Por Jordi Arcarons y Daniel Raventós

Es frecuente hablar de “ricos”. Hay números, hay estadísticas, hay datos.  Con los ricos los amigos de teorizar de algún u otro tipo, vengan del campo de la economía, la política, la filosofía, básicamente se dividen en dos campos interesantes (en el medio hay distintas gradaciones que no son tan interesantes): los que los justifican y los que no. Hablar de ricos y de impuestos acostumbra a ir de la mano al menos cuando hablamos de economía.Es usual atacar cualquier política de impuestos dirigida a los ricos que proviene de un conjunto que incluye economistas liberales, representantes de las patronales y directamente por parte de los ricos y sus representantes. Decía ya hace 8 años Sam Pizzigati: “A los ricos (…) no les gusta pagar impuestos cuando las tasas impositivas son elevadas. Tampoco les gusta pagar impuestos cuando las tasas son bajas”. John D. Rockefeller era rico, muy rico, insultantemente rico. Es sabido. Además, era un tipo que pontificaba acerca de muchas cosas y una de ellas era sobre las distinciones entre los de su clase y el resto, la inmensa mayoría social: “Cuando un hombre ha acumulado una suma de dinero siguiendo la ley, es decir, de la forma legalmente correcta, el resto de personas ya no tiene derecho a participar en las ganancias resultantes de esta acumulación”. “Siguiendo la ley”, obviemos ahora cualquier comentario.

Si una persona nada en la abundancia, acostumbra a preferir una justificación meritoria de su estado que una casualidad de espermatozoides y óvulos de buena cuna. Una persona muy rica prefiere pensar que se lo ha ganado más o menos duramente, sea por su gran capacidad y originalidad innovadora, sea por su inteligente capacidad de ver nuevas oportunidades de negocio allá donde otros no son capaces de hacerlo, sea porque su capacidad de trabajo es muy elevada, sea porque son listos (y a más riqueza, más listos o más capaces), sea porque estaba en el lugar oportuno en el momento oportuno y supo evaluarlo, sea porque ha aportado beneficios a la sociedad gracias a sus inversiones. Hay una buena banda de justificadores de los ricos. The Economist, en un reportaje del año 2011, decía: “Para llegar a ser ricos, por regla general han tenido que hacer algo extraordinario”. Bonito, ¿verdad? La gente rica prefiere alguno de estos motivos de su riqueza que la mucho más prosaica razón de que es rico porque ha heredado, en no pocos casos, la riqueza. Básicamente una cuestión de espermatozoides. Como las monarquías.

Con mucha retranca Monbiot escribió sobre eso: “Podríamos denominarlo romnesia: la capacidad de los muy ricos para olvidarse del contexto en el que hicieron su dinero. De olvidar su educación, herencia, redes familiares, contactos y presentaciones. De olvidar a los trabajadores cuya labor les enriqueció. Olvidarse de las infraestructuras y la sociedad, la mano de obra preparada, los contratos, subsidios y rescates suministrados por el Estado”. Romnesia se refiere a Mitt Romney, un parásito económico ejemplar, según Monbiot. La justificación de las grandes riquezas forma un grupo al que Sam Pizzigati califica de chearleaders. Académicos y publicistas que consideran que las grandes riquezas privadas son una bendición para el resto de la sociedad. Uno de los maestros del liberalismo desde la segunda mitad del siglo pasado hasta la actualidad, Frederick Hayek, justificaba incluso a los ricos más parásitos, vagos y dilapidadores que podamos imaginar porque nos gratificaban con nuevos gustos y creencias; con “nuevos estilos de vida”, vaya. Great!

