El domingo 7 de mayo se celebraron en Chile las elecciones para el Consejo Constitucional, que deberá preparar un nuevo proyecto de Constitución, después de que el anterior, muy avanzado en muchos aspectos, fuera rechazado en el referéndum de septiembre de 2022. La nueva propuesta de Constitución se someterá a referéndum el 7 de diciembre de este año.

El Partido Republicano, formación de extrema derecha liderada por José Antonio Kast (que había sido derrotado por Gabriel Boric en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de diciembre de 2021) obtuvo el 35,5% de los votos y eligió a 23 de los 51 miembros del Consejo. La derecha tradicional obtuvo 11 escaños y Unidad por Chile, la coalición que apoya al actual Gobierno, obtuvo el 28,4% de los votos y 16 escaños. Con este resultado, la derecha controla absolutamente el futuro Consejo Constitucional, teniendo incluso capacidad de vetar las propuestas que no sean de su agrado.

A estas cifras hay que añadir los votos nulos – alrededor de 2,1 millones, el 17% del total – y los votos en blanco – 565.000, el 4,55% del total – que parecen indicar la desilusión de una parte del electorado tras las grandes esperanzas suscitadas por la victoria de Gabriel Boric. Todo esto dibuja un escenario complejo y difícil para las fuerzas progresistas. Hablamos de esto con Tomás Hirsch, diputado y presidente de Acción Humanista.

¿Cuáles crees que son las razones de la aplastante victoria de la extrema derecha?

Sin duda la derrota política de las elecciones para los consejeros constitucionales del 7 mayo fue brutal, contundente. Es un triunfo de la ultraderecha que le otorga el poder de veto y de control absoluto en la redacción de una propuesta de nueva Constitución. Claramente hay que evaluar, analizar, comprender bien cuáles son los motivos de este resultado y sobre todo cuales son las proyecciones. Desde ya y antes de entrar en el análisis más profundo, postulo que este resultado no debe hacernos dudar de nuestro proyecto como gobierno, de nuestro programa orientado a generar transformaciones profundas en materia política, económica y social en nuestro país. Por el contrario, creo que es el momento de fortalecer nuestras propuestas programáticas por las que fuimos electos.

Esta fue una victoria del partido de extrema derecha, los Republicanos, pero no creemos que Chile se haya derechizado, más bien Chile está angustiado y en la angustia las respuestas son cambiantes, cortoplacistas, inmediatistas, buscando a quien ofrece una solución más inmediata, aun cuando sea totalmente ilusoria.

De este resultado son varios los factores a considerar. En primer lugar, la cantidad enorme de votos blancos y nulos, que superaron el 21% de los votos emitidos, no se puede minimizar. Tampoco se puede atribuir esos votos a desinformación o a simple confusión. Esa explicación simplista no contribuye a sacar buenas conclusiones. Nosotros creemos que este inmenso caudal de votos blancos y nulos es expresión de desafección: por una parte, desafección con nuestro proprio sector, con el gobierno, con las expectativas que se tenían de transformaciones que gente del mundo de izquierda, jóvenes, mujeres, estudiantes, trabajadores, ecologistas, animalistas y otros grupos sienten que no han llegado.

Pero más allá de ese “enojo” o desafección de nuestros anteriores electores, provenientes del mundo social y de izquierda, me parece que hay sobre todo un enojo con todo el sistema político de los nuevos electores: es decir estos 6 o 7 millones que hoy son obligados a votar por el cambio en el sistema electoral que introdujo el voto obligatorio. Es decir, ahora hay dos universos de votantes que no dialogan entre sí. Los que han participado en todos los procesos electorales anteriores, y aquellos que lo hacen por primera vez movidos únicamente por la obligatoriedad y la amenaza de multa en caso de no acudir a las urnas. En este segundo grupo, los votos nulos fueron millones. Pero hay que decir también que el resultado de quienes acudieron por el voto obligatorio, votando nulo o apoyando a la lista de la derecha extrema, nos develó que las izquierdas y progresismos abandonamos los arraigos y los territorios, en un proceso que se inicia en los años 90 del siglo pasado.

Por otra parte, es importante entender por qué se vota a la extrema derecha, fenómeno que sucede no solo en Chile, sino que se está dando en muchos Países. Creemos que ese sector ha tenido la capacidad o más bien la astucia de conectar con el inmediatismo, con los temores más fuertes, inmediatos y atávicos de la gente: seguridad, delincuencia, migración. Es decir, su alta votación se nutre de un discurso fácil y facilista, que conecta con esos temores ofreciendo soluciones fáciles de captar, aunque por supuesto profundamente deshumanizadoras. Ellos, la extrema derecha, nunca hablaron durante la campaña de las propuestas propiamente constitucionales, sino que siempre lo hicieron en torno a los temas coyunturales que tienen atemorizada a la ciudadanía.  Es decir, tienen capacidad de disfraz, de ocultamiento. Y se las han ingeniado para presentarse como “outsiders”, como los que están afuera del establishment político, por tanto, han sabido captar el enojo que hay contra la llamada “clase política”, motivado por el acumulado descrédito de los partidos políticos.

Sin duda unos de los temas fundamentales son los mencionados en cuanto a demandas insatisfechas. Eso ha generado una impugnación a la política. Sigue el malestar del estallido del 2019, e incluso ha crecido ese malestar, y aun cuando no está organizado y estructurado, es una impugnación, un malestar difuso pero muy generalizado y a eso se suman las angustias y preocupaciones por los temas coyunturales de seguridad. En nuestro mundo, tal como decía, hay una desafección, una frustración frente a las expectativas de trasformaciones que no se han producido o han ido a un ritmo más lento de lo esperado. Claro, la verdad es que somos minoría en el Congreso, lo que hace tremendamente difícil avanzar en nuestros proyectos de ley que apuntan a transformaciones estructurales, pero eso no aminora la desafección de una parte de la población.

