Por Denisse Leigthon

Durante más de 70 días, cada vez que me aprestaba a salir de mi casa camino al trabajo, comenzaba a dolerme el estómago, también sentía una fuerte presión en el pecho que no me dejaba respirar. Estaba viviendo un cuadro de ansiedad constante. Cambié mi forma de vestir, el negro prodominaba, era el único color que representaba lo que sentía en mi corazón por esos días. Dejé de usar zapatos de tacón e incluso maquillaje. “Los ánimos no están para esas banalidades”, me dije muchas veces mientras me miraba al espejo. Las ojeras aumentaban y eran cada vez más verdes, la baja de peso producto de la dificultad para comer era evidente. A pesar de todo, nunca dudé un minuto en continuar asistiendo a diario a mi trabajo, era la periodista de Centro Arte Alameda (CAA) en medio del Estallido Social Chileno de 2019.

Hoy me encuentro realizando una recopilación de lo que allí ocurrió, he conversado con muchos de los protagonistas de esta historia y cada vez que me acerco a un nuevo relato vuelvo a experimentar el terror que vivimos y al mismo tiempo el gran gesto de humanidad que propiciamos, el cual sin duda tuvo un costo emocional.

Cuando decidí dedicarme a trabajar en cultura imaginé hermosos momentos en torno a la creatividad, nunca pensé que tendría que convivir con humo de lacrimógenas, balines volando por todas partes, ni mucho menos con heridos en el hall central de un centro cultural.

Todos los días nos reuníamos por la mañana para comenzar la jornada. Habíamos decidido mantener abierto el centro cultural y cine para la comunidad, a pesar de estar viviendo uno de los momentos de crisis social más complejos de Chile desde la dictadura de Pinochet.

Las manifestaciones y enfrentamientos de civiles y la policía comenzaban a las 17:00 hrs en las afueras de nuestro lugar de trabajo. Las bebidas energéticas eran nuestro principal alimento por esos tiempos, había que mantenerse alerta y activo en caso de tener una emergencia. La dirección del espacio había gestionado que nos llegaran un gran número de extintores adicionales, temíamos que ocurriera un incendio. Las lacrimógenas rebotaban en el techo como si se tratara de granizo invernal.

Todo el trabajo administrativo se realizaba por las mañanas porque en la tarde se nos hacía difícil concentrarnos. Maria de los Angeles, diseñadora gráfica de CAA, comenta: “Trabajar durante el estallido fue complejo, las emociones influían mucho. Estar ahí sabiendo lo que estaba pasando afuera, no me permitía pensar ni concentrarme. Ver la dinámica en la calle, los enfrentamientos… se podía sentir el odio, las batallas campales todos los días. Fue devastador, doloroso para el corazón, había un odio terrible entre quienes se peleaban”.

Tras varias conversaciones, el equipo de trabajo en conjunto se comprometió a proteger CAA al decidir abrir el espacio, tanto para exhibición de cine y actividades culturales como para la atención de heridos producto de los enfrentamientos en los alrededores.

Foto Denisse Leigthon

Es ahí cuando llegan los voluntarios del SAMU (Servicio de Atención Médica de Urgencia) y se instalan en el vestíbulo del espacio cultural. Con el pasar de los días los trabajadores de CAA y los voluntarios de la salud nos hicimos parte de una misma causa, fuimos una familia. Muchas veces nos dábamos ánimo y cariño cuando el combate en las afueras se volvía álgido. Todas las tardes nos organizábamos y activábamos el protocolo. En general, los hombres del equipo subían al techo cada vez que una lacrimógena caía, había que ser rápidos y eficientes para apagarlas. Por otro lado, quienes estaban a cargo de la atención de heridos, montaban su lugar de trabajo con anticipación. Había mesas y cajas llenas de insumos médicos, mascarillas, decenas de bolsas de suero y un desfibrilador (dispositivo médico electrónico que permite tratar un paro cardiorespiratorio).

Catalina (productora de CAA) siempre llegaba temprano y recibía cada día las donaciones de personas anónimas, en general vecinos del sector. “Durante los tres meses que trabajamos ahí, hay algo que me marcó particularmente. Cuando fuimos centro de acopio recibí a muchos vecinos y gente que llegaba de distintas edades. Iban a las 10 am a dejarnos insumos médicos, alcoholes, gasas, curitas, vendas, cosas que pedía la gente del SAMU. Pero también traían colaciones, chocolates, leche, galletitas, para reanimar a las personas, en caso de desmayos por ejemplo. Eso era muy lindo, me emocionaba mucho.