Son muchos los informes que proliferan sobre qué porcentaje de las fortunas son heredadas y qué otra parte son obtenidas desde cero. Tres familias de EEUU (la Mars, la Walton y la Koch) tienen (o tenían hace tres años, las fortunas crecen rápido) una fortuna de 348.700 millones de dólares, nada menos que cuatro millones de veces el patrimonio medio de una familia estadounidense. Cuatro millones y medio: vale la pena ponerse a teclear la calculadora. Lo que cuesta más de entender es que haya quien siga justificando las grandes fortunas “porque se lo merecen” sin matices, así como las remuneraciones descabelladas de los grandes ejecutivos. Al respecto, hay un caso, entre otros, que es ilustrativo. En 1975 el legendario director de la General Electric, Reginald Jones, quizás el ejecutivo más prestigioso del momento, ganó por su cargo medio millón de dólares, 36 veces los ingresos de la familia media de EEUU. Su sucesor en General Electric, Jack Welsh, ganó en el año 2000 1.445 millones de dólares por el cargo, unas 3.500 veces los ingresos de la familia media de EEUU. Había pasado un cuarto de siglo. ¿Se debe esta desproporción a una valoración objetiva del mercado o a una política económica y a una ley que permiten y posibilitan que esto ocurra? ¿Hay realmente razones económicas que merezcan el nombre de razones y no pura apologética que justifique esta realidad entre dos directores de la misma empresa en un margen de pocos años? ¿Existen datos que muestren que esto beneficia a la sociedad de EEUU o, más modestamente, a los consumidores y trabajadores de General Electric? Los beneficios privados no conllevan automáticamente beneficios sociales.

Para abreviar, digámoslo con el ya citado Monbiot: “hace un siglo, los emprendedores trataban de pasar ellos mismos por parásitos: adoptaban el estilo y las formas de la clase rentista con título. Hoy los parásitos pretenden que son emprendedores”.

Contestemos a la pregunta del título.

Consideremos la distribución de la riqueza y la distribución de la renta y obtengamos la intersección de quienes se sitúan conjuntamente en el 5 % superior de ambas. Este es un criterio —creemos que bastante objetivo— para determinar el conjunto de ciudadanos que tienen la condición de ricos, porque delimita aquéllos que disponen de más renta y a su vez acumulan más riqueza.

Hay dos fuentes de información con microdatos actualmente en el reino de España que permiten cuantificar ciertas magnitudes referentes a ese colectivo de ricos al que nos hemos referido en el párrafo anterior: la Encuesta Financiera de las Familias (EFF) y el Panel de Hogares (PH). Hay lógicamente diferencias entre ambas, pero no es éste el espacio adecuado para señalarlas[1], lo importante aquí es dar algunas cifras interesantes al respecto.

Si utilizamos la EFF, cuya última edición es de 2020 y utiliza la renta y riqueza del año anterior, se obtiene que el 5 % señalado concentraba 1,04 billones de euros de riqueza neta —esto es descontada la vivienda habitual— lo que representa el 33,4 % del total de la riqueza neta de todas las familias (3,13 billones de euros). Para no ser tan abstractos: las familias pertenecientes a esa intersección del 5 % superior disponían de una renta que superaba los 89.900 euros y cuya riqueza era mayor de 935.000 euros y en número eran aproximadamente 370.000 —un escaso 2 % del total de los más de 18,8 millones de hogares del reino de España—.

Para situar la evolución de las cifras acabadas de reproducir contamos con la anterior edición de la EFF, que data de 2017 y en la que también la renta y riqueza se refieren al año anterior. Estamos comparando, por tanto, lo sucedido en el período 2016-2019. En términos reales, la renta y la riqueza neta totales de las familias crecieron el 4,5 y el 9,8 %, respectivamente (más del doble en la segunda respecto a la primera). Sin embargo, cuando se calcula para el particular 5 % al que nos venimos refiriendo, ese crecimiento real fue del 2,5 y del 33,5 %, respectivamente. La variación real en renta supuso 2 puntos porcentuales menos de crecimiento, pero en la riqueza significó más de 23, para los que hemos calificado de realmente ricos. Y, finalmente, en términos de hogares, la EFF indica que en el período 2017-2020 —los años en que se realizó la encuesta— esas familias consideradas ricas, con nuestro criterio, aumentaron en 15.000.

