Por Hugo Behm Rosas*

FRATERNIDAD EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACION DE LA DICTADURA

Del prólogo de Miguel Lawner:

Este es un canto de fraternidad por encima del odio.

No abundan los libros escritos sobre las experiencias que sufrieron decenas de miles de chilenos, confinados por la dictadura militar en centros clandestinos de prisión, tortura y/o desaparición.

La mayoría describe, con mayor o menor detalle, los crueles tormentos a los que fueron sometidos.

El libro del doctor Hugo Behm es algo diferente. Pone énfasis en el sentimiento de solidaridad, de confraternidad y ayuda mutua entre los prisioneros políticos, que ayudan a superar las adversidades a que están expuestos. El autor destaca los lazos de compañerismo, que según afirma, no alcanza ningún momento fuera de la prisión.


LOS PERROS (1)

En el Campo de Concentración de Tres Álamos el prisionero podía vivir todavía la ilusión de ser liberado. Era un Campo de distribución de presos, que tenía gran movilidad: todos los días llegaban grupos más o menos numerosos desde las Casas del Terror o desde Cuatro Álamos, el Campo vecino, destinado a la incomunicación. Con frecuencia nos formábamos y grupos más o menos numerosos eran enviados a otros Campos de Concentración o se anunciaban algunas libertades concedidas. Cuando uno era enviado a Ritoque o Puchuncavi y, en tiempos anteriores, a Chacabuco, se sabía que el destino era de largos meses o años de prisión.

En el Campo de Concentración de Ritoque, por lo tanto, todos nos vimos forzados a organizar nuestras vidas con la perspectiva de un largo encierro. El Campo era lo suficientemente grande como para permitir que, al margen de las obligaciones de todo prisionero y de las serias limitaciones que le afectan, pudiera hacerse una suerte de vida colectiva y personal más o menos tranquila. Estaban los que se dedicaban a la artesanía o al deporte, o dirigían o participan en la escuela, en los conjuntos musicales o en la simple lectura.

De este modo, la visión de las torres de vigías armados y de las ametralladoras colocadas en los cerros cercanos no nos inspiraban ya ningún temor.

Sin embargo, los hechos que acontecieron esa mañana pusieron en evidencia que el riesgo de la brutalidad era permanente en todo lugar de reclusión, aun en éste que parecía tan tranquilo. El nuevo teniente de guardia -que pertenecía a los Carabineros- fue un hombre que nos inspiró cuidado desde el primer momento.

Los prisioneros habíamos desarrollado la capacidad de diagnosticar las características de cada grupo de carceleros: los había agresivos, los había formales, los había laxos en el tratamiento. En cada cambio de guardia, el nuevo teniente a cargo del pelotón nos espetaba habitualmente un discurso inicial que siempre tenía el mismo contenido: nosotros éramos prisioneros, nuestro deber era obedecer, la guardia sabía lo que debía hacer y tenía todo el poder; en la medida que los prisioneros no produjéramos problemas, no los iba a haber; pero si los había, él, el jefe de la guardia, sabía muy bien lo que tenía que hacer. Era un discurso monótono, repetido sólo en distintos tonos de voz, que nos dejaba
absolutamente indiferentes. Pero este teniente de carabineros tenía algo de maligno: no nos habló nada, cuando se pasó la lista se limitó a mirarnos penetrantemente a cada uno de nosotros, con unos ojos sorprendentemente inyectados de sangre y que tenían algo de cruel. Supimos después que el hombre se iba a la playa y descargaba su ametralladora contra el mar.

A la noche siguiente a su llegada, nos hizo un viejo truco que producía a los nuevos prisioneros gran angustia. Aparentemente, la guardia tenía la posibilidad de ensayar una suerte de zafarrancho de combate, destinado a probar la organización para un caso de emergencia, que nosotros los prisioneros suponíamos podía ser una revuelta o un ataque al Campo de Concentración. Era una situación muy angustiosa que experimentaba el que llegaba por primera vez, porque estando ya en cama y encerrado cada uno en su celda, empezaban las ametralladoras y las metralletas a disparar continuamente, a oírse voces, órdenes y contraórdenes por los altavoces y no sabía uno, en el primer momento, si se trataba de un simple ejercicio o de que realmente teniente con este show nocturno de baleo continuo, órdenes y contraórdenes, que los antiguos prisioneros
tomamos con tranquilidad y maldecimos de todo corazón.

 

 

ESPORA EDICIONES, Santiago de Chile 2019
*Hugo Behm · Después de obtener su título de médico cirujano en 1936, a partir de 1953, se dedica a la bioestadística, formándose en la Escuela de Salubridad de Chile y en la Johns Hopkins University, profundizando sus estudios en la Columbia University, en Nueva York. Colaboró en temas de salud pública con Salvador Allende, desde los años en que el futuro Presidente era senador de la República. En 1974 es hecho prisionero por el régimen militar. En septiembre de 1975 es trasladado desde el campo de concentración de Ritoque y expulsado del país, gracias a las gestiones realizadas por la Asociación Americana de Salud Pública (APHA) en pro de la liberación de seis trabajadores de la salud detenidos y encarcelados.