Recibí mucha contención vecinal. Nosotros como equipo nos comenzamos a organizar, sin tener experiencia, después de unos días cada uno tenía su mascarilla antigases. Teníamos un protocolo, ollas y bidones de agua en cada rincón para apagar lacrimógenas que la policía lanzaba al techo e incluso dentro del edificio por el frontis”.

Edith, voluntaria de la salud quien estuvo atendiendo heridos en el foyer de CAA, recuerda: “Cuando salía de mi trabajo en La Posta Central los días posteriores al Estallido Social veía que estaba lleno de heridos la calle. Comenzamos a reunir insumos y a salir a la calle para ver cómo ayudar. Luego nos fuimos a huelga, cuando llevábamos una semana, yo iba marchando por la Alameda y me encontré en el Centro Arte Alameda con uno de mis colegas, Juan Carlos. Me dijo que en este lugar se podía atender público de forma segura.

Nos invitó a pasar y ahí como que nos adueñamos del lugar. Reunimos muchos insumos y también ayudábamos a otras brigadas con comida. Era una dicotomía, gente viendo películas y nosotros atendiendo heridos graves. A veces nos íbamos a la 1 de la madrugada, la mayoría de las veces los trabajadores del CAA tenían que esperarnos hasta que termináramos de ordenar. De lunes a lunes, yo terminaba mi trabajo oficial y me iba al cine”.

Mientras todo esto ocurría, la parrilla programática de CAA se iba transformando de forma orgánica para que los contenidos exhibidos fueran coherentes con lo que estaba ocurriendo en las afueras y en todo el país. Era nuestra forma de retribuir e incluso de educar y recordar cómo fue que llegamos a este punto en la historia de Chile.

Martín Castillo, director de programación de CAA comenta cómo se construía la cartelera: “Cuando armaba la programación pensaba en los derechos sociales que veía en los carteles de los manifestantes. Todos estos temas se venían hablando en el cine chileno hace mucho tiempo, incluso nuestras producciones cinematográficas son muy reconocidas internacionalmente por hablar de cosas que acá no estaban resueltas. Muchos pensábamos que Chile siempre metió sus problemas bajo la alfombra y así llegamos a este momento.

Todo el mundo comenzó a poner atención en Centro Arte Alameda ya que nuestra línea editorial de cine siempre habló de temáticas sociales. Creo que cuando la gente comenzó a darse cuenta que Chile no era tan perfecto como pensábamos representamos más que otros espacios. Muchas de las películas que dábamos comenzaron a tener un nuevo sentido como Perro Bomba y Mala Junta, entre otras. Sentía que estábamos haciendo algo único”.

Y aunque los contenidos representaban a cabalidad la historia reciente de nuestro país, la realidad superaba la ficción. Personalmente, siempre me interesaron las temáticas con contenido social que relataban pasajes de la sociedad chilena durante la dictadura. Lloraba con esas historias. Imaginaba qué habría hecho yo en el caso de vivir una situación como esa. Nunca imaginé lo que pasaría en 2019.

Foto Denisse Leigthon

Recuerdo dos hechos muy específicos que me conmovieron. Una tarde de extrema violencia, con enfrentamientos que no cesaban, entré al Hall Central de CAA que se encontraba lleno de heridos de alta gravedad, varios traumas oculares, quebraduras de huesos, camillas esparcidas por todo el lugar, heridos con ataques de histeria y el piso lleno de sangre. Nunca en toda mi vida había visto algo similar, solo en las películas. Casi por instinto, con mis manos, tapé mis oídos y cerré los ojos. El ruido de las carabinas disparando lacrimógenas, los gritos de los manifestantes, las sirenas de las ambulancias no se detenían. Sentí que no podía escapar. Pero tenía que ser fuerte, había personas sufriendo mucho más que yo en ese lugar. No sé cómo pero me repuse. Al abrir los ojos, vi en medio de este horrible panorama a la señora encargada de limpieza. Estaba en silencio, en medio de heridos que gemían de dolor. Ella movía el trapeador lentamente esparciendo la sangre espesa, mientras miraba un horizonte que no existía. Inmediatamente noté que estaba en shock, me acerqué a ella, la tomé del brazo y le dije que no era necesario que limpiara por ahora. Comenzó a llorar. Nos abrazamos y sentí que al menos en ese pequeño momento estaba segura. Quizás ambas lo sentimos.

