Por Humberto Salazar

La crisis política institucional es responsabilidad de actores políticos insensibles a la situación de la población. La situación actual da cuenta de actores políticos cuyo único objetivo ha sido hasta ahora satisfacer sus propios intereses y hacer del control de lo público su fuente de acumulación. En medio de las luchas intestinas de la clase política ecuatoriana los sectores más necesitados han quedado huérfanos de protección. Estos actores de forma miope al contexto han dejado que la crisis económica, de seguridad, social escalen a un punto en el que la paz y convivencia democrática se ven en grave riesgo.

La muerte cruzada, la censura al presidente, incluso una posible renuncia, todas estas alternativas valoradas como opciones de salida a la crisis institucional son opciones de última ratio. Llegar a fase de implementación de una de éstas da cuenta del fracaso del sistema. Hoy asistimos a una fase de incertidumbre donde algo de la presión interna se libera pero que deja incólumes, por un lado, los graves problemas que la nación atraviesa; y por otro, la fragilidad de una institucionalidad democrática con un Estado concebido como botín de grupos políticos. Las nuevas elecciones no garantizan un cambio que permita una gobernabilidad basada en liderazgos éticos.

La crisis actual deja en claro que la esfera política es incapaz de responder a la situación del país. También pone de relieve la importancia de una sociedad activa, participativa, dialogante. Ante el vacío que genera la incertidumbre en lo político institucional se hace evidente que la búsqueda de un archipiélago de certezas que solo puede encontrarse en actores que fundamentan su trabajo por principios éticos y causas vinculadas a las necesidades y expectativas de la población. Estos actores se encuentran en la sociedad civil cuyas causas y luchas no tienen fecha de caducidad. Ante un Estado inmovilizado se debe proteger u fomentar el espacio cívico. Esto como un medio para proteger la democracia de tendencias autocráticas que pueden ganar espacio en medio de un río revuelto.

Si llegamos a la situación actual es porque los actores involucrados en la crisis no tienen voluntad real de diálogo. No se trata de ese diálogo de oídos sordos donde lo de fondo es una lucha de fuerzas donde quien impone su criterio es el que tiene más poder para imponer de forma violenta su voluntad a otro. Hablar de diálogo es hablar de verdaderos sistemas colaborativos que enfatizan en los elementos de construcción de presente y futuro con base en formas de trabajo solidarias, positivas, íntegras. Esos modelos son insustituibles para salir de la crisis. Son modelos que se basan en el ejemplo y la referencia como medio para incentivar la participación y los acuerdos. Esos modelos son una exigencia para el momento actual.

Más allá de la incertidumbre el país sigue. Ecuador ha demostrado frente a las catástrofes que es un país con resiliencia. Y no es la estructura la resiliente, es la gente. En ese marco, el trabajo no puede parar. El reto ahora es trabajar con pertinencia al contexto y capacidad de adaptación. Trabajar sobre temas como paz, justicia, equidad, solidaridad es decir sobre esos temas que permiten sortear el presente para llegar al futuro de bienestar al que las poblaciones aspiran.