Por Ricardo Baeza Weinmann

He notado la airada reacción de muchas personas respecto de la invitación que Fundación Futuro (ligada a la familia de Sebastián Piñera) hacía a un evento donde se ofrecía ir a catar vinos en la Viña Concha y Toro y luego pasar a visitar el centro de torturas de Villa Grimaldi. En El Mercurio de hoy, el columnista Carlos Peña en su interpretación más benevolente la tildaba de “estupidez moral”, una suerte de incapacidad para notar la carga de dolor y el profundo significado que tiene un lugar como Villa Grimaldi y, en su interpretación más dura, como un acto intencional de querer despojar de su significado el lugar y convertirlo en una suerte de feria de entretención. Pero yo creo que no se trata ni de estupidez ni de malignidad, sino simplemente de un fiel reflejo de la falta de empatía que se genera en un sector ideológico hacia otro, lo que se traduce en un actuar muy poco delicado hacia la memoria del dolor cuando se lo siente como algo ajeno.

No se trata de un mero problema de entendimiento, como si fuera sólo una dificultad cognitiva la que impide captar la realidad de una situación de sufrimiento ajeno. El obstáculo aquí es emocional, no racional. Es tanta la distancia de vivencias entre ambos sectores ideológicos, que se pierde la posibilidad de hallar elementos comunes que lleven a comprender y sintonizar en algo con dichas vivencias. Y cuando no se despierta espontáneamente una reacción emocional de dolor en sintonía con lo que siente el otro, surge la incapacidad de reconocer y validar dicha experiencia de sufrimiento. Si el único acercamiento posible a la experiencia del dolor ajeno es mediante el uso de la razón, se establece sólo un espacio de ideas allí donde lo pertinente sería una mezcla de aquellas junto a la intensidad de las vivencias emocionales, las propias, las que se despiertan de manera espontánea ante el horror del sufrimiento del otro.

Sin ese componente empático emocional es absurdamente sencillo comenzar a poblar el espacio reflexivo con multiplicidad de ideas que racionalizan lo percibido; que justifican las acciones de horror asignando grados de culpabilidad a las víctimas; que sugieren la existencia de un supuesto contexto de guerra allí donde lo que en verdad hubo fue represión política; que sugieren una suerte de “empate” al citar algunos casos de horror provenientes desde el otro lado ideológico; que entienden los horrores cometidos como un mero daño colateral ante la necesidad de preservar un estilo de vida considerado como correcto y seguro. Toda una multitud de conceptos que, al no existir un dolor empático real, quedan sin contrapeso y sólo terminan por reforzar las opciones ideológicas contrarias a las de quienes han sufrido los daños.

Porque no nos engañemos, aunque las ideas aparentan operar en un contexto de racionalidad en realidad siempre están al servicio de la dimensión emocional, aquella que les da fuerza y que las direcciona al sesgar nuestra percepción de la realidad. Nadie querría asumir que ha optado por defender una ideología maligna en su esencia y perversa en su práctica (sea del signo que sea), por lo que el espacio mental que esta emocionalidad genera es el que permite sólo el establecimiento de ciertas ideas favorables, mientras que se desechan las otras desfavorables. Y es así que la actitud resultante, aparentemente fría y racional, en el fondo no implica frialdad en lo absoluto. Es únicamente la expresión de una intensa emocionalidad, la propia, la que lucha y se rebela a considerarse parte del mal, a sentirse miembro de un bando causante de profundo dolor; y se encarga de instalar ideas aparentemente bien inspiradas en reemplazo de verdaderas emociones empáticas. “Hay que mirar los temas con altura de miras”, “debemos superar los dolores”; “hay que mirar hacia el futuro, no empantanarnos en las divisiones del pasado” o “tenemos que dar vuelta la hoja de una vez por todas”

Que se invite en una misma jornada a catar vino y a visitar un centro de torturas, aún siendo muy poco decoroso no creo que sea el problema real en sí. Creo que, llegado el caso, sería perfectamente posible llevar a cabo ambos eventos con la dignidad y respeto que les cabe en su nivel a cada uno en lo suyo. El punto crítico, para mi, es que la aproximación a dicha visita a Villa Grimaldi se hace desde un sector que jamás ha dado una muestra creíble de empatizar con el dolor de fondo de quienes sufrieron la dictadura. Por lo que sospecho que dicha visita estaría llena de racionalizaciones y justificaciones tendientes a reafirmar sus propias posturas ideológicas; lo que hace muy difícil, sino imposible, que se lograse catar de verdad la profundidad y dimensión del dolor que allí se muestra.

Mantener un sitio de memoria como este no es para festinarlo ni para ir a sacarse una selfie, es para ayudarnos a no olvidar y reflexionar, con el fin de que nos esforcemos para que nunca más repitamos como sociedad las mismas atrocidades