20 de marzo 2023, El Espectador

Sábado, 10 am. En una sesión convocada por la revista Cambio y Defendamos La Paz, oímos a Iván Cepeda y a Otty Patiño. Resumen: la mesa de conversación con el ELN está –al menos por el lado del gobierno– en muy buenas manos. Tienen claro a dónde se quiere llegar y por qué hay que aprovechar (casi que ahora o nunca) este momento histórico para sacar adelante la negociación, es decir, sacar adelante a Colombia.

Tienen espíritu conciliador y vocación de paz, y utilizan cada palabra con filigrana, para cumplir –además de todo– un papel “antipolarizador”.

Pero “todo proceso de paz arranca por algo que luego se vuelve invisible, y son los cimientos”, dice Otty Patiño, ex militante del M-19 y hoy jefe del equipo negociador del gobierno de Colombia. Por eso estas primeras etapas toman tiempo y aparentemente no tienen grandes logros para mostrar.

Iván Cepeda, jefe de la comisión de Paz del Congreso y la cabeza más visible que ha tenido Colombia en la defensa de los derechos humanos, sabe que parte del arte de la paz es la ciencia de la paciencia… Eso no le impide reconocer con sensatez y humildad poco habituales en las alturas, que es preciso y urgente reforzar los esfuerzos para garantizar la implementación total del Acuerdo del Teatro Colón y proteger la vida de los firmantes. Ojalá muchos en el gobierno se vuelvan más propensos a la autocrítica y la sociedad civil se despoje de prejuicios para aprender a reconocer los aciertos.

Claro, es difícil tener paciencia cuando a los firmantes del acuerdo suscrito en el 2016 entre el gobierno y las extintas FARC-EP, les han arrebatado a 360 de los suyos. Es difícil tener paciencia cuando los líderes sociales son asesinados en la puerta de sus casas y hay comunidades cercadas por grupos armados que no les dan permiso ni de respirar. Es difícil la paciencia cuando más de 200 familias de firmantes de paz deben abandonar un territorio por amenazas contra su vida. Pero luego de 60 años desangrándonos, lo único sensato es apoyar las mesas de diálogo con el ELN, como apoyamos el proceso de paz con las extintas FARC. Este es un país libre y cada uno puede acompañar o discrepar, pero siento que no apoyar los procesos de paz, sería firmar un pacto con el pesimismo y cometer un suicidio social y político.

Como bien lo plantea nuestra vicepresidenta, dialogar implica intentar comprender al otro; sin renunciar a las propias angustias, ser capaces de reconocer el sufrimiento del oponente. Las esperanzas y la vida de los contrarios también valen y también merecen ser escuchadas, respetadas y –ojalá– comprendidas.

No es fácil construir una visión común de paz y de nación, y más cuando la paz ha sido esquiva y la nación se nos fragmenta entre las manos. Un diálogo incluyente por la paz pasa por aprender a hablar, a oírnos, a no descalificar. Pasa por archivar la prepotencia y desempolvar la humildad; pasa por reconocer –sí, reconocer y agradecer– que hoy no estaríamos aquí si no se hubiera firmado el Acuerdo del Teatro Colón. Un diálogo incluyente pasa por las relaciones humanas de quienes por décadas hemos estado en orillas enfrentadas; y pasa también por reconocer la fortaleza de la democracia participativa y representativa, porque la una sin la otra no tendría suficiente músculo político.

“Es necesario un acuerdo nacional y es una invitación, no es un axioma”, dice Iván Cepeda, y así, de esa dimensión es el desafío.

Solo una alianza político-social de todas las fuerzas vivas de la nación, podrá sostener e impulsar el acuerdo al que se llegue con el ELN. Concertar, pactar y cumplir, son verbos que deberemos aprender a conjugar no a pesar de los otros, sino con los otros; no por intimidación ni debilidad, sino por grandeza y valor. Esa alianza, si es genuina, si nace de los sentimientos, de la razón y la convicción, y se construye con una estructura a prueba de caudillos y narcisismos, será capaz de deslegitimar el poder de las armas, de volverlas inútiles –como dice Otty Patiño– y que el lenguaje nacional no sea el de las balas si no el de las palabras que construyan, que acerquen y faciliten procesos de perdón y reconciliación.

El trámite pacífico de los conflictos y el desprestigio de las armas, el alivio humanitario y la transformación de la sociedad, serán parte fundamental de la rueda dentada que hará posible un país en paz. Ni fácil ni imposible. Es lo que hay, y nos necesitamos 50 millones de colombianos para sacarlo adelante. Y por complejo que sea, es mil veces mejor que un país cubierto por el blackout de la desesperanza.


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