Hoy, conversando con dos bomberos mientras echaba bencina a mi auto puse el tema de los migrantes y ambos dijeron que eran el mayor problema del país, y uno de ellos se refirió a los migrantes con groserías, descalificaciones y una actitud de rabia. Esta conversación me llamó a reflexionar y escribir esta columna de opinión.

Yeserley es una joven venezolana, que junto a su familia, llegó a Chile después de semanas de caminar y trasladarse en camiones y buses, con la duda de si los estaban engañando. Su viaje no fue diferente al de millones de migrantes que sufren hambre, frío, abusos, peligro, incertidumbre, violencia, solidaridad, cariño, acogida y otras experiencias que dejan marcas para toda la vida.

Su familia y ella se han incorporado a la sociedad chilena. Tienen sus papeles de residencia en regla. Su mamá y papá trabajan; ella y sus hermano/as estudian y trabajan. Son parte activa en sus comunidades. Al comienzo se sintieron acogidos y bienvenidos, pero con el correr de los años están sintiendo y viviendo la discriminación y el mal trato.

Con mucha perplejidad escuchábamos hace algunos años atrás los discursos de odio en boca de líderes políticos en otras partes del mundo. El entonces candidato a la presidencia de Estados Unidos de Norteamérica, Donald Trump, se refería a los inmigrantes mejicanos como “violadores y criminales”, Marie Le Pen en Francia ha dicho que los migrantes eran «un peligro para Francia y que deberían ser expulsados del país”, y Jair Bolsonaro dijo que los migrantes africanos eran «el peor tipo de inmigrante».

Recordemos que discurso de odio se refiere a cualquier tipo de comunicación ya sea oral o escrita, o también comportamiento, que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una persona o grupo en función de lo que son, en otras palabras, basándose en su religión, etnia, nacionalidad, color de piel, ascendencia, género u otras formas de identidad.

Hoy en Chile, el discurso de odio contra las y los migrantes es parte de las conversaciones cotidianas y parte de la comunicación política y de la línea editorial de algunos medios de comunicación. Ha proliferado la xenofobia y el racismo.

El tránsito desde el discurso de odio a la violencia es muy rápido. Los discursos de odio contribuyen a crear un ambiente en el que se justifica o legitima la violencia contra determinados grupos de personas, incluyendo migrantes.

Es importante reconocer que la violencia no surge de la nada, sino que es el resultado de un proceso en el que se van rompiendo los límites de una sana convivencia creando un clima de intolerancia y deshumanización de los grupos de personas que son objeto de estos discursos; en este caso migrantes.

Yeserley estudia en un liceo de Santiago. Tiene buenas amigas y amigos, se siente acogida por el mundo adulto de su comunidad escolar, pero fuera de ella comienza a sentir miedo. Sabe que la única manera de contrarrestar el discurso de odio es invitando a la empatía y a que con una mano en el corazón sean capaces de responder a la invitación que les hace: “ponte en mi lugar”.

Marcelo Trivelli

Fundación Semilla


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