A lo largo de la historia nuestras voces como mujeres fueron silenciadas en miles de ocasiones. Se nos obligó a ocultar nuestras identidades, para que lo que creábamos saliera a la luz. Sin pudor alguno nos fueron robadas las ideas, bajo el argumento que era más legitimo lo que un varón escribiera. No se nos tenía permitido tener opinión o postura sobre la realidad en donde vivíamos. Esto paso hace varios años, pero ¿realmente las cosas han cambiado? Esta pregunta es más profunda de lo que parece, pues en la actualidad a pesar de que existamos muchas mujeres en puestos de liderazgos o en tomas de decisiones, ha costado mucho pues se nos sigue usurpando ideas, desprestigiando, minimizando nuestras opiniones y somos duramente cuestionadas del porque llegamos a esos espacios.

En reiteradas ocasiones nos hacen dudar de nosotras, minimizan o cuestionan nuestros enojos e inconformidades, al mostrarlos somos llamadas “histéricas o que debemos de guardar las formas”. Esto se exacerba si ocupamos un espacio en la vida pública o estamos al frente de un proyecto. Somos juzgadas duramente, inclusive más que a nuestros compañeros varones que se encuentran en similares puestos. Lo más doloroso es que constantemente se cuestione nuestra capacidad o se asuma que necesitamos consultar las decisiones con otras personas. Hace unos días cuando estaba en una cena, mencioné una preocupación sobre un caso, y del cómo me quisiera compartirlo con mi grupo de trabajo extenso. La respuesta inmediata asociada a esto a que yo tenía que consultarlo, o asesorarme porque las otras personas, casualmente varones, deducían que sabían mejor como abordar el tema. Al comentar que creía que había sido ofensivo el comentario, la persona se disculpó. Esto tan solo es un ejemplo, de cómo se encuentra en interiorizado en el imaginario colectivo de que nuestra opinión o postura como mujeres siempre tiene que ser supervisada o asesorada, pues se supone que no tenemos las cualificaciones necesarias para realizarlo.

Es por ello que la pregunta si las cosas han cambiado necesita seguir estando vigente, será una forma de marcar avances o áreas de mejora para erradicar la violencia hacia las mujeres. Se ha ganado mucho, pero por desgracia no para todas, en diversos lugares no solo en México sino en todo el mundo se sigue viviendo la opresión. En muchas comunidades indígenas de la Montaña de Guerrero, a las mujeres que han decidido romper con los ciclos de violencia y divorciarse de sus maridos, como medida de represaría las nombran autoridades comunitarias. La lógica tras esto es que, si han sido autosuficientes para tomar la decisión de separarse, pueden tener otras responsabilidades, dejando en claro que funciona más como castigo que como un reconocimiento a las capacidades que muestran. A pesar de esto, las mujeres de las comunidades han desempeñado con mucha dignidad los puestos.

Lo anterior, solo es un ejemplo de lo que pasa en lo alejado de las comunidades donde no se dan las protestas mediáticas o las marchas multitudinarias, como en otros lugares alrededor del mundo. Son estás regiones en donde los miles de “likes” o “retweet” que puede tener una publicación no genera algún cambio en la vida de mujeres que viven violencia. Es importante recordar que el trabajo de incidencia se tiene que seguir haciendo en todos los espacios y durante la mayor parte de nuestra vida, para provocar cambios sostenibles y al través del tiempo. De tal forma que nos beneficie a todas, desde las mujeres en lugares rurales o urbanos, de forma intergeneracional e incluyente.

Hace unos días leía una historia donde una compañera artista denunció cómo su ex pareja sentimental usurpó su trabajo, y ahora por el trabajo de ambos, solo él es reconocido a nivel mundial. Al descubrirlo se sintió defraudada, pues ella le creyó. Considero que bajó el argumento “de la confianza” era sólido y suficiente para confiar en la palabra de su ex pareja. Su sorpresa fue fuerte, cuando vio anunciado con bombo y platillo que lo que fuera su idea. Esto es una situación vergonzosa y da rabia, lo más sorprendente es que sucede y mucho, más de lo que reconocemos, y lo peor, es en la mayoría de los casos queda impone. La denuncia pública se convierte en nuestra única arma y con esto esperamos que trascienda algo más que la indignación generalizada. Esto es un caso extremo, pero diariamente muchas mujeres que estamos creando lo vivimos y sentimos, es común con esto ocurra entre nuestros compañeros de trabajo, sentimentales o inclusive con conocidos. Lo más doloroso, es que abusan de la confianza y lucran con el cariño que nos dicen tener, esto sin duda es una forma muy baja de plagio.

Al denunciar somos cuestionadas, hemos escuchado como a las mujeres que han sido violentadas se les señala y se les pone en tela de juicio. Años atrás cuatro compañeras denunciaron a una organización internacional por malos manejo de fondos, sin mayor reparo se enfrentaron al escrutinio público e inclusive en un despido injustificado. Con esto se perpetuo la vieja historia de que es más fácil cuestionar la integridad de las denunciantes que investigar a la persona agresora. Buscaron apoyo en diversas redes, sin embargo, la sororidad tardó e inclusive en la mayoría de los casos no llegó. Se valoró que el silencio y la omisión era la mejor estrategia para no dañar al movimiento. Esta historia se parece mucho a los secretos de familia que por siglos se mantienen, y que, en nombre de un bien mayor, se prefiere callar, dejando en medio el sufrimiento de sus integrantes.

Lo expuesto solo ratifica la importancia de seguir siendo insistentes en el discurso de la erradicación de la violencia hacia las mujeres. Sobre todo, porque en la actualidad nos han impuesto el discurso de paz, sin reflexionar lo que conlleva, que es el respeto y la garantía de los derechos de todas las personas. De ahí lo poderosa de esta apuesta de ser revolucionarias en nuestro pensamiento y actuar, para que todas podamos desarrollarnos en un ambiente de respeto donde podamos seguir construyendo. Solo así se puede pueden ir trazando los pasos a una nueva realidad, donde todas estemos incluidas, y que ninguna de nosotras padezca algún tipo de violencia. Esa debe de ser nuestra apuesta, que el mismo escenario de exigencia que se vivió el pasado 8 de marzo en las grandes urbes del mundo pueda sentirse en los rincones más remotos del planeta. Será hasta ese momento que lo habremos logrado y comencemos un nuevo andar en la construcción de la paz.

Por Fabiola Mancilla Castillo