Es muy frecuente que personas blancas exclamen: “No veo razas, ni géneros, veo sólo humanos” ò “Somos todos iguales” y esto representa un repertorio de pensamientos y acciones conocido como “privilegio blanco”. Al elegir no ver a los colores se elige también no reflexionar sobre el racismo. Al elegir no ver a los géneros, se elige también no entrar en contacto con las vivencias de las mujeres, de las mujeres trans y de las personas no binarias. 

Por Flavia Estevan y  Djamila Andrade

Es muy frecuente que las personas blancas (en el caso de lo racial), hombres (en el caso del género) y las personas ricas (en el caso de las clases sociales) no se vean siendo parte de los problemas vividos por los grupos llamados minoritarios, con eso declaran la capacidad de sentir “al ser humano”, “al hombre”, a la “humanidad” y otras generalidades. Pero la vida de cada persona no es genérica, está marcada por los recortes de género, de raza y de clase todo el tiempo.

La mayor fortuna de los  252 hombres más ricos del planeta  reunen la misma riqueza de todas las mujeres y niñas de África, América Latina y el Caribe juntas: 1 billón de personas.

La sociedad ocidental se funda en la explotación de las personas negras e indígenas por las personas blancas. Cualquier privilegio ejercido por una persona blanca (como la casa propia, una herencia, estabilidad social, emocional y financiera) es fruto de la desigualdad de un sistema de explotación, fundamento del capitalismo. El colonialismo europeo (con su blanquitud), a través de su violenta apropiación de los recursos, los territorios y las personas, ha sido una condición necesaria y constante para el crecimiento de las sociedades capitalistas que traen beneficios principalmente a las personas del Norte y las elites nacionales de diversos países. Seguimos arrastrando, hasta los días de hoy, las asimétricas relaciones coloniales de poder y sus valores. Existe un racismo estructural en la sociedad que intenta hacer invisible al color de la piel/raza como si los años de la violenta opresión sucedidos en la historia, nunca hubieran existido. Este intento de borrar la memoria hace parte de la negación. No (querer) ver estas explotaciones y que nosotros también estamos constituídos por ellas, es negacionista y es un privilegio de los que se benefician con ello.  

Se estima que 5,6 millones de personas  mueren todos los años por falta de acceso a la salud en los países pobres.

A nosotros, las personas blancas, no nos gusta pensar o saber sobre eso, preferimos creer que son “problemas históricos” de los cuales somos ajenos y ni pensar en que ellos nos benefician. Y pensamos en cambiar “el futuro” también genérico, sin darnos cuenta que es en el presente, el hoy, todos los días, que necesitamos dar una señal, cambiar algunas conductas, actuar por la inclusión de las llamadas minorías de género y de raza. 

Cada 4 segundos muere, en el mundo, una persona víctima de la desigualdad, mientras una persona blanca declara:  “Yo no veo ni razas ni géneros, sólo veo humanos”. 

Y es verdad que en las experiencias internas, místicas o de meditación podemos alcanzar un estado de comunión con el todo, donde las diferencias desaparecen, pero eso tiene que quedarse en el campo de las experiencias internas, o puede impulsarnos aún más a que seamos activas y activos en las acciones contra la discriminación anti-racista y anti-sexista. 

En comprender las desigualdades estructurales históricas y no economizar esfuerzos en corregir los déficits sobre los cuales nuestra sociedad descansa. La lucha por la justicia social es también la lucha para que no se borre de la memoria, por el reconocimiento, por la reconciliación.  No se trata de un tema para especialistas, o de un tema que podemos elegir o no para dedicarnos. Este es un tema que habla sobre las injusticias y discriminaciones que nuestra sociedad insiste en perpetuar y, si realmente vemos y sentimos “lo humano” tenemos que aprender con el corazón abierto sobre cómo somos beneficiados con esa explotación y lo que podemos hacer para cambiarlo.