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Puerto de Creta

(Imagen de jwein/Pixabay)
PROSA POÉTICA

 

Por Jorge Nuñez Arzuaga*

Llegué a aquel puerto casi exánime, guiado por alguna clase de hilo de Ariadna que me hizo desembocar de tal laberinto. Era entonces parte de una acre soledad. Daba por ciertas las creencias de la época: que yo soy; que existe una realidad; que el tiempo pasa; que la vida muere; que el pasado no se puede modificar; que hubo una vez; que todo es efímero; que nada es eterno.

Creí que este ser que apunta notas sobre sí mismo es una individualidad inmersa en un mundo de cosas naturales y otredad que son arrastradas por la fuerza del transcurrir desde la vitalidad hacia la finitud sin más rastro que lo que fue y sintió en un vahído instante que se pierde para siempre.

Lo pensé y lo repetí en voz alta hasta que las palabras se dejaron drenar por el viento, sin pensar ni decir ni creer solo un destino. Así fue que el deseo, la ira, los truenos de la noche y la insolente rebeldía desgarraron mis temores profundos. La vejez, la enfermedad, el silencio más tórrido que se pudiese padecer. Una nada que hiere mientras perdura ensimismada en arcana playa remota. Fuego fatuo. Licor de ajenjo. Ardor. La vida en ese estado es apenas mientras tanto.

Acaso atisbar por el caleidoscopio sea la llave para atravesar ese puente herrumbroso. Amarillo en la memoria. Rojizo en las pupilas.

Y después la metamorfosis de niño a minotauro y de explorador a cosmonauta.


* Poeta y periodista. Miembro del Centro de Estudios Humanistas Moebius, Mar del Plata (Argentina).

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