Por Rodrigo Arce Rojas *

Magno Sapiens se sentía un ciudadano de mundo, él siempre muy disciplinado, seguidor incondicional de la ciencia, de las normas y las buenas costumbres. También leía religiosamente los diarios más serios y confiaba en la seriedad de los noticieros televisivos. Era el ciudadano plus quam perfectum. Para él todo tenía que explicarse racionalmente, con una lógica impecable por ello la objetividad era su doctrina. Por ello le parecía una herejía que haya profanos diciendo que la ciencia no puede separarse de la filosofía, de la ética, de la estética, del arte. Eso ero pura palabrería decía porque la ciencia es ciencia y qué es eso de estar alegremente mezclándolo todo, consideraba que
eso era realmente una involución. Eso de encuentro de saberes, peor ecología de saberes, le sabía a gato encerrado, a una reverenda arrogancia de los que no han pisado las universidades, de los que no leen y quieren igualarse con la gente ¡Qué atrevimiento! Decía horrorizado.

Como buen seguidor de lo que le enseñaron sus maestras y maestros en su larga trayectoria académica consideraba que la naturaleza era simplemente una proveedora de recursos para satisfacer las necesidades humanas. Aunque él ya había escuchado algo de bienestar animal, de animalismo, pensaba que era una gran exageración considerar que los animales son sujetos de derecho porque ellos (y ellas) jamás podrán tener responsabilidades y menos firmar un contrato. También había escuchado hablar de la inteligencia y sensibilidad de las plantas, pero pensaba que eso era idea de radicales que buscan obstaculizar el bienestar de las personas, para quienes hay que trabajar en perspectiva de desarrollo sostenible, afirmaba, impostando la voz y adquiriendo una postura magna, como su nombre pues.

¿Inteligencia y sensibilidad de las plantas? Son pamplinas decía. Cómo van a tener inteligencia si ni siquiera neuronas tienen. En vez de estar gastando su tiempo en galimatías pensaba que los científicos deberían estar  preocupados cómo desarrollar más la ciencia y tecnología para aprovechar más las plantas, hacerlas más rendidoras, productivas y en menor tiempo. Para eso debería servir la ciencia y la política, decía con aire de importancia.

Para Magno su principal preocupación era el crecimiento económico que es la base de la felicidad de las personas, según afirmaba categóricamente. Por lo tanto, hablar de derechos de la naturaleza, que apenas había escuchado le molestaba soberanamente. Pensaba que era una insensatez, una rabieta de radicales y caviares que no tienen otra cosa que hacer que inventarse discursos obstaculizadores del progreso. Aunque sabía de los grandes problemas de la sociedad él prefería mantenerse al margen para no contaminarse de pesimismo y radicalidad, según explicaba.

Pero, más allá de la contundencia de sus ideas, convicciones y creencias, él sentía que algo le perturbaba, aunque no sabía identificar las razones. Un día después de un caluroso intercambio de mensajes en una red social se dispuso a dormir.

No fue fácil conciliar el sueño porque las ideas que había intercambiado, según él, eran muy atrevidas, utópicas e ilusorias. Después de varias horas de no poder dormir, por fin se quedó dormido. Soñó que se encontraba en un lugar en la que, a fuerza de querer vivir, las palabras cobraron vida. Ya no se trataban simplemente de signos o sonidos simplemente, sino que realmente estaban vivas. Vio a las palabras crecer, achicarse, transformarse, fusionarse y recrear significados y sentidos. Las palabras podían entristecerse, alegrarse, exaltarse, extasiarse e incluso cantar y bailar. Lo que más le asombraba era su capacidad de presentar una apariencia, pero significar otra cosa. Realmente las palabras estaban vivas y se podían confundir con el cuerpo, la mente, la fisiología, el medio. Era como si todo fuera una única realidad y que no había separación, era un transcurrir de la energía y materia con intercambio caprichoso. A veces se comportaban como partículas otras veces se comportaban como ondas, vibraciones. Con mucha facilidad cambiaban de estado de materia a energía y viceversa y lo más sorprendente era que
podían estar en dos lugares a la vez. Ser y no ser a la vez. Pero lo que terminó apabullándolo fue el hecho que en la vida y la naturaleza ni siquiera necesitabas las palabras para comunicar, sino que todo comunica. De pronto se dio cuenta que se encontraba en un planeta en el que todo tiene su lenguaje que no se fundamenta sólo en la acústica sino también en toda suerte de fenómenos físicos, químicos, bioquímicos. Si uno era capaz de abrirse a la ecosemiótica de la naturaleza podía escuchar el canto del silencio, de la naturaleza, del cosmos, del Hibiscus.

Pudo entender entonces por qué existe la poesía sin palabra, o sentir la ecopoética de la naturaleza. Supo que no sólo existen unos seis mil idiomas en el mundo sino infinitos lenguajes pues podías percibir el lenguaje de los ríos, de la montaña, de las florestas, de las flores, de las rosas y orquídeas.

De repente Magno despertó, o de repente soñaba que despertaba, pero pudo ver claramente que la palabra está viva, que, aunque no lo veamos existe un gran tejido de interrelaciones e interdependencias. Ya nada sería igual después de ese revelador sueño, aunque a veces piensa que fue una pesadilla. Magno está confundido ahora y no sabe si fue una revelación o si las fantasías lo persiguen. A veces piensa que ha perdido la razón. Pero cuando eso sucede aparecen danzando las palabras de afecto y siente el verdadero prodigio de la vida.

 

* Doctor en Pensamiento Complejo por la Multidiversidad Mundo Real Edgar Morín de México. Magister en Conservación de Recursos Forestales por la Universidad Agraria La Molina, Perú. Docente en la Maestría de Ecología y Gestión Ambiental de la Universidad Ricardo Palma.