Otro de los recuerdos más fuertes que viví durante los tres meses de resistencia, fue una tarde que me tocó estar en la puerta de entrada. Ser la persona encargada de ese lugar, aunque fuera por unos minutos, garantizaba las peores experiencias ya que estaba de cara a la calle donde todo ocurría. Era el punto más expuesto. Sin más, escuché gritos pidiendo espacio para avanzar, los voluntarios de la salud vociferaban que tenían un herido grave, que abriera el acceso. Eso hice. Con dificultad pasaron por la pequeña puerta de la reja donde había que agachar la cabeza para no golpearse. En una camilla de lona plegable de color naranja traían a un joven que acomodaron con cuidado a mi lado. Tenía las piernas hinchadas y su rostro cambiaba de color, de verde a morado. Sentí terror, pensé que moriría. Intenté tragarme el llanto. Todos comenzaron a pedir espacio, el foyer estaba lleno de heridos. Un médico comenzó a revisarlo y pidió que llamaran de inmediato una ambulancia, su situación era demasiado grave, no podían atenderlo en esas condiciones.

La gente comenzó a agolparse en la entrada para pedir información sobre su estado de salud. Todo era un caos. Yo lloraba en silencio apoyada de la reja y me daba rabia mi debilidad. En cosa de minutos llegó la ambulancia, los paramédicos actuaron con premura.

Entre los voluntarios de salud lo cambiaron a la camilla con ruedas que habían bajado de la ambulancia, justo a tiempo llegó una mujer de su familia gritando que la dejaran verlo. Lo sacaron de CAA y se lo llevaron a la Posta Central. Pedí relevo, me tiritaban las piernas. Tuve que sentarme unos minutos. Cuando me recompuse un poco, abrí Instagram y lo primero que me apareció en el feed fue un extracto de un video de un canal de televisión que había exhibido en vivo como dos “Tango Romeos”, más conocidos en Chile como “Zorrillos” (carro de la policía que expulsa gases lacrimógenos), habían aplastado a un joven en plena Plaza Italia, centro neurálgico de los enfrentamientos. De inmediato supe que era el joven que luchaba por mantenerse con vida hace unos minutos junto a mí, su nombre era Oscar Pérez Cortez. Hoy, a tres años de estas experiencias, aún me atormentan los recuerdos de aquellos días.

Hace poco me reuní nuevamente con Edith, voluntaria de salud, y me contó que Oscar en aquel momento “tenía muchas fracturas y estaba muy descompensado. Si no tomábamos una radiografía no teníamos cómo saber cuáles eran los huesos rotos, o si alguna costilla estaba aplastando el pulmón. Felizmente no falleció, se salvó de la muerte”.

También conversé con Pedro, quien era el boletero de CAA en aquel entonces, me comentó una de las experiencias que lo marcó, “en una oportunidad un hombre estaba sentado solo en el Hall Central y entraron policías de Fuerzas Especiales a detenerlo con gran violencia. Les dije que no era posible que entraran al establecimiento a tomar detenido al público del cine. Le recalqué que se trataba de propiedad privada y que no podían entrar sin una orden. Uno de ellos me gritó “cállate comunista de mierda, te voy a dar unos balazos”. Quedé en shock con su amenaza, finalmente se lo llevaron”.

Así pasaban los días, unos más terribles que otros, unos más tranquilos de lo normal. Era imposible saber lo que ocurriría después, aunque lo presentíamos.

Cuando me reuní con Edith, los recuerdos se removieron en mi memoria. Me comentó que estos años varios periodistas la han contactado para que cuente su historia, “no he querido hacerlo. Sin embargo, a ustedes sí. Se los debo. Yo siempre dije que tienes que estar muy claro social y políticamente para entregar tu fuente de trabajo, porque ahí había mucha gente que dependía del sueldo. Había que tener un sentido social muy grande y ustedes lo hicieron, yo me siento muy orgullosa de haberlos conocido, y sentí mucha tristeza cuando quemaron CAA. A mí este lugar me marcó, porque sentía que había gente que sí estaba dispuesta a salir de su confort para ayudar a otros. Yo tenía trabajo, pero ustedes sabían que a medida que iba pasando el tiempo, tarde o temprano algo tenía que pasar. Carabineros de Chile y el Estado no se iban a quedar tranquilos. Es convicción, hay mucha gente que quedó herida para siempre”.

Foto Denisse Leigthon

Link reportaje CNN https://www.cnnchile.com/cultura/centro-arte-alameda-estallido-social-voluntarios-samu_20191125/