Tierra de cronistas y narradoras, Colombia rinde homenaje al periodismo, “el mejor oficio del mundo”, y a sus periodistas, a la par que no supera la lacra de la violencia contra profesionales y medios.

Periodistas que, con sus palabras, y muchas veces con sus silencios, van dando cuenta de las realidades de un territorio tan verde y hermoso como oscuro y peligroso para contar. Año tras año, las listas de violencia contra las y los periodistas incluyen a Colombia entre los lugares más riesgosos para ejercer la profesión.

Los medios y las personas oficiantes de los mismos son fundamentales para la convivencia, para que las sociedades puedan confrontar sus diferencias a través de la expresión de sus realidades sin más armas que las palabras. Algo difícil que amerita este pequeño recuerdo en memoria de tantas y tantos periodistas que hicieron del compromiso con la información su leitmotiv; de aquellas y aquellos que nos han dejado o que les han ido; de las y los que siguen estando con sus palabras y sus silencios, de las de antes, las de ahora y las de después.

En una lista que sería interminable de buenas y buenos profesionales de los medios, les dejo con algunas frases como tributo a una profesión para la que no sirven los cínicos.

“Admiro muchísimo la objetividad, pero no comprendo cómo se puede alcanzar si el lector no entiende el sesgo particular de quien escribe. Porque el hecho de que quien escribe finja no tener ningún sesgo le otorga a toda su empresa una mendacidad que nunca ha infectado el Wall Street Journal y que todavía no infecta la prensa alternativa” (Joan Didion, Lo que quiero decir).

“Cien veces he sido aquí espectador de mi propia película, mil veces he seguido sus detalles. Ahora trataré de explicarla. Y si el nudo corredizo de la horca aprieta mi cuello antes de terminar, quedarán todavía millones de hombres para completarla con un ´happy end`” (Julius Fucik, Reportaje al pie de la horca).

“Con las flores llegaron gentes que les dijeron: abran los ojos, que eso es dinero en grande, la flor va a dar trabajo para todo el mundo. Los ingas se volcaron con entusiasmo a extraer el látex, tres mínimas rayas con cuchilla de afeitar en el bulbo de cada flor, y a poner una copita de las de ron para recoger las gotas blancas. Los cultivos daban leche, y la leche era bien paga. Habían llegado al pueblo los compradores: paramilitares, mafiosos y criminales de toda laya, a través de los cuales la comunidad, hasta entonces aislada y pobre, entró a hacer parte de la vertiginosa cadena de un ávido y asegurado mercado internacional” (Laura Restrepo, Demasiados héroes).

“Me afectaron en el alma los asesinatos de amigos ambientalistas (…); de los abogados (…); de los indígenas (…), y de los periodistas (…). Escribí una columna donde, a pesar del miedo, dije ´Llegó el momento de aclararle al país cuáles son los vínculos entre el establecimiento, el Estado y los paramilitares, y de entrar a saco contra todo lo que ha impedido el ejercicio de la democracia y de la oposición civil. Todo lo que está pasando da miedo. Y escribirlo da más, pero hay que aguantárselo`” (Alfredo Molano, Desterrados).

“El escritor es imprescindible para que aun aquello que en la ciudad ocurra, y clame al cielo, no se quede oculto bajo el silencio opaco, para que salte clamando a los cielo, y si fuera así, el escritor sería el corazón de la ciudad, su centro, el único que podría rescatar a la ciudad de haber sido desposeída de su centro, allanada en verdad” (María Zambrano, Las palabras del regreso).

“He visto hombres muertos y mutilados, victoriosos y sonrientes, hombres visionarios y hombres con sentido del humor. Durante mi vida he observado cómo se transforma y ensancha y dulcifica la civilización, y la he observado marchitarse y derrumbarse en la roja explosión de la guerra, y también he visto la guerra, en las trincheras, con los ejércitos. Aún no estoy bastante cansado de ver, pero pronto lo estaré. Lo sé” (John Reed, Rojos y rojas).

“Por algún extraño motivo, de los que sólo el corazón entiende, mi viaje interior fue siempre hacia América Latina. Como en el amor, uno no elige, sino que se precipita ciegamente. Como en el amor, se desea más intensamente lo que más se escapa. Yo nací en el país que colonizó América y no me la supo explicar” (Maruja Torres, Amor América).

“(…) tras el fin de la guerra fría, con la revolución de la electrónica y de la comunicación, el mundo de los negocios descubre de repente que la verdad no es importante, y que ni siquiera la lucha política es importante: que lo que cuenta en la información es el espectáculo. Y una vez que hemos creado la información-espectáculo, podemos vender esta información en cualquier parte” (R. Kapuscinski, Los cínicos no sirven para este oficio).

“Volcanes de voluntad y protesta, de reivindicaciones, guerras y luchas, que estuvieron un día incandescentes y mostraron los colmillos de su fuego destructor y que ahora yacían apagados y distantes, pero bellos como heroicos y arcaicos monumentos a la esperanza sometida y anulada, o mejor, distorsionada y manipulada por las voces y el poder de los poderosos de siempre” (Rosa Regás, Volcanes dormidos).

“Mientras empaqueto mi máquina de escribir, una pesadísima y vieja Continental portátil, mis holandesas y una botella de aguardiente de pera que siempre me acompaña para entonarme en el país del desentono, pienso en mi curiosa condición de viajero por revistas que se cierran o se abren, pero siempre por revistas al borde del abismo, única forma decente de ejercer el periodismo y el matrimonio” (M. Vázquez Montalbán, Obra periodística 1974-1986).

“El desafío está en que los medios de verdad tienen que volver a su raíz y no centrar su poder en ser poderosos, sino en su capacidad de destapar, de desnudar, de contestar preguntas que la gente no sabe cómo contestar: de explicar lo que está pasando. El periodismo tiene que estar concentrado ahí” (Ma. Teresa Ronderos, El mejor periodismo está por venir).

“Un avance importante en este medio siglo es que ahora se comenta y se opina en la noticia y en el reportaje, y se enriquece el editorial con datos informativos. Sin embargo, los resultados no parecen ser los mejores, pues nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio. El empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas permite equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal” (G. García Márquez, El mejor oficio del mundo).

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