Por Hugo Behm Rosas*

FRATERNIDAD EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACION DE LA DICTADURA

Del prólogo de Miguel Lawner:

Este es un canto de fraternidad por encima del odio.

No abundan los libros escritos sobre las experiencias que sufrieron decenas de miles de chilenos, confinados por la dictadura militar en centros clandestinos de prisión, tortura y/o desaparición.

La mayoría describe, con mayor o menor detalle, los crueles tormentos a los que fueron sometidos.

El libro del doctor Hugo Behm es algo diferente. Pone énfasis en el sentimiento de solidaridad, de confraternidad y ayuda mutua entre los prisioneros políticos, que ayudan a superar las adversidades a que están expuestos. El autor destaca los lazos de compañerismo, que según afirma, no alcanza ningún momento fuera de la prisión.


LA NAVIDAD DE 1974 (II)

Cuando la representación hubo terminado, la emoción de todo el colectivo prisionero había llegado a su clímax; entonces, en forma natural todos empezamos espontáneamente a cantar el Himno a la Alegría, parte Coral de la Novena Sinfonía, que se había hecho una especie de Himno nuestro y que siempre cantábamos con gran emoción cada vez que uno de los prisioneros era liberado y despedido por todos los que quedábamos. Este Himno, en ese bodegón oscuro, en el Centro del Campo de Concentración de Ritoque tuvo la emoción de las voces de 300 hombres, que se elevaban al cielo profundas, emocionadas, inmanentes, como algo que cruzaba todo este régimen de represión que nos rodeaba y nos hacía libres, enormemente libres, nunca más libres, más ciertos de nuestras convicciones, más poseedores de la verdad. Nos retiramos no deprimidos -que era precisamente lo que el acto buscaba- aunque emocionados, pero más hermanados, más firmes, más dispuestos a soportar nuestro cautiverio y volvimos a las celdas con la imagen reconfortante del futuro de nuestras familias y nuestra patria.

Al día siguiente, en la formación de la mañana, el teniente de guardia expresó todo su resentimiento. El hombre se sentía muy incómodo porque él había leído el texto, porque para él ningún otro significado tenía, le había parecido inocuo; pero ya en la representación ese mismo texto, en el clima emotivo en que se interpretó y con la intensa veracidad de quienes lo actuaron, había tomado la plena estatura de un documento vívido, real, acusatorio de todo cuanto ellos estaban haciendo.

Naturalmente no podía decir todo esto. Se limitó a retarnos, a decirnos que nosotros éramos incapaces de divertirnos, que habíamos transformado un show que debía haber estado lleno de chistes, de canciones y cosas alegres, de nuevo en un acto de rebeldía, de nuevo en una actividad revolucionaria y que hasta habíamos terminado cantando un himno revolucionario.

Uno de los prisioneros levantó la mano, pidió permiso para hablar y cuando se le concedió, expresó: Teniente, esa canción, el Himno a la Alegría, no es revolucionaria; fue escrita hace mucho tiempo por un poeta alemán que se llamaba Shiller y la música pertenece a un compositor también alemán que se llamaba Ludwig van Beethoven. El Teniente no pudo responder nada.

Pareciera que todo había terminado allí, pero tres días después, alrededor del día 27 de diciembre de ese año, llegó un domingo un cura al Campo de Concentración con la misión de hacer la misa en el mismo recinto donde se había realizado este acto. Al cura se le veía nervioso; naturalmente hacerle una misa a estos marxistas rabiosos debía parecerle absurdo y estaba inquieto por lo que podía ocurrir. Sucedió, sin embargo, que la semana antes había muerto un hijo de uno de los nuestros; todos acordamos que esa misa para nosotros iba a ser en recuerdo del hijo muerto lejos de su padre preso. Por eso, todos los prisioneros fuimos a la misa y la oímos con gran recogimiento; aquéllos que eran católicos ayudaron a la ceremonia, leyeron los textos bíblicos con notable unción; el cura fue cambiando de actitud a lo largo de la ceremonia, cogido por el respeto y la
participación tan genuina que todos “estos marxistas” estaban teniendo en su liturgia.

Llegó el momento en que los cristianos deben darse las manos y todos nos dimos las manos con nuestros mismos sentimientos, con nuestra misma ideología, comprendiendo que Cristo era también un símbolo de muchos de los valores que nosotros defendíamos, por los cuales estábamos presos y en los que nosotros creemos. Entonces el cura, visiblemente emocionado por este clima de tanta compresión, dijo: “y ahora hermanos, yo les propongo que todos cantemos el Himno a la Alegría”…

Fue así como cantamos ese Himno con más alegría que nunca, porque era nuestro triunfo, nuestro reencuentro, nuestra respuesta a aquel burdo oficial que esa misma mañana nos había increpado por cantar este Himno universal, que habla de la alegría de los hombres, de su amor y de la sociedad que juntos pueden construir.

 

ESPORA EDICIONES, Santiago de Chile 2019
*Hugo Behm · Después de obtener su título de médico cirujano en 1936, a partir de 1953, se dedica a la bioestadística, formándose en la Escuela de Salubridad de Chile y en la Johns Hopkins University, profundizando sus estudios en la Columbia University, en Nueva York. Colaboró en temas de salud pública con Salvador Allende, desde los años en que el futuro Presidente era senador de la República. En 1974 es hecho prisionero por el régimen militar. En septiembre de 1975 es trasladado desde el campo de concentración de Ritoque y expulsado del país, gracias a las gestiones realizadas por la Asociación Americana de Salud Pública (APHA) en pro de la liberación de seis trabajadores de la salud detenidos y encarcelados.