Mi amigo, el antropólogo ecuatoriano José Salcedo, investigador de las culturas chamánicas y de las crisis civilizatorias, tenía un sueño: quería conocer las culturas ancestrales siberianas y poder comparar sus mitos orales de la creación y las ceremonias de curaciones con las de los pueblos indígenas de América, para confirmar su hipótesis de lo común de sus raíces, ya que es sabido que justamente los antiguos habitantes de Siberia fueron los que primeros que cruzaron el estrecho de Bering.

Miles de años antes del nacimiento del marino ruso-danés Vitus Jonassen Bering, que ‘descubrió’ esas tierras y los mares entre Asia y América, la región hacía tiempo que la habían explorado y habitado otros seres humanos. Incluso se sabe que la palabra ‘chamán’ es también de origen siberiano, y que parte de la enorme diversidad y sabiduría de las espiritualidades de los pueblos americanos es una herencia de las antiguas culturas escondidas entre los montes del Asia rusa.

Los viajes por Ecuador que hicimos con José fueron de sueño. Aparte de las inolvidables incursiones en la cultura y la espiritualidad de sus pueblos, que siguen habitando los mundos entre las montañas y selvas, él compartía su comprensión de la historia de la humanidad y los caminos de futuro a explorar. Hablábamos de las cosas más bellas y más locas. Él amaba esta palabra, ‘espiritualidad’, que a mi me parecía un poco cursi, seguramente por mis propios prejuicios, así que en los infinitos caminos por los bosques y por los ríos lo discutimos. José creía en la espiritualidad de los Andes y sus aguas y nieves, en los tiempos de sus energías telúricas y en el ser humano como parte del universo y guardián del equilibrio entre los mundos. En Siberia, según él, la humanidad esperaba una de las llaves más importantes para abrir la puerta hacia el futuro.

Estábamos recién empezando a preparar el viaje de José a Rusia cuando recibimos desde Ecuador una triste noticia. Él y su madre fallecieron al inicio de la pandemia de covid, manejada de manera desastrosa por el Gobierno de Lenín Moreno, el mismo que entregó a Assange a sus verdugos y que no creó la infraestructura sanitaria necesaria para evitar las cantidades de muertes que hubo en el país. Ahora también ya puedo revelar el secreto de que el propio José y sus amigos, muchos años antes, cuando trabajaron para el Gobierno de Rafael Correa, tuvieron un rol importante en la iniciativa de darle asilo a Julian Assange en la embajada ecuatoriana en Londres.

En estos días, cuando la crisis de toda nuestra civilización se hace tan evidente y su actual epicentro, no por una casualidad, está en las fronteras de Rusia, necesito repasar algunos temas que conversamos y otros (que son muchos más) que quedaron por conversar con José; los recuerdos se confunden con lo imaginado y lo soñado.

Rusia es una formación multiétnica, la única entre los grandes países. A diferencia de los estados de América y Europa, la enorme parte de su población, representada por más de 190 etnias, no es un producto de la migración desde afuera, sino que son pueblos autóctonos que tienen un largo arraigo histórico en sus territorios y que están estrechamente ligados a la cultura de la tierra. Incluso los que étnicamente se definen como rusos, y que representan ahora un poco más de 80% de la población del país, son producto de la mezcla entre varios pueblos eslavos y diferentes grupos mongoles y turcos que durante siglos invadieron tierras que ahora son parte de Rusia.

Lo interesante, es que aunque la parte más poblada de Rusia geográficamente corresponde al continente europeo, los rusos siempre hablaron de ‘Europa’ como de un territorio externo, al occidente de sus fronteras, nunca llegaron a sentirse europeos e incluso, a pesar de los mitos eurocentristas, desde hace siglos muy arraigados entre sus élites, percibían a Europa como fuente de varias invasiones de conquista, desde Napoleón hasta Hitler.

Por eso en Rusia nunca se creó la típica dicotomía que tienen los países de América entre ‘la civilización occidental’ y ‘las culturas autóctonas’. Los rusos nunca han llegado a sentirse occidentales y el aspecto religioso no fue, como en América, un factor destructivo ni opresor. A pesar del predominio de la religión cristiana ortodoxa desde los tiempos del imperio zarista, las culturas de otros pueblos musulmanes y budistas nunca fueron convertidas ni asimiladas por la fuerza, manteniéndose ahora una gran diversidad de credos según las regiones. La historia de las relaciones de los rusos con otras culturas originarias en su vasto territorio no es idílica y está llena de conflictos y contradicciones, pero jamás en ella hubo masacres ni políticas de ‘civilización’ forzada. En la época soviética, decenas de sus pueblos obtuvieron la escritura en sus idiomas y el acceso a la educación y a la salud, surgiendo las primeras generaciones de grandes intelectuales, científicos, escritores, artistas y estadistas indígenas rusos.

Una de las principales razones por las que en Rusia fue posible la construcción del primer estado socialista en la historia fue la tradición comunitaria que existió en el mundo campesino ruso e hizo posible la afirmación de valores colectivos por encima del valor individualista.

Es muy interesante el análisis del gran filósofo ruso de principios del siglo pasado, Nikolái Berdiáyev, que explica una de las razones de la falta de desarrollo de la individualidad en la vida rusa: «El pueblo ruso quería vivir en el calor de la colectividad, quería disolverse en el elemento de la tierra, en las entrañas de su madre. La caballería forjó el culto de la dignidad y del honor individual, templó la personalidad. La historia rusa no creó este temple de la personalidad». La religión ortodoxa bizantina se mezcló en Rusia con el paganismo ruso. De ahí proviene la presencia de este espíritu pagano dionisiaco que no tenía la religión ortodoxa bizantina. «La ortodoxia rusa no es tanto la religión de Cristo como la religión de la Virgen, la religión de la Madre-Tierra; de la divinidad femenina que ilumina la vida cotidiana de los hombres», escribía el filósofo.

En esta etapa de crisis total de la civilización actual, una de las esperanzas está en la sabiduría de nuestros pueblos. Un encuentro entre nuestras culturas indígenas rusas y latinoamericanas, como lo soñaba mi amigo José, sería un paso importantísimo.

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