3 de octubre 2023, El Espectador

En Bogotá nos sumergimos en el tema de los indígenas que entraron a la fuerza a las instalaciones de una revista y, mientras tanto, los muertos del resto del país siguieron su marcha fúnebre y nosotros ni los vimos… ¿para qué, si son los mismos de siempre? No supimos de ellos, ni vivos ni muertos.

Aquí era más urgente concentrarnos en desacreditar las manifestaciones del miércoles… si hubo 20 o 25 mil personas en la plaza de Bolívar, si la gente fue por el concierto o por respaldar al presidente, o por el sándwich en el bus o porque ya eran suficientes 500 años de ninguneada. No encuentro acertado que un gobierno convoque a una marcha de auto respaldo a un mes de las elecciones; pero eso no me parece tan grave como que a la gente la sigan matando y aquí nos importe muy poco.

Reprocho todos los actos violentos: las mentiras, los desprecios y las tiranías; reprocho las palabras que destruyen y las balas que matan; las puñaladas y las falacias. Reprocho que se entre a la fuerza a algún lugar, así ese lugar sea el cuartel general de la manipulación y de la desinformación mal intencionada. No importa: La violencia no puede ser un instrumento avalado para decirle a alguien que se le fue la mano, que ya basta de insultos y difamaciones, que por favor no siga rociando a Colombia con el spray mediático de la hostilidad.

Todos sabemos que hay medios que ejercen su función con responsabilidad y valentía, y no se burlan de la inteligencia colectiva; son medios independientes que se la han jugado toda y desde siempre, a costa incluso de su propia vida para defender lo que es honesto. Medios íntegros de los que uno se siente orgulloso como escritor, como lector o como lo que sea que dé pertenencia.

Pero es claro que también hay otros que sienten que la verdad es solo un grito afónico y apolillado de los revolucionarios. Pero, aun así: por devotos que algunos sean de los entuertos, por más que les guste acorralar al más vulnerable hasta llevarlo al límite, no justifico el uso de la fuerza. Espero que eso quede claro: Venga de donde venga, la violencia me parece un craso error.

Y me parece un error agravado cuando es contra la prensa. La libertad de prensa es sagrada, no así la libertad de calumnia, pero hay mejores formas de protestar, reclamar los derechos y decir no más. Fue un error la incursión de un grupo de indígenas en las instalaciones de la que fue en otras épocas una excelente revista. Se dejaron provocar y terminaron acorralados en el círculo vicioso de las ofensas, y convirtieron en víctimas del atropello a los victimarios de la verdad.

En fin. Volvamos al principio. Desde el miércoles y hasta el domingo por la mañana (mientras los humanos que marchaban fueron calificados de “borregos” por un medio radial), se cometió en el municipio de Balboa, Cauca, la masacre #67 del 2023; asesinaron en Caloto al líder social Duvalier Cifuentes (128 este año); mataron en Tame, Arauca, al firmante de paz Jairo Alexander Toroca (#32 en el 2023 y 396 desde la firma del Acuerdo); se cometió en Valledupar la masacre #68 de lo que va corrido del año; y alertan que en el 2023 han desaparecido en Colombia 830 mujeres.

Ojalá redes, chats y medios que se desbordaron por el tema del viernes, prestaran tanta atención cuando Indepaz o una emisora comunitaria avisa que hubo otro asesinato de otro colombiano al que de tajo le arrancaron la vida.

Tal vez sería bueno reconocer que el ombligo de Colombia no queda en Bogotá, ni en los vidrios rotos de una revista; y que mientras el plomo mata, la indiferencia cava la fosa.

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