La aprobación de un gran proyecto minero  en la región metropolitana, muy rechazado por el movimiento ecologista, el no haber solucionado las gigantescas deudas que tienen los estudiantes  o los profesionales jóvenes por la educación pagada, la postergación de la discusión en torno al aborto, el haber firmado y promulgado la participación en el TPP11, la promulgación de leyes que le dan verdadera impunidad a  la policía, conocidas como leyes de “gatillo fácil” son algunos ejemplos de lo que ha ido generando distancia en un porcentaje de la ciudadanía.

A pesar de todas las dificultades, ¿sigues viendo elementos de esperanza?

Si bien tuvimos esta derrota y hay un sinnúmero de dificultades en el Intento de avanzar hacia una sociedad más humana, no me cabe ninguna duda que ese cambio es posible y depende de cada uno de nosotros. En cuanto al gobierno, creo y siento que el presidente debe ser el líder de la esperanza. Y creo que es labor de cada uno de nosotros contribuir a abrir el futuro a un pueblo que lo siente cerrado. Aun recuerdo aquella vieja frase que repetíamos hace muchos años los Humanistas: ¡Todavía hay Futuro! Debemos ser promotores de la apertura de futuro, porque sabemos que tarde o temprano lo mejor del Ser Humano se abrirá paso.

Fuimos elegidos para efectivizar un programa de transformaciones, para hacer realidad una esperanza. Por lo tanto, creemos que es fundamental no claudicar, abrir futuro, educar, no debilitar nuestro proyecto, recordar nuestra visión desde el humanismo, cuando decimos que, frente al fracaso, insistimos. Insistimos en nuestro Intento y fortalecemos nuestras propuestas que nos hicieron gobierno. Oponer la humanidad a la deshumanización crecente, la solidaridad frente al “sálvese quien pueda”. Reconectar con nuestro destinatario, con aquellos que pusieron la esperanza, sobre todo en una nueva generación para avanzar en la dirección de un Chile más justo, más democrático, más participativo, más descentralizado, con más derechos para todos y todas.

Necesitamos activar al mundo social desactivado, convocarlo, conectar con el pueblo maltratado. Por cierto, debemos promover la unidad de todos los sectores políticos y sociales, pero esa convergencia no puede ser un simple pegoteo de siglas políticas. Debe ser unidad en torno a un proyecto, en torno a un programa, en torno a los desafíos que nos trajeron hasta acá. Tampoco puede ser una unidad de las élites o cúpulas políticas, que hoy no le dice nada a la gente. Debe ser un trabajo conjunto con las organizaciones sociales, contribuyendo a fortalecer la organización en los arraigos, recuperando los valores que en su momento han convocado a la movilización social.

Por otra parte no deja de ser paradójico y significativo que la misma semana en que fuimos derrotados en la elección de los consejeros constitucionales, obtuvimos dos victorias trascendentales: en primer lugar se logró un aumento del salario mínimo como nunca se había producido en Chile desde el retorno de la democracia y en segundo lugar el establecimiento de un royalty minero al cobre y al litio que permitirá contar con miles de millones de dólares adicionales cada año y que desde el comienzo mismo de esta nueva ley se ha establecido que los recursos van a ser distribuidos ampliamente entre las 300 comunas más necesitadas del país, entre las regiones mineras más pobres y entre las comunas mineras que están aportando recursos a Chile. Es decir, con un criterio redistributivo y descentralizado muy coincidente con la mirada que tenemos desde el Humanismo. Esta es una transformación histórica, solo comparable a lo que fue la nacionalización del cobre en la década de los 70 del siglo pasado. Ya en nuestra campaña presidencial de hace casi 20 años planteamos que el royalty a la minería era para nosotros Humanistas una prioridad. Y ahora se ha hecho realidad.

Y en la misma semana aprobamos una nueva ley que sancionará con cárcel y con multas gigantescas a los delitos económicos y a los delitos ambientales. Esa ha sido una larga aspiración del Humanismo, ya expresada hace décadas en nuestro Libro Naranja. A eso se suma la aprobación de la ley que reduce la jornada laboral de 45 a 40 horas semanales, permitiendo a las y los trabajadores contar con más tiempo para compartir con sus seres queridos. El próximo desafío es lograr una reforma al sistema de pensiones heredado desde los años de la dictadura, proyecto que está hoy día en discusión en el Congreso.

Es decir, más allá de la derrota del 7 de mayo está claro que estamos llevando adelante cambios trascendentales. Y la intención es continuar por ese camino.

Por tanto, la respuesta más relevante que nosotros podemos dar es, por una parte seguir avanzando en las reformas comprometidas, y políticamente desenmascarar a estos sectores de extrema derecha que se cubren con un discurso salvacionista frente a la violencia y la delincuencia, pero que en realidad quieren mantener al país en las mismas condiciones en que se ha vivido hasta hoy generando pobreza, desigualdad y postergación de derechos.

Pero para nosotros, Humanistas, la tarea más importante sigue siendo la de contribuir al fortalecimiento del movimiento social, promoviendo la organización y la movilización noviolenta. Nuestra participación en las instancias institucionales del gobierno y el Congreso tiene sentido únicamente en la medida que desde esas instancias podamos contribuir a fortalecer ese factor fundamental en la transformación de las sociedades. No nos cabe duda alguna que el verdadero cambio no se producirá desde la Institucionalidad vigente sino desde un pueblo que se organiza y se moviliza en forma noviolenta.