Por Hugo Behm Rosas*

FRATERNIDAD EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACION DE LA DICTADURA

Del prólogo de Miguel Lawner:

Este es un canto de fraternidad por encima del odio.

No abundan los libros escritos sobre las experiencias que sufrieron decenas de miles de chilenos, confinados por la dictadura militar en centros clandestinos de prisión, tortura y/o desaparición.

La mayoría describe, con mayor o menor detalle, los crueles tormentos a los que fueron sometidos.

El libro del doctor Hugo Behm es algo diferente. Pone énfasis en el sentimiento de solidaridad, de confraternidad y ayuda mutua entre los prisioneros políticos, que ayudan a superar las adversidades a que están expuestos. El autor destaca los lazos de compañerismo, que según afirma, no alcanza ningún momento fuera de la prisión.


EL ARMA MÁS PODEROSA

Conocí a Pablo porque se había dado a sí mismo la tarea de cortar el pelo a sus compañeros. Esa tarde, sentado yo en el cajón de azúcar que en su celda le servía para atender a sus “clientes” empezamos a conversar sobre nuestros recuerdos personales. Y así conocí su historia, que es una bella historia.

Pablo era tesorero de un sindicato ferrocarrilero en el sur del país. Había sido detenido con varios de sus miembros en el año anterior, y llevado a un campo de torturas que, por la distancia recorrida y la dirección tomada por el vehículo en que lo llevaban con los ojos vendados, él supone que era el de Colonia Dignidad, una vieja colonia nazi alemana asentada desde hacía tiempo en esa región y que había pasado a ser utilizada por los fascistas chilenos como campo de torturas.

Cuando lo llevaron a la pieza de los torturadores, recibió la primera tanda de golpes que era habitual dar al prisionero con el fin de ablandarlo para el interrogatorio que venía a continuación.

Empezaron las preguntas incisivas. ¿Qué partido tienes? ¿Cuáles son tus compañeros de trabajo? ¿Dónde están las armas? Pablo empezó a hablar tan pronto los golpes se lo permitieron. Sí, él tenía muchos nombres, pero los tenía porque era tesorero del sindicato, una lista de unos 300 compañeros que hacían sus cotizaciones al sindicato. No recordaba la lista, naturalmente; estaba por escrito y cuando habían sido allanados se habrá extraviado… ¿Qué partido tenía? Ninguno; él no pertenecía a ningún partido, actuaba en el sindicato como tesorero, simplemente. Pero, ¿las armas? ¿Cuáles eran las armas? ¿Dónde se escondían? ¿Dónde están?… Pablo levantó entonces la cabeza y respondió: Sí, yo tenía armas, y tenía concretamente un arma muy poderosa, un arma más poderosa que cualquiera de las que ustedes jamás podrán tener, un arma capaz de cruzar el aire, de separar las montañas, de atravesar todos los obstáculos que se le opongan. ¿Cuál es esa arma y dónde está? Esa arma – contestó Pablo – es la Biblia y ustedes me la quitaron en cuanto yo llegué aquí. Los torturadores se quedaron mudos por unos instantes, pero después siguieron pegándole, sin obtener ninguna respuesta más. Fue llevado a su celda, donde sus compañeros y él mismo permanecían amarrados a sus catres todo el día y toda la noche, salvo cuando eran llevados a la tortura.

Esa noche en determinado momento apareció en la celda uno de los torturadores y le dijo: ¿Sabes? yo también soy cristiano, yo creo también en Cristo como tú crees. Le contestó Pablo: siendo así, ¿por qué haces lo que estás haciendo? Porque tengo que hacerlo, porque no puedo evitar hacerlo, porque tengo miedo de dejar de hacerlo, replicó aquél. Y Pablo empezó entonces a hablarle en voz queda sobre lo que significaba ser cristiano. El torturador se fue desconcertado; después de un rato le preguntó: ¿tienes sed? Sí, fue la respuesta. Te voy a traer jugo de fruta. Se apareció  efectivamente con un gran jarro de un fresco jugo de fruta y desató las amarras con que Pablo estaba atado al catre para que pudiera bebérsela. Pablo se levantó y se acercó a cada uno de sus compañeros sedientos y les dio de beber del líquido. El torturador se acercó a Pablo y le reclamó: ¡Yo te traje ese jugo para ti! Este respondió: sencillamente porque ellos también tienen sed.

Por cualquier mecanismo o circunstancia que fuere, Pablo no fue llevado de nuevo a la tortura y meses después fue trasladado a Ritoque, al Campo de Concentración en que nos hallábamos ambos prisioneros.

La conversación se había desarrollado tranquilamente. Pablo contaba todo esto con tal simplicidad, con tal veracidad, con tal autenticidad como si todo ello fuera la cosa más natural del mundo. El corte de pelo había terminado. Me levanté y le estreché la mano mirándolo a los ojos. Seguramente Pablo pensaba que yo le agradecía el corte de pelo. La verdad es que yo estaba expresándole mi gratitud por la lección de coraje y firmeza que me había dado.

 

ESPORA EDICIONES, Santiago de Chile 2019
*Hugo Behm · Después de obtener su título de médico cirujano en 1936, a partir de 1953, se dedica a la bioestadística, formándose en la Escuela de Salubridad de Chile y en la Johns Hopkins University, profundizando sus estudios en la Columbia University, en Nueva York. Colaboró en temas de salud pública con Salvador Allende, desde los años en que el futuro Presidente era senador de la República. En 1974 es hecho prisionero por el régimen militar. En septiembre de 1975 es trasladado desde el campo de concentración de Ritoque y expulsado del país, gracias a las gestiones realizadas por la Asociación Americana de Salud Pública (APHA) en pro de la liberación de seis trabajadores de la salud detenidos y encarcelados.