Lima, vivía obsesionado con poetizar las calles de Lima. También, con el habla de Lima, el lenguaje de Lima, vivía obsesionado con eso. Me pasé mucho tiempo en eso, hasta que de repente comencé a seguir que eso ya estaba bien, era suficiente, ese tipo de poesía con el habla de las calles y me metí en otras exploraciones distintas, en las que trataba, más bien, de crear una poesía que no tuviera una relación directa con la realidad que me rodeaba, sino que fuera como autosostenible, una especie de fantasía verbal, puramente verbal, como si la realidad pudiera darte unas emanaciones de lenguaje y que no tuviera ninguna referencia concreta al mundo real, una cosa, en cierto modo, fuera de la realidad. Claro, nada es posible que esté fuera de la realidad, pero fuera de la realidad en ese sentido, que una poesía que no tiene una referencia directa con el mundo real, y entonces, eso es lo que comencé a trabajar y aquí en EEUU, coincidí con algunos poetas que hacían eso, los poetas llamados neobarrocos, fui invitado a un congreso de neobarrocos y ahí conocí a esta gente y fue un gran encuentro, porque hablamos de estas cosas, de cómo hacer una poesía que no tuviera una referencia directa con la realidad y buena parte de mi poesía en los últimos tiempos ha girado en torno a esto, aunque es cierto, también que eventualmente yo no dejo de escribir poemas que tengan que ver con la realidad. Una cosa que me ha interesado mucho en los últimos tiempos, es que aquí cerca de donde vivo hay un río, el río Cooper, y muchas veces he compuesto series de poemas rodeado de ese ambiente bucólico, el río, los árboles, los pájaros que cantan y reflexionando sobre el mundo a partir de estas visiones que son ecológicas, no tienen nada que ver con la cosa tremendamente urbana que me interesaba antes, son distintos estadios en los que uno va pasando.