Por Sol Pozzi-Escot

El emblemático escritor Jorge Díaz Herrera es miembro del Grupo Trilce, movimiento intelectual fundado en 1958 en la ciudad de Trujillo, que guarda trascendental importancia para el panorama cultural liberteño y del Perú. Hace tan solo unos días, esta agrupación fue recordada en la Feria del Libro de San Borja, en un evento encabezado por el reconocido escritor. Hoy, ¿cómo reivindica su existencia y su importancia cultural el Grupo Trilce?

En la Feria del Libro de San Borja participó de una actividad sobre el Grupo Trilce. Si tuviera que presentar brevemente lo que fue y es el Grupo Trilce, ¿Cómo lo haría?

El Grupo Trilce no fue una institución oficial, ni de dirección postal, ni jerarquías, ni reglamentos, ni cosa parecida. Nos juntamos como se juntan las aves que coinciden en sus vuelos por el aire. Nos unió la discrepancia y la amistad, el amor al arte, las ganas de sacudir a nuestra ciudad del letargo, de la somnolencia espiritual. Nos unía el amor al arte, y ese amor nos fue juntando: pintores, músicos, poetas, narradores, arqueólogos nos poníamos a conversar y a desafiar todo lo que motivara la inmovilidad del espíritu, la atadura a arcaísmos que intentaban poner camisa de fuerza al amor, a la creación. Largas bohemias. Incontables polémicas, viajes, amores, desamores. En fin, contemporáneos que no se ajustaban a su contemporaneidad. Romper atavismos, abrir nuevas ventanas. De repente los caminos se fueron haciendo más largos y dejamos de vernos como al principio. Hoy estamos repartidos por muchos lugares de este y del otro mundo. No creo que ninguno tenga en la actualidad menos de ochenta años. Y, sin embargo, siguen pintando, escribiendo, descubriendo, no dejando que cierren las ventanas que abrimos.

¿Qué significa el Grupo Trilce para la literatura liberteña y nacional?

Más libros, más novelas, más cuentos, más poemas, más obras de teatro, más pinturas, más esculturas, más ilusiones.

¿Qué impacto tuvo el grupo en su forma de concebir su propia creatividad literaria?

No nos unió una norma estética, ni las limitaciones de una escuela, cada quien jugó y aún juega su propio partido con sus propios antojos. No hay árbitro que pueda acusarnos de infringir el reglamento porque nuestras creaciones carecieron y carecen de reglamento. El impacto del grupo, y creo no equivocarme, es la nostalgia de ya no estar juntos, de ya no vernos cotidianamente las caras. El extrañarse es una manera de quererse y, en un grupo de amigos artistas, una arenga para seguir creando.

Dentro de su obra, destaca, entre otros, «Alforja de ciego». ¿Qué lo atrajo del género del cuento corto?

“Alforja de ciego” fue al principio un considerable volumen de cuentos que anduvo conmigo en muchos viajes. Durante mi estancia en París, estaban de moda “los chistes que hacen llorar”. Refiero uno: Un capitán Nazi ordena a los judíos presos en unos barracones inmundos que formen, ellos saben que es para marchar a la cámara de gas. El soberbio capitán nazi llama a un prisionero y lo desafía a señalar en su rostro cuál es el ojo de vidrió, convencido de que el judío no acertará, porque la operación se la hizo un doctor nazi, como tal, insuperable. El judío sin vacilar apunta al ojo derecho del capitán, este rabioso y desconcertado, pregunta: “¿Cómo lo supiste?”. El judío responde: “Porque era el más humano, señor”. Estos cuentos callejeros me hicieron reflexionar en cómo la brevedad del lenguaje puede producir tal explosión dramática. Y empecé a podar los extensos cuentos del primitivo “Alforja de ciego”. No fue ni es mi intención creer que la brevedad de una narración le da valor a la historia. No creo que el cuento corto sea un género (minicuento). Esa denominación es una invención de los que buscan etiquetas para todo. El cuento no vale por su extensión, larga o corta, creer eso es un disparate. El cuento es un cuento del tamaño que sea.

También se ha desempeñado en el género de la literatura infantil. ¿Cómo fue su propia experiencia nutriendo sus creaciones en ese género?

Cuando escribo una novela o un cuento sin destinatario, me siento agotado y busco la frescura de la infancia. En esa búsqueda me di con los cuentos dedicados a la infancia. Me gusta hacerlo. Tengo en ese campo cerca de treinta o más publicaciones. Sabiendo que un cuento tiene que ser, ante todo, una obra literaria, esté dirigida a adultos o niños. Soy adverso a las ñoñerías literarias.

¿Uno puede disociar su creación literaria de su propia historia?

La prosa y el verso son meras formas, la buena literatura está en los buenos versos y en la buena manera de contar una historia. Ni la prosa es más que el verso ni el verso es más que la prosa. La calidad, la altura estética no se ciñe a ese condicionamiento. La belleza puede tomar cualquiera de los dos caminos.