Si como otra opción, utilizamos el PH para el año 2019, la última edición disponible en estos momentos, cuyos datos son relativos al territorio fiscal común (TFC) —es decir, sin el País Vasco y Navarra—, y nos fijamos en la aludida  intersección del 5 percentil superior de las distribuciones de renta bruta personal y de patrimonio neto personal —esta es una de las diferencias significativas entre las dos informaciones, puesto que ahora hablamos de magnitudes personales y en el caso de la EFF eran familiares—, se determina que estamos hablando de personas con una renta superior a los 36.183 euros y un patrimonio (libre de deudas) superior a los 128.266 euros. Esto significa que algo más de 1,6 millones de personas se encuentran en esta intersección, lo que representa menos del 3,7 % de la población total que capta el PH. Este reducido grupo de personas dispone de 1,086 billones de euros de patrimonio neto (que significa el 45,4 % del total) y de 136.000 millones de euros de renta (20,1 % del total). Para situarnos un poco en las proporciones, el PIB del reino de España fue en el 2019 de 1,245 billones de euros —pero para poder realizar comparaciones con las cifras anteriores, debe descontarse de este último valor los correspondientes a Navarra y el País Vasco, que en 2019 su suma rozó los 95.000 millones de euros—, ello significa que en 2019 el PIB del TFC tan solo superaba en un 6 % al patrimonio neto de las personas señaladas como más ricas de ese TFC. Un simple dato.

Otra información interesante que puede obtenerse con los microdatos del PH —que conviene señalar que provienen de los impuestos recaudados por la Agencia Estatal de la Administración Tributaria— se resume en la siguiente tabla, que permite una visión más detallada de las características de la ya harto señalada intersección de renta y riqueza, puesto que la relaciona directamente con su acumulación de patrimonio neto.

Ya estamos respondiendo a la pregunta del título. De la anterior tabla se puede llegar a una conclusión muy sencilla, si elimináramos de la misma aquellas personas que, aun perteneciendo al grupo de los considerados ricos por estar en la famosa intersección, poseyeran un patrimonio neto personal inferior a 500.000 euros, estaríamos hablando de que los ricos, los auténticamente ricos en el reino de España, se reducen a poco menos de 350.000 —el 0,78 % de la población captada en el PH, pero que siguen concentrando una renta y un patrimonio personal de aproximadamente 54.000 y 770.000 millones de euros —el 8 y el 32 % de ambas magnitudes en su totalidad—. Para estas personas proponemos un impuesto que grave su riqueza. Y proponemos, tal como detallamos en el citado libro un impuesto moderado.

Estos son datos quizás para reflexionar quien tenga capacidad de hacerlo. Capacidad de reflexionar y de sentir vergüenza por las sociedades que realmente tenemos. Y cuando se proponen pequeñas reformas de estas realidades sociales que supongan más impuestos a los ricos, algunos consideran “intolerable”, “radical” o “utópico” poder hacerlo. Pues eso.

(Nos hemos basado en parte del texto y algunos números que hemos hecho en el libro En defensa de la Renta Básica. Por qué es justa y cómo se financiaDeusto, 2023, que hemos escrito con Julen Bollain y Lluís Torrens)

 


[1] En el libro recientemente publicado En defensa de la Renta Básica. Por qué es justa y cómo se financia (Deusto, 2023) del que somos coautores, una parte del capítulo 7 las analiza detalladamente.

es catedrático de Economía Aplicada en la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona y miembro de la Red Renta Básica. Es coautor de «En defensa de la Renta Básica. Por qué es justa y cómo se financia» (Deusto, 2023)
es doctor en Ciencias Económicas y profesor titular en la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona. Es editor de Sin Permiso. Es coautor de «En defensa de la Renta Básica. Por qué es justa y cómo se financia» (Deusto, 2023)

 

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