Desde la Red Humanista de Noticias de Salud REHUNO Salud ponemos en marcha un lugar de intercambio donde encontramos una nueva mirada sobre la vida cotidiana basada en una psicología experiencial y existencial (la Psicología del Nuevo Humanismo), y que da unas propuestas concretas de trabajo personal para llegar a un sentido pleno de nuestra existencia y a una vida libre de sufrimientos innecesarios. No es, por tanto, una psicología terapéutica ni que trate sobre ninguna patología, sino que va dirigida a cualquier persona que quiera comprenderse a sí misma y tener herramientas, si así lo desea, para iniciar un cambio positivo en su vida. El bienestar psicológico es sin duda una de las bases de la salud integral, por ello es un aspecto al que hay que atender.

Te invitamos a poner en práctica estas propuestas y también a que te comuniques con nosotros y nos cuentes tu experiencia. ¡Escríbenos!

Por Jordi Jiménez

Podríamos decir para empezar que hay distintos tipos de amor en función del tipo de persona amada. No es lo mismo el amor de pareja que el que hay entre hermanos, el “amor” que hay entre amigos/as, que el que hay por un familiar cercano o alguien ya muy mayor. Tampoco es el mismo tipo de amor el que se da con los hijos, por ejemplo.

De todas formas, en cualquiera de los casos, podríamos aventurar una primera idea acerca de este fenómeno de la conciencia: el amor verdadero pone al otro y a su bienestar por encima de mis intereses, al mismo tiempo que no pierde de vista las propias necesidades de uno que, en todo caso, quedan como secundarias. Alguien dijo que “cuando se siente amor, se siente al otro” (Silo, Bomarzo), así que el amor puro, por llamarlo de alguna manera, tiene más que ver con el otro que conmigo.

Una visión posesiva del amor genera violencia y contradicción

Centrémonos primero en el amor más trillado y vapuleado por nuestra cultura, o mejor dicho, por nuestras producciones culturales (literatura, teatro, música, cine y otras artes). En este mundillo de los amores de pareja (sean del sexo que sean) se valora de manera intensa todo lo que tiene que ver con la posesión del ser amado (ver La posesión, un impulso que nos afecta a todos), y desde luego, eso se valora mucho más que todo aquello que tenga que ver con su libertad o su evolución como persona.

Tanto en las producciones culturales como en la vida cotidiana se exalta pasionalmente la lucha por obtener ese “objeto” amado con un claro trasfondo posesivo disfrazando tal deseo con el ropaje de la unión de almas, del estar juntos para siempre, de eso que es antónimo de la fría soledad, del calor del hogar y de la felicidad duradera por siempre jamás. Pero por muy bonitas que sean las declamaciones amorosas, todas ellas están impulsadas por ese trasfondo posesivo que, en realidad, lo tiñe todo en nuestra cultura. En raras ocasiones se pone como ejemplo de amor una situación en la que la persona amada queda en libertad para alejarse de uno cuando se comprende que eso es lo mejor precisamente para el otro. En esos productos culturales (ahora hay que añadir “de consumo”) sólo a veces se nos muestran esos modelos desprendidos y liberadores de la persona amada, y cuando se dan al final se presentan con un trasfondo dramático y con climas emotivos de pérdida, con lo cual estamos en las mismas.

Hay que decir que en gran medida es el interés comercial el que dicta las narrativas pasionales y los conflictos posesivos de pareja, pero también es cierto que esto se hace porque la gran mayoría del público resuena, adhiere o se identifica con esas narrativas que remueven y activan las tensiones viscerales, las pasiones ardientes, exaltando a la vez el odio hacia los enemigos de ese supuesto “amor” puro. Se produce entonces una realimentación que va fortaleciendo esos valores culturales polarizados de amor-odio contrarios a una mínima salud psicológica y a una mínima coherencia de vida. En realidad, estos valores culturales que fomentan pasiones irracionales y reacciones viscerales nos llevan hacia la contradicción, hacia el conflicto y en muchas ocasiones a la violencia psicológica y física. Expresiones como “la maté porque era mía” y otras por el estilo son ya muy conocidas. Tenemos multitud de ejemplos de la violencia generada por esta forma posesiva de entender las relaciones amorosas.

Cultivar una actitud abierta y desprendida

Es curioso porque en los otros amores que mencionamos antes, los que se dan hacia otras personas (familiares, amigos o hijos), da la sensación de que hay un menor componente posesivo, hay una mayor capacidad para poner al otro por delante de mis deseos. El caso más claro es el de los hijos, por los cuales somos capaces de hacer casi cualquier cosa y esa capacidad para dar desinteresadamente casi sin límite también se ve reflejada en las producciones culturales. ¿Por qué el amor de pareja es tan posesivo y los otros amores pueden ser más desprendidos?

Por tanto, tenemos que tener cuidado con aceptar a ciegas todos esos eslóganes y frases repetidas hasta la saciedad en todas partes que no hacen más que fomentar una visión posesiva del amor que genera violencia y contradicción. Hay que estar atentos y no caer en ese juego simplón y de intereses comerciales que vende pasiones que llevan implícita la violencia y la venganza. Es mucho más sano cultivar una actitud abierta y desprendida, sintiendo al otro como alguien que es tan libre como yo en sus intenciones y en su camino de vida.

Si tengo mi mirada puesta en lo que es mejor para el otro, si siento las necesidades de la otra persona y puedo ponerme en su punto de vista ¿por qué llamo “amor” a ese impulso posesivo que pone como centro mi propio interés y deseo, por muy legítimo que sea? El amor verdadero es desprendido, antepone la felicidad del otro a mis deseos, es así de fácil. No quiere decir que tenga que ignorar mis deseos o necesidades, como si no existieran, sino que elijo conscientemente y con total coherencia tener en cuenta las necesidades de la otra persona incluso antes que las mías. “Tú te alejas y yo me reconforto si es que contribuí a cortar tus cadenas, a superar tu dolor y sufrimiento. Y si vienes conmigo es porque te constituyes en un acto libre como ser humano…” (Silo, “Acerca de lo humano”, Tortuguitas, 1983).

Hemos creído ingenuamente que recibir es más que dar y sólo podremos salir del mundo de la contradicción cuando comprendamos que dar es más que recibir. Pero de esto hablaremos en otra ocasión.